El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Siempre que voy a Oviedo

Siempre que voy a Oviedo, veo el mismo bote, en la misma finca, a la salida del mismo Llanes. Oxidado, roto, viejo. Y siempre que lo veo, desde hace bastante tiempo ya, pienso en lo triste que debió de ser para él tener que quedarse ahí, en la hierba, mirando eternamente al mar. Desencadena, a su manera silenciosa y casi absurda, un viaje de mirar detalles a través del cristal, a toda velocidad, desde la carretera.
De mirar al caballo y el burro, junto a la caravana. De mirar las vacas en cada finca. De cómo las casas se reparten, o cómo ese árbol enorme en la distancia me genera la duda de por qué está calvo por un lado. Siempre me siento en el mismo asiento del autobús. Siempre mirando al sur, de espaldas a la mar. No para negarla... no para ignorarla, si no porque sé que está ahí. Y en mi mente sé perfectamente qué aspecto tiene. Al sur, sin embargo, están los montes. Y los veo como un muro enorme que parece separarnos del mundo. Sin embargo, solo lo parece. Ya no somos especiales, no somos un universo aparte. Somos personas, como los demás. La cordillera ya no impresiona a nadie, de no ser a un joven ingenuo que la mira, hacia arriba, a pie de tierra, desde abajo.
Cuando veo ese muro, a veces, imagino cómo sería que el mundo se derrumbase. Se rompiese y desvaneciese, mientras nosotros nos quedamos aquí, protegidos por el monte y la mar. Lejos de todo, del ruido y de la batalla, pensando solo en comer bien, beber bien y dejar atrás una buena vida que otros puedan recordar. Es algo ingenuo, pero uno no puede evitar imaginar cómo sería todo cuando esas barreras, ahora tan minúsculas, tenían alguna importancia. Aquel primer momento en el que un hombre miró a las montañas y dijo "yo eso no lo cruzo con mi caballo".
Hoy, el sol se ponía detrás de ellas y dejaba que rompiesen las sombras, en franjas, a trozos, justo antes de que las nubes viniesen a desdibujarlo todo. Parecía de otro mundo, y quizá lo fuese, tiempo atrás. Hoy, solo es un día más, el último, de un año más, esperemos que el primero de muchos.
Por suerte o por desgracia, ahí sigue el bote. Oxidado, viejo, varado, mirando a la mar con cristales de anhelo.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Con huesos a la tumba

He dado con mis huesos a la tumba.
Y en la soledad húmeda del agujero en la Tierra
veo que no es de vivos mundo que me incumba.

He caído, cadáver despechado
bajo taconeo de una Parca inmunda.
He sido tristeza del desenfado.

He perdido en azar y amor, y capitulo
no como adalid de esperanza y fe,
si no como mártir de corazón oscuro.

En mis labios oda al desengaño,
desgarrada la sonrisa de antaño.
En mis ojos infancia inexistente
de un alma por siempre inerte.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Sina

Sinalefa o con ella,
sinfonía de platónicos amores y desgarros,
cacofonía y desplatónicas meretrices con garras.
Harpías tras tapias en trance de ser derribadas
y puñaladas en puntadas sobre pieles depiladas.

Sacudidas temblorosas
entre manos sudorosas
con perfume de rosas
ponen pies en polvorosa.

Polvo rosa y polvo blanco
a cubierto o descubierto.
Amor de parque y banco
encerrado o bien abierto.

En cerrado y sin candado,
de piernas abiertas tembloroso umbral
que acoge placer y dolor por igual.
Encerado y resbaloso,
piso de pocos y consuelo de tontos,
el amor de quien no supo cuál es cuál.

martes, 6 de diciembre de 2016

Nudo

La sacristía era una pequeña sala. El Padre Ortiz vivía de forma sencilla, entre una cama, estanterías llenas de libros y un escritorio. Apenas un poco de luz que entraba por la ventana. Me invitó a sentarme mientras él preparaba café para ambos. La mejor forma de empezar la mañana, dijo, y sonrió con desgana, como siempre me habían dicho que hacía. Sonrió como aquel que cree que ninguna alegría merece ya la pena.
Cuando volvió lo vi por primera vez como quien era. Demacrado y cansado, absorto en el desorden de su hogar, descorazonado y macilento. Parecía que poco quedaba de la leyenda, si tal se podía considerar, de la que me habían hablado en el seminario. Nunca entendí bien del todo por qué era así. Por qué había terminado así. Siempre había sido un genio. El más inteligente de los pastores de nuestra fe. O eso habíamos creído todos. Quizá no era tan inteligente, o puede que la inteligencia de la que me hablaron fuese su maldición. Que no merezca la pena dejar luchar a la fe con la razón, pues a la larga puede que no gane quien nosotros deseemos que gane.
"¿Qué te trae por aquí, hijo mío?" Su hablar cadencioso se mezclaba con movimientos que parecían calculados al milímetro. Todo se reorganizaba a su paso. Sus manos acariciaban los libros, los colocaban y recolocaban hasta que ningún lomo sobresalía de entre los demás. Hasta que solo los títulos hablaban sobre los libros, y no quedaba pista de cuál era el último que el Padre Ortiz había consultado.
"Me recomendaron hablar con usted allá en el seminario. Dijeron que siempre tenía respuestas a todas las dudas."
"Oh, siempre las tuve. Respuestas, quiero decir. Tuve la suerte de la fe inquebrantable por mucho tiempo. Esa fe que contesta a toda pregunta, y siempre lo hace con la seguridad que otorga el creer, mas no saber, que uno está en el camino correcto. Es Dios quien nos hablaba, quien nos decía qué desvíos seguir, hacia qué puesta de sol avanzar, qué horizonte perseguir. Mas no dejó de ser Dios quien nos dio la espalda. No dejó de ser Él quien nos dio la fe ciega, pero también la capacidad de cuestionarla."
"No lo entiendo, Padre."
"Nadie lo entiende. En nuestro oficio no hay que entender tanto como creer, hijo mío. En nuestro oficio yo soy tu Padre y tú eres mi hijo. En nuestra fe el más cercano a Dios es más patriarca que el más cercano a nosotros. ¿Sabes por qué? Porque necesitamos palabras nacidas de la razón para explicar aquello que es ajeno a ella. Necesitamos esa figura de autoridad que justifica nuestro camino."
Tosió y volvió a pasearse por la sala, taza en mano, asegurándose de que todo estaba en su lugar. Metódicamente, pero con una mirada perdida. Una mirada que se rompía y quebraba ante el caos que la rodeaba. Que brillaba en lágrimas amargas a la vez que lo hacía en océanos dulces. Una mirada que se me quedó grabada en la mente, entre fe y razón. La mirada partida de quien no sabe dónde está, ni a dónde va. De quien creía estar seguro pero no lo está.
"Dios nos prepara para la fe ciega. Nos prepara para la creencia absoluta, y eso pide de nosotros: carencia de toda duda. Sin embargo, no entiende ni quiere entender nuestra naturaleza. No ve el dolor que nos causa renegar de esta mente cimentada sobre la duda. Sobre la curiosidad. Necesita de nosotros que abandonemos la razón y nos entreguemos a la fe."
"Eso es bueno, ¿no?", dijo un ingenuo yo. Un joven que se creyó anciano. Un bebé sabio.
El Padre Ortiz, por toda respuesta, sonrió y agachó la cabeza. O más bien se la agacharon los años, la humildad que se había cargado sobre sus hombros y ahora encorvaba su figura, acercándolo al suelo de la realidad, alejándolo del Cielo de la fe. Y es que con la edad vienen las dudas, y la sabiduría verdadera no se aprende en los libros, no se aprende en las clases. No se aprende en latín, si no en castellano.
"Llevo más de treinta años en esta iglesia, hijo mío", suspiró, como si cada año, al mencionarlo, se le clavase en el corazón en forma de clavo de Cristo. "Por estas paredes, estos bancos, pasaron la Guerra Civil y la Segunda Gran Guerra. Por aquí pasaron soldados ensangrentados a rendir culto a un Cristo ensangrentado. Un culto abierto, un culto de sangre. Un culto falsario crecido sobre el abono de los muertos. Pasaron hombres buenos convertidos en bestias. En el patio, entre los abedules, cayó una bomba en mil novecientos treinta y nueve. De las últimas de la guerra. No era de los republicanos. Era de los rebeldes. Cayó en falso y quedó clavada como una espina en la Tierra. Un golpe desde el mismo Cielo a la Tierra maldita, como queriendo clavarse en las entrañas del Infierno. Queriendo atravesar el mundo a través de la Casa del Señor. ¿Sabes qué dijeron todos cuando no explotó? Que era un milagro. Que Dios nos protegía, que la religión estaba del lado de los rebeldes. Del lado de gente que mataba. Nunca creí que la fe pudiese estar abrazada a la muerte. A la sangre. Creí que Cristo había derramado ya suficiente sangre por todos nosotros, suficiente para que Dios nos perdonara. Luego, cuando la bomba se quedó ahí durante años, cuando estuvo al acecho, clavada en el patio, entre los abedules, creí que nuestros pecados no habían sido perdonados. Soñé con penitencias, con dolor, con infiernos infinitos. No sirvió de nada: el mundo ha pasado siglos matándose a sí mismo, ha creído en el dolor desde mucho antes de que le llegase la Palabra de Dios. Nuestra fe no cambió nada, y siendo así, ¿cómo podemos creer en algo que no ha cambiado nada?"
Estaba boquiabierto. Aquello era inconcebible, dudar así de lo que nos habían enseñado desde pequeños. De lo que debíamos creer, de lo que debíamos saber sin duda alguna. Todo el mundo sabía que quienes renegaban de la Fe Verdadera morían, y eran juzgados y enviados al Infierno. Y sin embargo, ahí estaba el Padre Ortiz: un hombre bueno. Uno al que nadie había pervertido, pero que por sí mismo había dado la espalda a nuestra Iglesia. Al menos, sonaba como si lo hubiese hecho.
Sin mediar palabra, se estremeció y fue a la estantería: un lomo sobresalía, y nadie lo hubiera visto de no ser con los ojos del Padre, atado como estaba a la perfección de aquella pequeña sacristía en mitad de la nada, en un pueblo perdido en una España estremecida, abierta en canal. Y afuera, mientras el hombre con quien hablaba paseaba por su humilde hogar, la primavera avanzaba.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Sangre blanca

