El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Mi habitación

Hipnotizado por la droga, observo mi habitación. Me sumerjo en un mar de ojos que me miran burlones. Parpadean cuando me muevo, y me tumbo. Las paredes, de mil tonos de amarillo, tiemblan despacio. Y sus tonos se confunden al deslizarse sobre mis ojos. Los ojos que lloran lágrimas frías. Me tumbo y veo en el suelo bocas que ríen alto, como a carcajadas. Pero no oigo nada. Mi perro dejó de ladrar. La puerta sangra por sus heridas, como garras de tigres que le han arrancado la vida y dejan que las sobras resbalen por su piel, relamiéndose las zarpas con un ronroneo. En mis zapatillas hay cuadrículas que bailan al ritmo de la música, y todos los pétalos del mundo hacen brotar flores verdes y amarillas, en las que lloran niños y niñas desamparados; los huérfanos del tiempo y de Dios que fueron dejados en un tronco a la deriva. Y mis letras son filas de hormigas que marchan contra un volcán para apagar su fuego, ese que viene desde las entrañas de Dios, donde llora un Buda y Ganesha pierde sus brazos. Donde Hércules pierde su fuerza. Donde el Dharma es mentira y los ojos de Horus son ciegos. Donde Eva y yo paseamos entre las flores de un Edén perdido.

martes, 25 de octubre de 2011

Comodidad

Con un hierro al rojo se marca en el antebrazo. En dos días quedará ahí una cicatriz rojiza de por vida. Se ha convertido en ganado. Esa educación que le daba datos inútiles con el fin de convertirle en una herramienta cada año más útil para el mundo que otros habían creado le queda ya muy atrás. Quiere ser otro. No quiere ser ganado. Quiere ser otro tipo de ser. Un ser libre. Un ser que vuela sobre el mundo y ve cómo decae, cómo se pudre en vidas cómodas y sencillas, sin ningún objetivo más allá de la muerte.
Sin ningún objetivo más allá de vivir y olvidar. De perder el tiempo que la ciencia les da. Llegando a viejos para nada en particular, sólo para morir y ser olvidados. Creyendo religiosamente en una maldición y una redención que les obliga a crear una moral con la que obtener premios y más premios tras una muerte que temen en lugar de asumir.
Huyendo del dolor, sintiendo pánico del placer, y sólo les queda vivir en un estado de comodidad vacía y muerta. Fría como el hielo.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Noche tras noche

Noche tras noche, se encuentra mirando a las luces de ciudad y preguntándose si todo merece la pena. Si él ya es un juguete roto o queda aún algún Geppetto que lo pueda arreglar. Que pueda llegar y darle color a su mundo. Su musa está vacía, su garganta seca y llena de humo arde como mil fuegos, y las lágrimas le manchan la chaqueta. De tanto pasarse las manos por él, su pelo tiene una forma que no volverá a tener.
Sobre una hoja de papel amarilla descansan sus manos ensangrentadas. Se ha cortado hace tiempo, pero no le duele. Le duele más eso que tiene en el pecho, que le palpita y le mata. Unos lo llaman corazón. Él dice que es lo único que no quiere. Que sólo le ha traído y le traerá problemas. Que es lo que le hace llorar. No quiere amistad. No quiere amor. Ya no. Sólo son alfileres que clavar en sí mismo. Heridas nuevas que desgarran su carne.
Noche tras noche, llora.
Noche tras noche.

domingo, 7 de agosto de 2011

Three Roses Bourbon

Eran tres, y se sentaban bajo las estrellas, sobre la hierba, en una de esas calurosas noches de verano, en las que no se puede dormir pero sí soñar despierto. En el claro de aquel bosque, sólo los acordes de una guitarra tiempo atrás muerta y, de fondo, el crepitar de las llamas y el romper de las olas en una playa desconocida. Llovían estrellas y morían planetas aquella noche y ellos, aunque atrapados en una millonésima parte de la existencia, y aún jóvenes para entender lo corta que puede ser una vida, se sentían por momentos libres como pájaros al alzar el vuelo. Aquella noche, el infinito era el límite; la música, el vehículo; el bourbon, el combustible. No bebían para olvidar. Bebían porque necesitaban sentirse libres.
-He visto una luz parpadear-dijo uno.
-Has visto una estrella morir-dijo otro-. Has visto algo que pasó antes de que nada que conozcamos existiera.
Hacía horas que de los ojos del segundo brotaban lágrimas. Quizá algún amor que nunca superó. Quizá felicidad pura. Quien había visto la estrella morir, sin embargo, tenía una felicidad menos melancólica. Reía, reía y reía. Nada era mejor que aquello.
El tercero, suerte de disc-jockey, escuchaba ausente las canciones. Una tras otra, mirando al infinito y pensando en aquella persona con quien quería estar. Ella, de todas formas, también estaba ahí. En su corazón y en el de aquellos amigos que darían un brazo por verle feliz. En cualquier caso, él debía sonreír. Otro debía dejar que se oyeran sus carcajadas. El último debía dejar sus lágrimas caer al mar.
Llegó una canción. El melancólico la recordó con un trago de bourbon. Una de las mujeres que más le habían influido en su vida se la había enseñado por primera vez hacía unos años. Una Atenea de carne y hueso que se veía fuera de lo terrenal. Cantó y cantó entre lágrimas, pensando en ella. Ya le llegaría un mensaje en una botella a las inexistentes costas de Madrid, "allá donde el mar no se puede concebir", que dijera Sabina, para contárselo.
Y al amanecer, todos deseaban de veras seguir aún en el claro de aquél bosque, junto al fuego.
Bajo las estrellas.