En horas de saliva perdidas, mareas de sangre rota.
En tiempos de soledad pedida, y noches de pena roja.
En cuadros de trazo fino, tristeza de quien quiso más
encuentra penas de gris atino, y olas de negro mar.

Pide entre dientes poder amar, de largo grito y penoso aullar.
Pide en entrañas al gruñir sin parar, en triste caída de loco de atar.
Solo y perdido en sangres ajenas, apuñalado de dagas de largas piernas.
Reniega de querer mas no de creer, que amor en esquinas podrá aparecer.

Llora y roba gemidos al placer, pierde y juega apostando al beber.

Y supura sangre blanca al amanecer.
Y se lo debe todo al no saber hacer.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Desenlace

El Padre Ortiz giró su taza de café apenas unos grados. Como si ese pequeño giro fuese suficiente para hacer que el mundo fuese perfecto. Como si aquello pusiese en marcha la maquinaria del universo. Un pequeño engranaje en forma de taza de café, en el centro de un cosmos insondable, ajeno a la fe. Ajeno a la percepción. Ajeno a nosotros.
"Ah, hijo mío... mas el culto no deja de ser, en esencia, personal e intransferible. Es en escapando a nuestros dientes, a nuestros labios, que se convierte en fe. Es en las palabras en las que el culto haya la esperanza de cumplirse, de tener un objetivo real. Y es llegando a oídos ajenos que se convierte en elitista, en exclusivo. En discriminación. Es la guerra de la fe, y pronto una guerra de cristeros. Pronto hombre contra hombre por la Palabra de Dios o la ausencia de la misma..."
"¿Discriminación?", repuse, pensativo. Ortiz tenía la fama de ser vago y críptico en sus explicaciones. Ya desde el seminario, años atrás, me habían advertido de lo difícil que podía llegar a entenderlo. Pero no me habían advertido de aquel aura de erudición y total control que emanaba de sus poros. Que no dejaba respirar si no era hipotecando el aturdimiento de mis neuronas.
"Discriminación, en tanto que crea diferencia entre quien ha oído las Palabras y quien no las ha oído. Quien ha oído al Profeta y quien no estaba presente. Se convierte en una jerarquía, la pirámide de la fe. Se convierte en un nosotros contra el mundo, listos para elegir quién es digno del mensaje y quién no. El culto se convierte en secta."
"Pero, Padre... nuestro culto no es una secta. Tenemos tradición. Tenemos organización, tenemos la Palabra de Dios de nuestro lado", y ahora me doy cuenta de lo ingenuo que fui al decir eso.
"Tenemos la Palabra de Dios... la de quien no está aquí o no demuestra estarlo. Tenemos la palabra de la Nada, la palabra del silencio del universo. Creemos saber cuando solo sabemos creer, hijo mío."
Con un gesto me expulsó de la sacristía. Se quedó allí, entre su polvo y sus libros, ordenando todo al milímetro. No lo sabía entonces, pero jamás volvería a ver u oír al misterioso Padre. Solo se sabe a día de hoy que se desvaneció del mundo dejando atrás habitaciones ordenadas, pomos limpios y cristales rotos. Dejó entrar el aire de un mundo puro y sin pretensiones en su hogar, y salió para que el aire habitara aquellas paredes.
En el patio, yo estuve aturdido durante horas. En el banquito de madera, bajo la sombra de los cerezos, sentí palpitar mis sienes. Y curioso es que en cuanto a las palabras del Padre Ortiz (y más en cuanto a las dudas que clavaron cual Martín Lutero a la puerta de la catedral de mi fe, con clavo oxidado y martillo viejo), jamás obtuve respuesta.
Fueron sílabas que quedarían por siempre ondeando al viento de aquella tarde primaveral de mil novecientos sesenta y seis. 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Misericordia

Era un superviviente. Como tal, no se sorprendió de ver la fortaleza de los salteadores. Habían levantado barricadas y edificios sencillos, montaban guardia en los alrededores y protegían en aquel lugar los frutos de una vida, a todas luces, inmoral. Él sabía, por supuesto, que eran supervivientes a su manera. Supervivientes que caminaban sobre una alfombra de polvo de huesos.
Se aproximó con cuidado. Era posible que allí hubiese comida. Agua. Quizá incluso unos zapatos nuevos, algo con lo que reemplazar las tiras de cuero roto que apenas protegían sus pies de las inclemencias del camino. Agazapado contra la barricada, podía escuchar las voces de los guardias. No sabía cuántos eran. No sabía cómo estaban armados. Tenía cuatro balas y esperaba no tener que usarlas. Con paso cuidadoso, afinó el oído cuanto pudo para escuchar a medida que avanzaba.
"Aún tengo pesadillas sobre lo de ayer. No nos habían hecho nada. Ni nos habían atacado. Simplemente acabamos con ellos."
"Nosotros también tenemos familias que alimentar."
"¿Es necesario hacerlo así?"
"Hay que hacerlo de alguna manera, ¿no?"
"Supongo. No creo que los demás se lo planteen tanto. ¿Viste lo que le hicieron a aquella pobre chica en el páramo?"
"Al menos tuvieron la decencia de meterle una bala en el cráneo..."
"¿Decencia?"
"¿Habría sido decente dejar que viviera con lo que se vio forzada a hacer? Solo pensarlo me da ganas de vomitar..."
El superviviente compartía la visión del guardia. Aguantó las náuseas como pudo y avanzó. Al tropezar se detuvo. Estaba seguro de haber hecho ruido. De haber alertado a alguien. Su corazón golpeaba desesperado contra el pecho mientras sacaba la pistola lentamente. Sin embargo, arriba solo había otra conversación.
"¿Cómo hemos llegado a esto?"
"Fueron ellos, los otros... los que nos quitaron todo y nos dejaron aquí tirados. Para cuando acabaron, no teníamos otra forma de alimentarnos."
"Así visto, es un milagro que sigamos vivos..."
"Vivos, pero... ¿a qué precio?"
"¿Qué quieres decir?"
"La mitad de los nuestros no puede dormir por las noches. Apenas comemos, y casi nadie tiene el valor ya de mirar a sus hijos a la cara."
"Prefiero esto que ver cómo Aiden muere de hambre."
"Nadie quiere enterrar a su hijo... sigo siendo incapaz de olvidar el funeral de Sarah."
"Hiciste todo lo posible."
El superviviente avanzó hasta una apertura en la barricada. Asomándose con cuidado, evaluó si avanzar. Todo parecía despejado, los guardias estaban en otra parte... sin embargo, entrar ahí era una muerte casi segura. Los salteadores tenían la fama de ser territoriales y violentos. Había que serlo para sobrevivir en aquellos tiempos. Sin embargo, avanzó. Necesitaba comida.
Al otro lado de la apertura, se encontró con un niño. Le apuntó con la pistola, temblando. El niño gritó, y las últimas voces que el superviviente pudo oír dijeron: 
"¡Están atacando a Aiden!"
El fuego del arma ahogó lo demás. El niño cayó al suelo, y el superviviente también. Los golpes de las tuberías de plomo deshacían sus huesos poco a poco, y él solamente pudo pensar:
"Misericordia"

miércoles, 26 de octubre de 2016

El cuchitril


Horas de soledad en el cuchitril. Polvo, humo, restos de comida y restos de solo Dios sabe qué. Horas de soledad entre restos de una vida solitaria, del dolor y las lágrimas de días rotos. Horas y horas pensando que hay que librarse de esos restos, pero no pudiendo. No pudiendo alejarse del abrazo de las sábanas (sucias, por supuesto), ni huir del colchón en busca de café. Horas mirando a un techo inerte mientras vibra con las pisadas de la familia del quinto.
Son horas muertas del que quisiera lograr vencer la pereza. La desgana, el desencanto. De quien quisiera recuperar la pasión que en su día le hizo respirar. Esa pasión abstracta que empujaba un corazón más allá de cualquier límite. Pasión capaz de hacerle caminar kilómetros y kilómetros sin descanso.


Miró en su interior, tras sus pestañas. Miró en las venas de sus párpados, en los pliegues de sus arrugas cubiertas de ceniza. Miró entre el alcohol que corría en sus venas y en el veneno que bombea un corazón roto. Miró en la raíz de sus canas, en la mugre de sus uñas. En el dolor de sus huesos y entre los bronquios de alquitrán.
Y con la mirada puesta en el final de esa carretera de perdición, no vio nada. Acaso una tumba vacía. Acaso una lápida gris bajo cielos lluviosos que rezaba un nombre sin escribir. Vio la pasión agotada demasiado pronto, demasiado temprano para llevarlo al final del camino.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Personaje

Y se enamoró del personaje de un cuento. Loca y perfecta como era, olvidó el error de enamorarse de unas líneas. Olvidó el error de enamorarse de un personaje, porque el hombre no es personaje, ni el personaje hombre. Ni el relato realidad, ni la realidad relato. Lo olvidó no conscientemente, si no a un nivel difícil de alcanzar. Ese en el que crees que sabes, pero ignoras en realidad, las normas de un mundo del que demasiado a menudo huyes en busca de amor entre los fotogramas de una película.
Se enamoró de líneas, de la caricatura simplista de un hombre. De un ser bidimensional, sin problemas, sin complicaciones. Un ser que era de una forma definida. Un ser que, a diferencia del hombre, era un solo ser. Era uno solo en lugar de miles. En lugar de un caos informe que se golpea por escapar de los barrotes del inconsciente. Un saco de trozos de personalidad que se agolpan contra el cráneo. Un rastro de problemas sin resolver, más allá de una historia con principio, nudo y desenlace. Olvidó que se había enamorado de tres actos, y que la vida real tiene tres millones.

Así, cuando encontró a un personaje tangible en su mundo, lo abrazó. Y nunca supo que lo que quería no era un hombre, sino las líneas evocadoras entre las páginas de una novela.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Solitario

En solitario
juega con un corazón roto,
palo inútil en una baraja
de antaño tiempo ignoto.
Ser falso, hombre de paja
en solitario.

En solitario
lanza un aullido quebrado
de cama vacía a luz de luna,
y jadeo desahogado
de dulce muerte a la una
en solitario.

En solitario
juega con picas amargas,
palo de amantes confusas
que engañan con saña
y juegan así a ser musas
en solitario.

En solitario
escapa un último estertor
hijo de una pequeña muerte.
Una sacudida de desamor
y lágrimas que vierte
en solitario.

En solitario
pasea por campo de tréboles,
palo de suerte esquiva
y extrañas hipérboles,
de existencias perdidas
en solitario.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Psicosis

Sonríe ante una incesante procesión de imágenes de psicosis. Ante la película más violenta jamás imaginada. Ante el deseo de ver arder las entrañas de cuantos te rodean. Sonríe ante el deseo fugaz de apagar las vidas de quienes sonríen a tu alrededor. Y deja que escape una carcajada de lo más hondo de tus pulmones mientras sueñas con vaciar de aire los pulmones de las personas a las que amas.
Sueña e imagina tejerte un chaleco con sus pieles. Sueña con llevar sus vísceras como bufanda. Desea bañarte en su sangre y hacer joyería con sus dientes. Jugar al yoyó con sus ojos y aplaudir con sus propias manos ante sus cuerpos mutilados. Arrancarles las uñas y lanzarlas al aire como confetti, o desayunarlas en un tazón de leche con cacao cada mañana.
Siente la psicosis invadiendo tus venas, borrando de tu mente todo atisbo de cualquier sentimiento que no fuera rabia. Siente cómo el deseo irrefrenable de destruir impide cualquier creatividad por tu parte. Siente cómo ya eres bestia, cómo te han convertido día tras día en un monstruo. Cúlpales del horrendo ser que ves al espejo cada mañana.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Latido y huida

Golpea.
El latido de un corazón descompasado, tambores que hacen temblar cada centímetro de su piel, cada músculo tenso en movimiento.
Golpea.
El temblar de su pecho, el zumbido en sus oídos que vibra al ritmo inexistente de un puño que se aprieta frenéticamente entre sus pulmones.
Jadea.
El expirar y aspirar aire con ansiedad, las bocanadas entrecortadas por los golpes de sus pies contra el suelo y los bruscos movimientos de su cuerpo.
Jadea.
El aire ardiente y helado, que quema y congela sus pulmones a cada respiración, a cada instante, haciéndoles pedir tregua de los disparos que llegan desde su boca entreabierta.
Corre.
Corre libre y feliz a pesar del dolor, huyendo y dejando atrás rutinas y mentiras, repetición tras repetición.
Corre.
Corre perseguido por la inevitable oscuridad de una masa que se cierne sobre él, desesperado por respirar un poco más de ese aire libre.
Aire que quema y congela sus pulmones. Pulmones que abrazan un corazón nervioso. Corazón nervioso obsesionado por huir de la realidad.

lunes, 15 de agosto de 2016

Sonrisas falsas y medias verdades


Decidió abandonar la calidez de un amor verdadero, de una pasión desatada y del cariño sincero que le ofrecía. Lo dejó todo de lado a cambio de estatus, de apariencia, de glamour y de un mundo de sonrisas falsas y medias verdades. De amigos que lo son hasta que dejan de serlo. Hasta que deja de interesarles.
Decidió abandonar a quienes por ella morirían a cambio de quienes por ella, quizá, y solo quizá, pagarían una copa. De quienes consideran que compartir un taxi ya es un gesto de altruismo. Quienes son terriblemente conscientes, oh, Dios santo, de la enorme brecha entre quien llena su cartera con billetes y quien lo hace con monedas.

Lo hiciera a ciegas o a sabiendas, lo hizo, y germinó en ella la semilla de una nueva sonrisa falsa. Una de esas medias lunas brillantes carentes de sentimiento pintadas en un rostro que oculta el vacío. Que oculta la nada.

Decidió elegir y elegir mal. No enfrentarse a la crueldad, a lo feo, a lo sucio, a lo doloroso, a cambio de un camping lujoso lleno de falsedades.
Decidió que no compensaba ver el mundo como realmente es: gris y decepcionante. Que compensaba más vivir en una obra de teatro, en un "cara a la galería" constante, en un lugar de obsesión por las apariencias.
Decidió, y quizá así consiguió ser feliz. Él ya nunca lo sabría.

jueves, 11 de agosto de 2016

Observa

Observa el puerto en un banco de madera. Humo de aprendiz de dragón escapando de las comisuras de sus labios. De sus fosas nasales. Abajo, la calle abarrotada. A su espalda, ruidos de copas y risas. Flirteos que escapan a frases manidas, guiños que se ocultan bajo una falsa capa de complicidad. Deseos irreprimibles, insaciables, primarios de la compañía más básica y sencilla. Del contacto cálido de otro cuerpo humano.
Lo observa con el ferviente deseo de que todo desaparezca. Desea una gran explosión. Desea el fin del mundo. Y cierra los ojos con las imágenes del fuego y los gritos bullendo en su interior. Después, la nada. El silencio. La desolación. ¿De qué sirve un cráter humeante?
Sonríe para sus adentros y llora para los demás. Todo con tal de dejar escapar su alma y pretender que puede reír mientras le miran.

jueves, 4 de agosto de 2016

Tajo

Un tajo de lado a lado en el cuello. Una segunda sonrisa bajo tus orejas. Una sonrisa roja y palpitante que bañe cada centímetro de tu cuerpo. Cortar esos brazos con los que aleteas de lado a lado. Dejar en muñones tus manos, comerme tus dedos y pintar un fresco con la sangre de tus muñecas. Abrir en canal tu pecho, hacer confeti con tus vísceras. Vaciarlo todo y rellenarlo de paja. Coser y admirar mi obra.
La obra de una mente enferma. Admirar un cuerpo maltrecho, irreconocible, que todos duden si alguna vez fue humano. Admirar las marcas del cuchillo en cada trazo, en cada recoveco. Admirar cómo a todo cerdo le llega su San Martín.
Y llenas las copas con tu sangre, brindar a la salud de todos menos de ti. Brindar por que cada persona, cada afrenta y cada golpe hayan sido vengados. Cada uno de los ataques inmerecidos. Cada uno de los insultos innecesarios. Brindar y escupir la sangre de quien me repugna y me produce arcadas.
Y hacer de ti la estatua deforme, sombra eterna de lo que decidiste no ser: un ser humano.