A ti

Querida mía:
Recuerdo aún esa noche. No hacía mucho habíamos estado en la playa y yo me moría de ganas de ser ese chico con el que jugabas. No por el hecho de ser él, sino simplemente por jugar contigo y reírnos de todo y de todos. De eso hacía sólo unas horas, pero aquella noche, después de cenar, daba igual quién estuviera: me bastaba para ser el hombre más feliz del mundo el poder dejar que se cruzaran nuestras miradas. Mis ojos de niño contra los profundos pozos que brillaban en tu cara, risueños.
Esa noche fue mágica y perfecta hasta decir basta. Cada segundo en el que sólo estábamos tú y yo, escondíamos entre el humo de nuestros cigarrillos las risas, y pensábamos que volvíamos a ser niños. Y, como colofón, te quedaste conmigo en la playa, antes de ir a casa, terminando el último mientras yo bebía para entrar en calor.
Te hubiera besado a la puerta de tu casa. Por suerte o por desgracia, soy un maldito cobarde.

jueves, 14 de julio de 2011

Siddhartha Gautamá

«Triunfaré sobre el nacimiento y la muerte y venceré a todos los demonios que hostigan al humano»

Sobre el niño, sentado sobre un loto, y su madre, yaciente y dolorida, herida por el elefante de seis colmillos, caía una lluvia de pétalos que lo volvía todo mágico e irreal. El niño era majestuoso. Era el hijo del rey. Era la meta de los perfectos. Aquello que todo ser debía anhelar, aquello a lo que cualquiera debía aspirar.
Aquello que se veía en el centro del Nirvana.
Ella lloraba lágrimas agridulces, de dolor y felicidad. Todo era hermoso y perfecto, y había nacido un santo.
Había nacido un santo.

sábado, 4 de junio de 2011

Where do we go from here?

Se sienta sobre uno de los bancos del puente y se fuma un cigarrillo. El dolor aún es palpable, pero se ha vuelto a hacer parte de él. Como cuando era rechazado todos los días. Como cuando estaba solo. Como esas tardes, y esos días que no quiere que existan.
Contra el banco, su amante más fiel: la guitarra. Descansa en su funda, vieja y sucia. Da igual, no tiene por qué ser bonita. Ni por qué sonar bien: es suya y es lo que importa. Y como él, es siempre errante. Ever wanderer.
En su bolsillo palpa una baraja francesa y el estuche de una armónica. Otro par de amantes. Está rodeado de amor de ese que sólo dan los objetos. Que sólo miran, que sólo escuchan... pero que reconfortan a un corazón roto.
Y si las lágrimas llegaran al suelo, sería hora de irse a otro sitio.

sábado, 26 de febrero de 2011

Viejo

Enciende la luz y mira por la ventana. Su rostro es venerable, anciano. Parece que polvo de un millón de años se cuele en sus arrugas cada noche. Su pelo blanco se aleja poco a poco de las sienes, huyendo de la juventud. Quiere morir.
Sus gestos son lentos, torcidos. Sus músculos son finos, débiles y temblorosos. Y si sus manos sirven para la mitad de cosas de las que podían hacer en buenos tiempos, puede dar gracia. Sus caricias languidecen y su sonrisa se apaga.
¿Y si sus piernas aún lo sostuvieran? Ahora están muertas, inútiles, sobre una silla de ruedas. Ya no correrá, ya no caminará. Lo que llega al suelo, en el suelo se queda, pues es inalcanzable para él. Las hojas de papel son tesoros olvidados en tierra de nadie. Nunca sabrá lo que cuentan: su vista ya no se lo dice. Las letras son borrosas, y las palabras, viejas y oxidadas. No sabe cómo evocarlas, no sabe cómo nacen ni cómo mueren. No sabe dónde los puntos caen, ni dónde las comas se arrastran.
Y, mirando al amanecer, muere. Muere.
... Duerme.