miércoles, 27 de julio de 2016

Verde y azul

Ella era azul, de mar y bandera. Ondeante, húmeda, imposible de ignorar. Era un faro al que todos miraban. Una locura hecha carne, una gota de agua tras otra bañando los valles.
Él era verde y marrón, de musgo y tierra. Quieto, pensante, eterno. Invisible a todas luces, pero presente de forma innegable. Era el suelo que todos pisaban. Las hojas húmedas por las que pasaban los dedos.
Cuando se abrazaron, el musgo y la tierra quedaron prendados de la mar. Se enzarzaron en una lucha de titanes, y decidieron el verde y el marrón perseguir al azul hasta donde hiciera falta. Hasta colgarse de acantilados, al borde de perder la vida, con tal de seguir a la doncella de la mar.
Él la observó, la miró, la admiró y la mimó con toda el alma que le quedaba. Alma rota y desgastada por los siglos, milenios, eones de quietud. Ella se dejó querer. Se dejó admirar y observar, sonriente, con el corazón lleno de espuma y los ojos clavados en el cielo, ausente, juguetona tras las eras de danza sin cesar.
Y llegado el día, se desprenderían el verde y el marrón de la roca, se precipitarían al vacío sin el más mínimo grito, en un silencio sepulcral, listos para morir en un abrazo húmedo, infinito y azul. En las caricias de la mar embravecida, eterna, imposible de ignorar.

jueves, 21 de julio de 2016

Mercenarios de bandera

Defendiéramos palabras vacías
junto a los soldados de fortuna,
mercenarios de bandera.

Segáramos vidas nuevas o tardías,
en desiertos llenos de dunas,
arenas de otras eras.

Cortamos de raíz todo vínculo humano,
todo lo que nos unía a nuestra moral.
Arrancamos todo de ajenas manos,
todo cuanto pudimos y quisimos robar.

Dormimos cansados, entre sudores fríos
en pesadillas truculentas de barracón.
Rodeados de hermanos y amigos caídos
que tiempo atrás perdieron el corazón.

Defendiéramos guerras sanguinarias
junto a mercenarios sin estirpe,
plebeyos desbocados.

Lucháramos batallas contra parias,
olvidados por la Esfinge,
por nobles trasnochados.

domingo, 10 de julio de 2016

... cómo la añoro

Del plato en calma que refleja el cielo a las embravecidas aguas que lo desafían. De olas onduladas y delicadas a rompientes que gritan en aullidos de espuma. De las caricias de una mar dócil y amante, a las embestidas de una ídem salvaje. De unas aguas que ni cuentas rinden ni deudas tendrán.
Descubrió sus pies abandonando el hollar cemento, en camino incierto de oriente a occidente, de naciente a poniente. Y descubrió de nuevo el placer de pisar la hierba blanda, de hundir la tierra negra, de respirar entre las hojas de los árboles.
Dio su sinuoso andar con sus huesos en una ladera, donde recostó las curvas de su cuerpo menudo y estiró unas piernas torneadas. Y dejó que de nuevo un sol tímido acariciara su piel, ahora de bronce, desde el parapeto de blancas nubes.
Volvió a su hogar mitológico y salvaje, indómito, el ser de salvaje y mitológico corazón. Y llegaron tarde, pero llegaron, relucientes botellas cargadas con cartas de amor de sus queridos náufragos. Llegaron a yacer sobre la arena y a brillar para los ojos de la ninfa.
"¿Sabe la ninfa, por lo tanto, que Asturias, y más que ella, yo, sonreímos ante la oportunidad de rodearla con nuestros brazos?"

domingo, 3 de julio de 2016

Si supiese la ninfa...

Y abandonó en sinuosos andares las tierras de los bosques. Las costas de acantilados y mares embravecidas, dolorosas y llenas de rabia, a la par que justas e impares. Odiaban y golpeaban a todo por igual. De quien dependía la supervivencia nunca fue de la mar, nunca de las mareas. Fue de la habilidad y la fuerza de sus víctimas.
Se lanzó tierra adentro en busca de costas más tranquilas, dejando atrás bosques y montañas que la habían abrazado durante años, moldeando su cuerpo perfecto y su mente libre y juguetona. Convirtiéndola en la ninfa de curvas perfectas, sonrisa brillante, ojos de tierra y cabello de mar que un día conoció él.
Desde su casa, él escribió misivas, epístolas y sinfines de poemas y cartas de amor a tan esquivo ser. A tan salvaje, indómito e inefable corazón. Cartas y letras en búsqueda de los ojos, y a través de ellos la mente, de un mito incorpóreo, pero al tiempo seductor. Suave como la seda, pero fuerte y caótico como las olas del mar que le vio nacer.
"¿Sabe la ninfa, sin embargo, que Asturias, y en ella, yo, siempre estaremos esperándola con los brazos abiertos?"

viernes, 1 de julio de 2016

Risabova y Bienlejos

Lady Daria Risabova y Sir Lancelot Bienlejos se sentaron a la mesa, solos, en un despacho de paredes desnudas, iluminados apenas por una luz parpadeante que colgaba del techo. Las telarañas propias de la falta de uso daban cobijo a hambrientos arácnidos que ocupaban sus muchas y delgadas patas en seguir tejiendo una red de trampas para moscas desprevenidas.
"¿No viene nadie más?", dijo Bienlejos, mirando nerviosamente a cada esquina de la sala. Sus ojos lanzándose ávidos hacia la puerta, con la esperanza de que se abriera y dejase pasar a algún compañero, alguna conferenciante. A quien fuese: perro, gato, iguana o incluso persona.
"No estoy segura", respondió Risabova. "Te juro que envié las invitaciones e hice publicidad del evento. Mucha gente dijo que vendría, pero ya sabes: cualquiera se fía hoy en día de lo que le digan."
Se miraron en silencio. La música ambiental corría a cargo del zumbido de la bombilla, empujada por una instalación eléctrica que bien podría haber hecho uso de las hábiles manos de un electricista. Podría, si pagar cualquier cosa a esas alturas no fuese prohibitivo. Ya tenían que dar las gracias por la mesa y las sillas que amueblaban la triste sala. Y por haber podido pintar las paredes hacía ya más años de los que tarda cualquier pintura en ajarse y desnudar el yeso.
"Parece que viene un verano bastante frío", comentó Bienlejos, distraído y sin dejar de mirar la puerta de madera vieja y sin barnizar. Por supuesto, aunque la madera crezca en los árboles, el barniz es más bien cosa de las manos humanas.
"Eso parece, sí. Para que luego hablen de cambio climático", repuso Risabova, mirando sin mirar un montón de papeles que se esparcían sin pudor sobre la mesa. ¿Cómo va a tener pudor una rodaja de celulosa tatuada?. "El otro día me cayó encima un chaparrón de mil demonios mientras iba a repartir currículums."
"Vaya, ¿y qué tal te fue eso? ¿Alguna oferta interesante?"
"Alguna, sí. Me ofrecieron un puesto de dependienta."
"¿Buen horario?"
"Podría ser peor. Creo que son unas quince horas al día."
"No está mal. ¿Y el sueldo? Si no es mucho preguntar..."
"He hecho cálculos y me da para comer y pagar el alquiler. Con la ayuda de mis padres, claro."
"¿No murieron el mes pasado?"
"Sí, pero eso los burócratas no lo saben. Entre los ahorros que tenían para mis estudios y su pensión, puedo pagarme una habitación a un par de kilómetros del centro."
Sir Lancelot Bienlejos soltó una risa desganada ante tan fantasmales asuntos. A uno le ponía siempre la carne de gallina hablar del dinero de los muertos, pero a veces no quedaba otra opción. Pensó en lo que le gustaría a él tener una habitación para él solo, sin tener que compartirla con otros muchos caballeros y con su propio casero, Lord Arturito Muypendón, que a falta de otras opciones, había alquilado su propia casa. Un pisito de no más metros cuadrados de los estrictamente necesarios encajonado entre dos callejas, un prostíbulo y un centro de desintoxicación. Según tenía entendido, estos dos últimos los frecuentaban mucho algunos de sus compañeros de piso. Era algo de esperar de gente como Sir Kay Nomuygay, pero no tanto de Sir Agravín Catarrín.
"¿Qué ha sido de tu primo, Muchomorrov?", le preguntó, de golpe, a Risabova. Recordaba que su primo, aún por parentesco lejano, era alguien con dinero a quien la señorita de rubio talante podía pedirle algún favor.
"No sé nada de él. Desde que le ofrecieron trabajo en aquella empresa, no me ha vuelto a hablar."
"¿A qué se dedicaba?"
"No lo sé muy bien. Era algo de sinergia y motivación e informes y conferencias. Siempre decía que estaba muy ocupado, pero la mayoría del tiempo lo pasaba de viaje."
"¿De viaje?"
"Sí, viajes de negocios a la Toscana, a Cuba y a sitios así."
"¿A ver a clientes?"
"No sé, la empresa en la que trabaja no tiene sucursales fuera de este país."
Risabova revolvió sus papeles para que pareciera que hacía algo. Casi al unísono (o al univisto, o al uniolido), miraron ambos sus relojes. Eran ya las ocho de la tarde, y ambos tenían mucho que hacer después de la reunión.
"¿Esperamos un poco más?", dijo Risabova, nerviosa y con ganas de abandonar ya aquel lugar.
"Mejor que no. Tengo que irme antes de que cierren el super."
Ambos se sentaron entonces con aires de oficialidad, organizaron sus papeles y carraspearon. Remoloneando un par de minutos más, por si alguien estaba a punto de cruzar el umbral, abrieron los carpetones que esperaban sobre la mesa y se miraron el uno al otro. Lady Daria Risabova se rascó el sobaco (cosa que, al parecer, las señoritas también hacían cuando les picaba) mientras Sir Lancelot Bienlejos golpeaba en la mesa con el puño, a falta de un mazo que, como todos sabemos, hay que pagar si se quiere tener. Con tono solemne, anunció:
"Queda abierta la enésima sesión de la Asamblea de Personas a las que el Mundo nos Importa un Poquito (pero no demasiado)."

domingo, 26 de junio de 2016

Buenos buenos días días

|Buenos buenos días días | Buebuenosnos asas | Bbuueennooss ddííaass|

El despertador dejó de sonar, y al otro lado de las cortinas que ondeaban a la brisa matutina, iluminaba el sol de un día frío el cuerpo perezoso de un hombre bajo las sábanas. La figura se incorporó trabajosamente, con un quejido de los que conforman rutinas y despedazan corazones, para encender los restos del cigarrillo de la noche anterior. El humo borraba los recuerdos de un mal sueño mientras el sudor que se pegaba a la piel escribía, invisible, la eterna historia del hombre que cae hasta que se despierta.
Del zumbido de la luz de la cocina no sacó nada en claro, mientras formaba nubes blanquecinas a la espera de ese gorgoteo que grita "café caliente" cada mañana. Siempre había sonado así, siempre sonaría así. Y, de mañana tras mañana mirando aquella bombilla encendida, como suplicándole que le contase cuál era el problema, sus ojos enrojecidos ya ni notaban el dolor de aquella luz mortecina que les golpeaba. Gorgoteo y vapor, y la amargura de un café solo para apartar su mirada de la luz y hundirla en el levantar de un nuevo día, o en lo triste de una noche que cae.
Un nuevo cigarrillo y sorbos de café junto a la ventana, no muy lejos de donde las voces de una caja aullaban quietamente, quizá en un quejido muerto, la melancolía de un mundo muerto que nunca pudo ser. Miraba por la ventana, absorto, perdido en una calle de ruidos y un correr de peatones, oyendo a sus vecinos preparar el desayuno. De reojo, como cada mañana, aquella vecina de enfrente se vestía junto a su ventana, con telas recubriendo suaves curvas oscuras de piel cubana. Y arriba, desde las nubes, la fina llovizna que cae.
Subió sus pies al alfeizar, sintiendo la brisa golpear su cuerpo desnudo y acariciar y erizar y seducir cada centímetro de su piel. Respiración entrecortada por la temperatura, pero ahí siguió, sentado hacia fuera, con sus sorbos amargos y sus respiraciones de humo. Las pequeñas nubes de su boca enfrentadas y ridículas contra las eternas nubes del cielo que lloraban ya todas las muertes que fueron, eran, serían o jamás llegarían a nacer. Y de sus manos, desde la ventana, de fina porcelana una taza que cae.
Al fin lo conseguí...
Tras sus ojos se agazapaban las lesiones de las que nunca nadie hablaba. Las dudas, los desengaños, las crisis nerviosas, el fracaso. Lesiones de alma y no de huesos, no de músculos, no de órganos ni neuronas. Lesiones, sin embargo, que causaban hambre y sueño. Dolor y agotamiento emocional, físico, mental. Las heridas de un alma rota en mil pedazos y una voluntad de fino cristal, cubiertas por el maquillaje de la experta mentira. Una mentira que se convierte en vida. Una vida que se convierte en sueño. Un sueño que se convierte en pesadilla.
Y en vida, desde el cielo al infierno y cigarrillo en mano, un hombre que bajo la lluvia cae.

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miércoles, 22 de junio de 2016

Vacío

De un cinturón demasiado corto cuelgan tripas que rugen. Vacías desde Dios sabe cuándo, de un extremo cuerpo inerte y de otro extremo viga recta, irreverente. Venas abiertas pintan de rojo el suelo de una habitación sucia y abandonada por toda alegría.
No queda dolor, no quedan tristezas. No queda aliento ni certezas. Tiemblan miembros en último estertor y cruje madera en lenta agonía, vencida por el peso de quien no pudo llegar a ser.
Pies descalzos apuntan al suelo, fríos y sin saber que no volverán a pisar, no volverán a correr. No volverán a sentir la hierba contra la piel. Piernas temblorosas se sacuden sin vida junto a una estantería de ejemplares baratos y mal cuidados. De libros que olvidó y páginas que no volverá a leer.
Más allá un torso en el que un corazón no volverá a latir. Da gracias de las tripas vacías, no hay mierda que manche más el parqué que las sobras de una última cena. Pulmones ya vacíos de aire poco más abajo de un cuello estirado, marcado. Órganos rodeados por brazos que caen flácidos contra las caderas. 
Y corona todo una cabeza de pelo sucio, rellena con facciones que ya no tienen que esforzarse en sonreír. Decorada por ojos que ya no se abren para llorar.

martes, 21 de junio de 2016

Ella y él, él y ella

Él fuma y espera sobre las escaleras sucias, abrazado a un cofre que parece viejo pero no lo es. Un regalo de esos porque sí.
Ella aparece a lo lejos, dura y peligrosa, encogiendo corazones y derrotando penas a cada pisada de un andar de hada alegre.

Ella juguetea con su pelo un momento antes de guiñar uno de sus enormes ojos. Sonríe al otro lado de la mesa, más allá del café con hielo y la cerveza, hasta que la hermosura de su rostro se cuela por las pupilas de un hombre tembloroso. Hombre que tiembla cuando ella ladea su rostro. Hombre que tiembla cuando ella le roba un cigarrillo.
Hablan de todo y nada a la vez, del tiempo, de los superpoderes y la vida. De por qué café con hielo y por qué cerveza. De si ella es perfecta y si él un pobre diablo.
Pasean por el barrio, y siguen calle a calle. Observan, miran, ríen y él se siente como en casa. Por primera vez en un año, desde que llegó a la ciudad. Se siente guiado por un faro de color brillante, por una sonrisa que ilumina y desgaja la tristeza. Y rompe con todo, desgarra su mente y él no puede más que dedicársela solo a ella. Solamente a ella. Los cisnes flotan en el estanque y las tortugas, aunque esquivas, siguen ahí. Imperecederas.
Y en la esquina de ese barrio que tantos dolores vio, un abrazo y un beso furtivo son el punto final perfecto. El punto final de algo a lo que no hubo que añadir líneas más perfectas. Un adiós de los que quedan grabados a fuego en las neuronas.

Ella camina hacia Dios sabe dónde, arrastrando una hermosura difícil de olvidar.
Él acaricia a su gato, se desnuda y mira al techo con una sonrisa boba en la cara.

jueves, 16 de junio de 2016

Sonrisas

Dejó escapar una nube de humo hacia el techo. Tumbado boca arriba como estaba, no podía ver nada más que las formas de su propio aliento desdibujándose contra el yeso. No necesitaba más, en realidad. Lo interesante, en aquellos momentos, no corría ante sus pupilas. No se deslizaba ante sus ojos. Más bien bullía en su mente y quemaba en sus neuronas.
Eran pensamientos que llevaban allí, torturando los pedazos de una mente rota, desde hacía años. Desde que funcionaba su memoria se habían acumulado, agolpándose, llenando las cavernas de su psique. Solucionándose, disolviéndose algunos. Pinchando, quemando la mayoría. Dudas y problemas sin resolver que rebosaban en los pasillos de su conciencia.
Dio otra calada, y cerró los ojos, dejando que se sucedieran imágenes fantasmagóricas tras sus párpados. Un recuerdo.

"¿Qué quieres de mí?", decía una voz sin rostro. Una silueta en las tinieblas.
"Nada, tranquila", dijo su propia voz. Notó una sonrisa entre sus labios.
Una mano, quizá una garra, se estiraba desde la esquina de su visión. Una mano que se deslizaba hacia la silueta. Hacia el pecho. Hacia los hombros. Hacia el cuello. Apretaba, se cerraba entre gorgoteos de una voz que intentaba, pero no podía salir. Él seguía sintiendo una sonrisa pintada en su propia cara. Una mueca de sentimientos confusos. Un enseñar de dientes apretados que no era alegre. Que no era triste. Era una mueca de rabia y relajación. De salvajismo y contención. De mil millones de cosas y de una sola. De todo y nada. La mueca de la confusión, de la mente de un ser perdido más allá de la frontera de lo humano.

Abrió los ojos y sonrió, suspirando entre humo y olor a sudor rancio. Abrió los ojos a una habitación ya apenas iluminada por los últimos rayos de un sol anaranjado. De un atardecer en mitad de la nada. Abrió los ojos y, esta vez, sintió una verdadera sonrisa en su cara. Una sonrisa triste, llena de penas mal escondidas tras una careta de alegría.

sábado, 11 de junio de 2016

El miedo y el ángel

El miedo se hace un hueco en su mente a cada segundo que pasa todo. Su memoria prodigiosa no le impide sentir que todo desaparece cuando no lo tiene delante. Que nada existe más allá de las paredes de su prisión de hormigón y papel. Y cuando nada existe, viene el miedo a dejar sus raíces y a llenar cada hueco de su corazón.
Hasta que, de algún lugar en lo más profundo del cielo o lo más alto del infierno, casi rozando el mundo de las personas pero sin ensuciarse con su imperfección, surge una sonrisa, un brillo o una luz que asusta al terror. Que llena de nuevo su corazón durante unos instantes, fugaces, veloces... para volver a desaparecer.
Y el miedo vuelve, preparado para defenderse, batalla tras batalla, de un ángel azul.

sábado, 28 de mayo de 2016

Alguna vez


Alguna vez fuisteis justos. Alguna vez creísteis que valía más el que más quería valer. Alguna vez pensasteis que quizás fuera bueno darle una Eva al Adán que la merecía.
Sin embargo, a lo tonto, ¿sabéis qué? Que no hay nada. No hay Eva ni Adán. Y da igual quién lo haya estado buscando o creyendo. Al final, no hay nada. En ese cruce de caminos en que el proverbial tristón vendiera su alma al diablo, no hay tal ni cual. No hay Belcebú al que ofrecer nuestros últimos suspiros, no hay Satanás al que rogar de rodillas.

Lo que hay, y os lo diré sin titubear, es mentira. Es mentira pura y absoluta. Puta y disoluta. Eso es todo lo que nos queda por creer. En la ligereza, en la falsedad y en la más sencilla y verdadera mentira. Porque no queramos creer en la felicidad, en el amor o en los sentimientos. Creed en la certeza de la sangre bajo vuestras uñas. Creed en esas fantasías que llenan vuestra cabeza con deseos de torturar al prójimo, destruir su vida y hundir su moral. 
Creed, creed y matad. No hay nada más.

lunes, 23 de mayo de 2016

Mapa sensorial de la hermosura

Eres jazz. Eres el alegre jugueteo de los acordes de una guitarra. Los profundos golpes en el corazón de las cuerdas del contrabajo. Eres la montaña rusa de notas de piano y los irreverentes exabruptos de un saxofón.
Eres el humo que escapa vago de unos labios suaves, húmedos, carnosos. La melancolía de una gota que resbala en el exterior de un vaso de whisky, la escala de grises de una elegante calle europea, bulliciosa y solitaria al mismo instante.
Eres el olor dulzón de un cálido cabaret. El tabaco, el alcohol, el sudor de una noche de desenfreno. La feromona que se desliza a mi cerebro y lo confunde, y el perfume de una femme fatale que susurra ante el micrófono.
Eres el tacto de una hierba suave y bien cuidada. El terciopelo bajo los dedos de los pétalos de una flor y el rozar a cuerpo desnudo de unas sábanas recién cambiadas. Eres encaje, lencería fina bajo las yemas.
Eres un pastel de chocolate sin fin, unas fresas con nata y la hora de la merienda ad infinitum. El jugueteo en el paladar entre el azúcar y la pimienta. El calor de las especias y la frescura de un helado frente al mar (dos, mejor: yo invito).
Eres la sinestesia del olvido y la bendición. Cinco sentidos que poco son para admirarte.

domingo, 22 de mayo de 2016

Esquema de la atracción irremisible

Ha dejado de llover. Y pienso en esos ojos que derriten la piedra. Esa mirada intensa pero limpia, y esa sonrisa. Esa sonrisa que luego descubro que oculta una tempestad de lágrimas en ristre, dispuestas a lanzar una ofensiva a tus pupilas, a llover desde lo brillante de tus ojos, a deslizarse por las suaves colinas de tus pómulos y crear ríos más allá del acantilado de tu barbilla.
Y siguiendo su trazo, me detengo en tu cuello... frágil, suave, tentador e inocente. Que sigue ahí a pesar de todo, soportando una de las cabezas más maravillosas de la creación. La separación perfecta entre tu pelo y tus hombros, rectos, cubiertos por el suave suspiro de aquella blusa que hacía que mi mente imaginara una y otra vez tus dedos apartándola de tu piel, desnudando la blancura prístina y suave de tus curvas.
Esas curvas que caen y fluyen de tu cabeza a tus pies, resaltando pecho, apretando cintura, revelando piernas de las que uno no olvida ni a base de whisky on the rocks. Piernas que dirías que son infinitas... hasta que encuentras unos pies que caminan seguros, que se mueven con la sabiduría que da el ser el broche final de un ser perfecto. Su unión a la tierra y sus cimientos. 
Las raíces de alguien a quien la palabra Diosa se le queda pequeña.

sábado, 21 de mayo de 2016

De paso

De paso puente abajo hacia una zambullida fría y oscura. De paso más allá del límite a dejarse empujar a otro mundo. Dejarse llevar por las náyades, que lo arrastren a uno a su lecho más allá de las profundidades. "No respires", dicen. "No te esfuerces. Déjate llevar". Y obedeces, porque eres débil. Porque no has sabido resistirte al impulso más bajo de la decadente humanidad que te habita y de la que has nacido.
Así que déjate caer, húndete. No respires. Ningún esfuerzo merece ni merecerá nunca la pena: nada es verdad.

domingo, 8 de mayo de 2016

Melancolía decadente

La imagen de la melancolía decadente es, si bien manida, en cierto modo catártica e incluso divertida. No por ello deja de ser útil. Cuando nos golpea el mundo, cuando dolemos y lloramos, esa imagen de hombre abatido frente al televisor, agotado de la vida y en trance de dejarse morir puede dejar de ser algo de lo que huir y quizá un empuje a revolcarnos en el dolor. Per aspera ad astra, nos removemos entre el barro como cerdos.
Cuando nos vemos arrastrados a la inactividad completa, a la falta de deseo de mover cada músculo de nuestro cuerpo, es esa carencia total de motivación la que nos ata a la nada. A dejarse llevar por placeres nimios y banales, propios de una vida intelectualmente inferior a nuestra media. Es el alcohol, el tabaco, la mala televisión, la comodidad del sofá, lo fácil de no intentar nada y el miedo a que cualquier intento de existir en este mundo sea doloroso lo que nos deja desorientados y perdidos en un mar de lágrimas que quizá nunca llegarán a ser. Al fin y al cabo, un hombre no llora.
Aún así, esa imagen no es ni debe ser íntima. Hemos crecido ocultando lo que sentimos, ocultando el dolor. No es, sin embargo, inútil dejarse convertir en el faro oscuro que roba a cuanto le rodea de luz y alegría. Admitir que somos la tristeza, vivir con ello y quizás algún día dejar que una cuerda demasiado corta grite por nosotros lo que no atrevimos a gritar: que necesitamos ayuda.

sábado, 7 de mayo de 2016

No queda nada

Agacha la cabeza, húndela en la almohada que anoche empapaste de tus lágrimas. No hay nada que ver fuera de tu cama, más allá de tus párpados. No merece la pena levantarse ni moverse, no merece la pena vivir. Ni respirar. Solo estás aquí para dejarte languidecer, para caer en el olvido de una vida efímera, superflua.
Recuerda uno a uno los errores que has cometido y piensa si merece la pena intentar remendarlos. Piensa en qué has perdido, qué has llorado y qué creías tener. Y recuerda que cada vez que levantes la cabeza, vendrá el mundo a pisarla para meterla de nuevo en su agujero. Así es todo, no queda otra que ser complaciente y olvidar que alguna vez tuviste corazón. Pide disculpas y grita de rabia, olvida el orgullo y el amor: no queda nada.
No queda nada.

domingo, 24 de abril de 2016

El odio por lo que escribió uno mismo

"Ah, el odio por lo que escribió uno mismo", dijo aquella voz, profunda, irresistible, indestructible. "El odio por aquello que habéis de llamar vuestras palabras. Algunos las ocultáis como diálogos. Las escondéis entre voces de otras personas, otros personajes, otros seres o entes que ni siquiera son reales. Sabéis, tan bien como vuestros lectores, que no es así. Que sois vosotros los que decidís y pensáis cada una de esas palabras, cada cual de dichas letras. Sois vosotros los que decidís cada fonema, cada actitud y cada pensamiento. Cada frase, cada sintaxis, cada devaneo y soliloquio. Sois quienes domináis todo y no sabéis nada, porque a veces vuestros personajes escapan a vuestra comprensión. A veces no sabéis qué dirán al día siguiente, qué sílabas escaparán sus labios al próximo segundo. A veces, en ocasiones, os veis perdidos ante la genialidad o torpeza de sus propias habladurías."
Miré hacia él, sorprendido, incapaz de reaccionar. Lo miré como se mira a la nada, como se mira a la inexistencia, como uno supondría que se observa un agujero negro.
"Tranquilo, amigo", continuó. "Conservaré tu secreto. Sabré más que nadie qué has querido decir. Qué no has podido decir. Qué se ha quedado en el tintero y qué has pretendido que manche las páginas de mente ajena. Tranquilo, amigo mío. Yo siempre seré más diario que Roma entera. Yo siempre seré más bitácora que todos tus cuadernos."

sábado, 2 de abril de 2016

Plaga

"Os creíamos una plaga", dijo aquella extraña figura. De algún modo, era humano. Sin embargo, algo en sus proporciones, en su forma, no cuadraba. Llevábamos muchos años luchando una guerra que parecía interminable contra ellos. Lejos estaba el momento en que llegaron desde muy lejos. Mucho más lejos de lo que hubiésemos podido imaginar. Lejos quedaban los días en que todo cuanto sabíamos de ellos era que, si disparábamos, dejaban de atacarnos. Ahora hablaban nuestro idioma, entendían nuestras tácticas, nos estudiaban. "Os creíamos una plaga en un rincón perdido de la galaxia. Una plaga a exterminar antes de dejar que destruyera este planeta".
Asentí. No podía responder. Había oído historias de lo que les hacían a los prisioneros, pero todo eran rumores. El miedo bloqueaba mis mandíbulas y corría por mi espina dorsal, como agua convirtiéndose en hielo en mi interior. La sala era fría, metálica, y todo lo que podía ver era la silueta de un ser que nos parecía antinatural. Un ser escondido más allá de los límites de nuestra comprensión.
"Cuando empezamos a comprender vuestros idiomas, vuestros pensamientos, seguimos pensando que eran una forma de comunicación rudimentaria. Un rugido entre animales, un grito primal impulsado por el instinto de supervivencia", continuó su extraña voz. Era un sonido hueco, inhumano, pero no carente de emoción. Eran ondas que trepaban por las laderas del valle inquietante. Eran reconocibles. Las entendíamos y, a la vez, no eran nuestras. No éramos 'nosotros', por así decirlo.
"Teníamos miedo", logré decir. Mi voz temblaba. Era apenas un susurro velado por el miedo y el cansancio. Nunca había estado en la cárcel. Nunca había sido prisionero. Sin embargo, no imaginaba que pudiera haber algo peor que perder la libertad.
"¿De nosotros?", respondió. ¿Era desdén lo que dejaba escapar aquel sonido extraterrestre? "De nosotros, quienes temíamos vuestra ignorancia. De nosotros, cuando erais vosotros mismos los que os torturabais y matabais unos a otros..."
Unas manos frías y alargadas me soltaron. Mis muñecas estaban doloridas por efecto de las esposas. Las acaricié, pensativo, y pude ver el rostro vagamente iluminado de un ser sin ninguna expresión reconocible. Ojos, nariz y boca, pero ahí acababan nuestras similitudes. Tanto podíamos tener en común con aquellas facciones como con las de un tigre o un oso. Algo debí decir, aunque no lo recuerde, porque aquella voz de emociones incomprensibles me respondió.
"Nosotros nunca nos vimos como los invasores. Nunca pensamos que éramos los animales. Nunca nos vimos como 'inhumanos', como diríais vosotros. No podíamos creernos carentes de virtud, solo defendíamos lo que creíamos que debía ser defendido. Solo limpiábamos, acabábamos con una plaga".
Abrió la puerta de la celda. El pasillo era igual: frío y metálico. Allí no había nadie ni nada más. Solo unos cuantos muebles extraños que ningún ser humano hubiese entendido. Puede que fuesen sillas, mesas, ordenadores, teléfonos. Si lo eran, a mí no me lo parecieron.
"Intento comprenderos, entender vuestro punto de vista. Quizá no sea el único, pero no sé de nadie más entre los míos que piense así. Vete, antes de que cambie de opinión. Me queda mucho en qué pensar. Me queda mucho por averiguar. Quizá nos equivocamos. Quizá no estábamos acabando con una plaga. Quizá os quede una oportunidad de redención. Si es así, no quiero ser yo quien os la niegue. Sin embargo, ten tú y tened todos en cuenta que no somos monstruos. Empiezo a creer que ninguno de los que está luchando ahí fuera es inhumano. Y tengo miedo de que así sea, pues entonces tantas muertes habrán sido por un estúpido malentendido".
Salí de allí con paso inseguro. Con miedo, con curiosidad, con millones de emociones y preguntas agolpándose en mi cabeza. Aquella noche, cuando lo contase todo en el campamento, mi historia se convertiría en un mero rumor. Algo a descartar. Una mentira incapaz de acabar con la guerra que teníamos en nuestras manos. Quizá sucediera lo mismo cuando el carcelero hablara con los suyos.

martes, 29 de marzo de 2016

Azul

Y, si bien el azul sobre azul se hizo la nada, aún estaba tu silueta recortada sobre el horizonte. La viva imagen de una estatua de carne, de pie al filo del universo. Desafiando con su sonrisa al propio brillo de un sol de primavera. De una primavera que aún estaba en pañales, pero una primavera al fin y al cabo.
Y resonaba tu voz en valles y cavernas, tus cantos entre las hojas de los árboles. Salida de unos pulmones abrazados a un corazón de plata, y golpeando las piedras afiladas de los acantilados de mi niñez. Esos acantilados donde el azul se rompía contra la roca, como rompió el pelo contra tu rostro.
¿Lo peor? No recordar el qué gritó. Tan perdida estaba mi mente admirando la sombra de tus curvas recortadas ante el cielo de la tarde. ¿Lo mejor? Sí recordar la melodía de aquella voz que huía de unos labios con sabor a miel.

viernes, 18 de marzo de 2016

Up to the sunset hills

Take for granted that I would never fight against a lady, for such fair beauty and pure sight never should be disturbed by the scars of battle. Never should the cleanness of your skin, the twinkling sparkle in your eyes be extingusihed by the violence of a dispute.
Instead, I would cherish and worship; love and admire the light that you, like seven burning stars, pour into my lonely, wretched heart. A heart torn to as many pieces as leaves grow on the branches of the trees, all along the hills and fairy rings, or leaning against the rivers' calm waters. Waters that flow quietly, just like the words of your sweet voice, the whispers of your soul, floating among your lips up to beyond my thoughts, beyond my dreams, into the ghastly images of your beauty that haunt me every night, defeating the shine and beauty of the moonlight pouring through my window.
And as I close my eyes, the eyelids like courtains that fall over the stage of the world, and engulf my sight with darkness, only the light of your smile visits me, enlightening my new found world. For you are a queen. The perfect queen for the kingdom I have made for you. A kingdom of flaming passion and quiet love. A kingdom of loud moans and low whispers. Of burning stars and twinkling moons.
So come then, my love, I beg of you to take my hand. To let me be your shining knight and fend off the dakness that lurks in your nightmares. Come and let us walk side by side, among the rivers and the trees, over the leaves on the fairy rings and up to the sunset hills.

sábado, 12 de marzo de 2016

De ti ha nacido el lobo

Madre, no lo sabes, pero has creado un lobo.
De tu todo ha nacido una nada. De tu nada un todo. De ti ha crecido la necesidad de matar. De ti y de todos, la necesidad de devorar. De acabar. De eliminar.
No sé de quién, quizá de mí mismo, ha nacido la necesidad de destruir. El hastío que me llama cada noche a terminar. A acabar con todo.
De ti ha nacido el lobo.
Madre, de ti ha nacido el lobo.

sábado, 20 de febrero de 2016

Luces de ciudad

Caminando bajo la lluvia, vino su mente a pensar en todo y todos. Aquella chica que paseaba a su perro, preciosa. Aquel hombre que fumaba en la parada del bus, impaciente. Aquellos coches que rugían en la calle, exasperantes. El ruido le hacía difícil pensar. Le mareaba y levantaba migrañas. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo huir de aquellas calles ruidosas de ciudad, si no había ningún camino alternativo? Hubiera preferido sin dudarlo refugiarse en la tranquilidad del pueblo, alejarse de la carretera y vagabundear entre los árboles.
Hacía mucho que no veía un ciervo. Una ardilla. Un jabalí. Hacía mucho que no veía el mundo tal como realmente es: que solamente veía un vestido de cemento, a veces ceñido, a veces holgado, extendido sobre donde pisaban sus zapatos. Habían convertido al mundo en un ser humano más. Uno enorme, infinito en apariencia pero finito en sus formas.
Se sentó. Lió y fumó, mirando a uno de esos pequeños parques, donde los árboles se exhiben tristes para acallar las conciencias de nuestro salvaje interior. Como un zoo en pausa. Como un parque natural para animales sin músculo, sin vida aparente pero vivos a fin de cuentas. Más vivos, curiosamente, parecían los coches al otro lado de la acera. Y, le pese a quien le pese, estaban muertos. Vacíos. Llenos con cáscaras de humano, cada vez con menos alma.
Y la noche caía en el tramo de vuelta a casa. Las farolas se encendían como estrellas de pega. Los focos de los coches pasaban y cegaban. El cigarrillo ya estaba en el suelo, en cualquier charco, sabe Dios donde. Y el cielo, que tantas noches había mirado por su ventana, estaba hoy mudo, silencioso, en un plano color naranja que emanaba de millones de luces de mentira. Era mejor retirarse a morir lejos de todo.

jueves, 28 de enero de 2016

Haberse dejado caer

Que un día le dio por mirar arriba y ver las nubes. Y vio que corrían, libres, de Este a Oeste, mecidas suavemente por un viento a punto de lanzar su cuerpo más allá del suelo y ponerlo a volar.
Que un día le dio por ver las nubes y notar cómo su lluvia caía contra su cara, y le dio por dejar que las frías gotas golpearan su piel como millones de agujas tiradas desde lo más alto.
Y cuando lo hizo pensó en lo divertido que sería poder saltar de mundo a mundo, de monte a monte, y ver la mar, y ver a las gaviotas de tú a tú.
Lo hubiera hecho, sin dudar. Quizá le hubieran crecido alas, quizá se hubiera podido lanzar a la nada y quedarse allí, flotando. Ni en el suelo ni en el cielo. Ni hombre ni ángel, dejándolo todo pasar y a todos mirar.
Y si lo hubiera hecho, ¿quién le dice que no habría sido feliz? Fuese por su victoria o su fracaso, ¿quién asegura que no hubiera preferido estar allí?
Pero no lo hizo, como tantas otras veces, y salió de su ensoñación al borde del barranco. Miró ahora hacia abajo, a donde las olas rompían con furia. Y sintió aún más el viento, a punto de tirarlo. No de lanzarlo por los aires. No de levantarlo y ponerlo a volar. Lo sintió a punto de llevarse su corazón y de dejar una carcasa vacía que llevara sus zapatos. Un cuerpo podrido y perdido en un mar de hierbas y árboles. En un desierto de asfalto y paredes.
Si hubiese echado a volar. Si se hubiese dejado caer... si lo hubiera hecho, quizás ahora sería feliz. Pero es demasiado tarde y en adelante le toca vivir.

jueves, 21 de enero de 2016

Fracaso

Fracaso era una palabra poco común en su vocabulario. Prefería decir "error de cálculo", o "ya lo arreglaré". Sin embargo, aquel día, en aquella cafetería, se dio cuenta de que lo que realmente era todo aquello era un fracaso.
Creyéndose más inteligente, más hábil de lo que realmente era, metió la pata una y otra vez. Y allí estaba, perdido, sin saber si podría enfrentarse al futuro. Sin saber si podría seguir con ello. Jugueteó entre sus dedos con la idea de al fin saltar al vacío, como tantas veces había pensado asomado al filo del barranco, o al filo de un cuchillo.
Pensó que esta vez podría mirar a una mar embravecida, metros y metros bajo sus pies, golpeando las rocas con furia. Mirarla por última vez antes de dar un paso y dejarse caer, sin pensar, sin gritar, sin respirar... y abrazar con cariño al violento golpe del agua y las mareas. Abrazarlo y dejar que lo empujara una y otra vez contra las rocas.
Y ser, claro, feliz y libre al fin. Librarse de todo y todos. De cada sentimiento que corroía sus entrañas, de cada error que punzaba su memoria. De cada golpe que la vida le había dado hasta derruir su alma y dejarlo tumbado en el suelo.
No lo hizo, claro. Y a veces, y solamente a veces, la cobardía es buena en realidad. Es algo que nos salva la vida y nos aleja del filo.

jueves, 14 de enero de 2016

De la calle gris a la mente colorida, ida y vuelta

Se cruzó con ella en el portal. Llovía, y él acababa de volver de hacer la compra. De las gafas de ella asomaban unos preciosos ojos oscuros. Bajo su deshecha melena, él exhibía unos ojos verdes. Sonrió.
-Hola.

-Hola-fue la respuesta de la chica, con idéntica sonrisa.
Y mientras abría la puerta, un gracias y un de nada le dieron qué pensar. Hacía mucho que su mente no divagaba sin ataduras. Que sus neuronas no se distraían en pleno mundo ni le alejaban de la realidad.

-Gracias a ti, por existir-le dijo, y un sonrojo apareció en los pómulos del rostro de la joven.
-Vaya, qué directo-fue la respuesta, algo tímida y entrecortada, que a su vez sonrojó los huesudos pómulos del muchacho.
Y en la terraza de al lado, el café caliente sabía a gloria, escondidos como estaban bajo el toldo mientras la lluvia inundaba las calles. Los coches iban a su ritmo, las personas caminaban apresuradas, como siempre en la bulliciosa ciudad. Pero para ellos dos, aquel momento, en aquel lugar, era pausado y eterno. Era el infinito en una taza de café con leche.
-Tienes una mancha en los dientes-dijo ella, divertida por el desastre de hombre que se sentaba al otro lado de la mesa.
-Mucho café y mucho tabaco-respondió él, pensativo-¿Te importa que fume?
-No, claro, adelante... ¿te importa compartir?
Él lió dos cigarrillos, y le dio uno a ella. Los encendieron y fumaron ante las tazas ya vacías, mientras la terraza parecía vaciarse por momentos. La gente se iba y los dejaba a solas con su intimidad. Vivían en el mismo edificio, en la misma calle de la misma ciudad, y se habían encontrado en un país patas arriba. Parecía magia de aquella que no puedes explicar.

Pero la chica ya estaba en la calle, y de los labios del muchacho nada surgió. Observó a través de la puerta cómo se iba, pensando en su propia cobardía, en su falta de valor, mientras subía la compra por las escaleras, piso a piso, apesadumbrado y aún dejando que se desvanecieran los restos de su imaginación.
El gato le saludó, y guardó todo en la nevera. Se preparó algo de comer y se sentó. Virginia Woolf le aguardaba tirada sobre el sofá, y suspiró. 
La imaginación es a veces el refugio de la cobardía, se dijo a sí mismo.

lunes, 4 de enero de 2016

De soledad y otras cosas

Las dos de la mañana de un cuatro de enero...
De soledad y otras cosas se forman los contornos de su visión. De oscuridad, de miedos, de medias verdades. De un no poder ver más allá de la apariencia, no entender el mundo que le rodea.
Decide levantarse de la cama, con un suspiro, y caminar a la cocina. La cafetera está vacía, y se fuma un cigarrillo mientras prepara otra. Apoyado en la encimera, mirando por la ventana mientras la fatiga derrota sus hombros.
El patio de luces está tranquilo. Apenas un gato que mira desde abajo. Unas gotas de llovizna que empiezan a caer en la mañana gris. "Será un día largo", piensa, justo al tiempo que la cafetera empieza a soltar vapor. La aparta del fuego y se sirve su bebida en una taza sucia. No ha querido fregar, debería haberlo hecho.
Mientras se viste, se pregunta qué habrá sido de todas sus ilusiones y esperanzas. De todo aquello que derrotaba al miedo y a la desesperanza. Se han desvanecido, acaso sin dejar rastro alguno, en una espiral de oscuridad y desconfianza. En un pozo de amargura sazonado con cenizas de más cigarrillos de los que quisiera admitir.
Las escaleras están vacías. Eso es una suerte: no quisiera tener que saludar a nadie, tener que mirar a nadie, tener que pretender que entiende a nadie. Gracias a eso, puede bajarlas con paso cadencioso, sin prisa pero sin pausa, tambaleándose, pues su equilibrio ya no es el que era.
En la planta baja, la luz entra mortecina a través del portal. Los coches vienen y van ahí fuera y la gente camina sin prestar atención a nada. A juzgar por las horas, deben estar yendo a trabajar. Y trabajar resulta anodino. Quizás por eso las expresiones de abatimiento en sus caras. Ni una sola persona parece feliz de tener que madrugar. Debe ser algo antinatural.
Abre la puerta y mira al cielo encapotado, mientras la lluvia crece en potencia y cantidad.
"Será un día largo..."