El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Olvido

Respira. Y que sea hondo, por favor. Esta vez, que el aire llene tus pulmones, insuflando vida y muerte en tu pecho.
Y dime, ¿en qué estabas pensando? ¿No lo recuerdas? No importa entonces, ¿verdad que no? Porque, al fin y al cabo, de tantas cosas que olvidamos... Digamos que son cosa del pasado, y que si alguna vez existieron, la cosa no es ya si tenían importancia o no, ni qué eran en concreto. La cosa es que ya no están, y puede, solamente puede, que vuelvan si tenían alguna importancia.
¿Qué sería de aquel castillo que imaginabas, con sus ventanas y estandartes, si no tuvieses que reconstruirlo cada vez que invocas su recuerdo?
Las paredes que crecen entre la hierba, y se alzan pétreas e infinitas bajo la luz de un sol que no existe.
Rompen la línea ondulante de las verdes praderas, recortándose altivas en el horizonte. Ondean en lo alto las banderas, y brillan las ventanas en destellos imaginarios.
Fuegos fatuos que habitan sus pasillos, rompiendo el silencio en ecos de ultratumba, memorias salidas de la nada para poblar pabellones y de piedra inexistente.
Es aquí donde guardas tus memorias, y las pierdes y buscas y rebuscas. Si ya no están aquí, carece de sentido aventurarse más allá de las puertas.

viernes, 10 de noviembre de 2017

A veces, fantasías

A veces, cierra los ojos y echa de menos aquel piso cochambroso. Cierto es que era un antro, un cúmulo de mierda, un cuchitril. Pero era su cuchitril. Aquel pequeño hueco en mitad de la nada que solo visitaba para emborracharse y dormir.
Solía tumbarse en el sofá y encender la televisión. Abría una bolsa de patatas, una lata de cerveza y de golpe era el rey de aquel pedacito de nada. Aquel salón maloliente, la cocina con los platos sucios apilados. Era el rey de una ratonera llena de basura, pero seguía siendo el rey. Solo le faltaba una corona. Mugrienta y vieja, para que hiciese juego con todo lo demás.
A veces, cierra los ojos y echa de menos aquella casa en el pueblo. Cierto es que era una casa preciosa, amplia, luminosa... pero no es eso lo que añora. Era su casa, de su familia, y allí era uno de los príncipes. El niño mimado de la realeza, que miraba con desdén a la prole de ratas y cucarachas plebeyas que huían a la luz de la linterna.
Solía tumbarse en el sofá y ver la televisión. No había cerveza, ni patatas, pero por aquel entonces no las necesitaba. Solo gritaba por dentro y esperaba que todo acabase.
A veces, cierra los ojos y los gritos de sus neuronas son tan educados que le dejan dormir.

Fantasías delatoras que dibujan sus sueños, mientras las gotas de  lluvia golpean los tendales. Caen sobre ellos con furia, y se desmoronan en mil fragmentos de aguas del cielo. ¿Es la melancolía la que mueve su mano? ¿Quizá la soledad, o una pura y profunda tristeza, lo bastante grande para hacerle llorar, pero no lo suficiente para borrar la sonrisa de su rostro?
Se pregunta a cuento de qué vienen esas frases largas, grandilocuentes. Metáforas bien envueltas que su mente vomita como si fuesen comida en mal estado. Duda a menudo de su capacidad, de lo que es real y lo que no. Y aún así, sin embargo, no obstante, en definitiva se pierde en las propias palabras. Y busca. Y patalea. Y sueña con que sus palabras son suficiente para cautivar el corazón de aquella dama. Y tocar su alma. Pero no lo son, se quedan cortas o se pasan de largo, y ahí está él de nuevo. Solo. Solo sobre las líneas de un papel vacío, descompuesto, desintegrado en una explosión de letras. De la a A a la Zeta. Como gotas de lluvia que golpean los tendales.

lunes, 31 de julio de 2017

What I carried along

May you be the love of my life;
Or the woman who turned me into a monster?
May she be between love and hate;
Or the extremes that are brought along her?

May it be that I'm alone;
Or that you all have stabbed my back?
May that feeling in my bones
Be telling me that everything's bad?

Perhaps it's time for paranoia to run free.
Time for the love to be a thing of the past.
May it be time for me to lay still,
Or to wake up and let it out at last.

Out of my brain and of my thoughts.
The hate and rage I've carried along.

miércoles, 26 de julio de 2017

Hay una hoja flotando en la ría

Hay una hoja flotando en la ría.
Esquiva, se esconde entre rocas
de caluroso día, de noche fría.
Rompe entre el agua de las olas,
y flota sobre la espuma de una mar bravía.
Vive en el puerto entre peces y escoria,
esperando viajar y no hacer historia.

Hay gaviotas entre las velas, los mástiles.
Vuelan y picotean, cayendo en picado;
a solas o en bandada, sobre presas fáciles.
Rompen entre las nubes y gritan, chillan
con rabia y hambre entre pescadores anonadados.
Viven en el puerto sobre peces y escoria,
sabedoras de su propio viaje y de su historia.

Hay hombres entre las avenidas, las aceras.
Ausentes, caminan perdidos por lugar desconocido
y se lanzan a la espera, sin cautela, sin reserva.
Rompen entre llantos y risas, el pecho henchido
en orgullo verdadero; visitantes de medio pelo, creyentes
del servilismo que sonríen entre dientes
pensando "no seamos amables con el servicio".

miércoles, 14 de junio de 2017

Navaja de afeitar

Los de tu calaña viven pensando que lo que hacen no tiene consecuencias... pero no podríais estar más equivocados. Tan errados estáis que a veces dan ganas de reír. Lo que hacéis crea monstruos... creéis que todo se olvida, todo pasa... pero no. Lo que hacéis crea monstruos, te digo. Y sentís el terror cuando estos monstruos se asoman a vuestra puerta.

La bolsa de lona se apartó de su cara con brusquedad, arrancándole parte del pelo en su trayecto. Rápidamente, el frío de una navaja de afeitar acarició su cuello. Quiso gritar, pero estaba amordazado. Quiso correr, pero estaba atado a aquella incómoda silla. Ante él, en lo que podía ver en el círculo iluminado en cuyo centro estaba la silla, solo suelo. Una habitación vacía. Alguien le sujetaba la cabeza, y quiso suponer que era la extraña voz que le hablaba desde la oscuridad.

Esa pobre chica, tan lenta, tan despistada... ese chico tan feo, tan ridículo... esos gemelos a los que vestían siempre igual, y daba para muchos chistes... Lo pasasteis bien haciéndoles daño, ¿verdad? Era por su bien, pensabais a veces. Otras solo era porque os cabreaba su mera existencia. Pensasteis que jamás valdrían nada, que todo seguiría como estaba. Siempre seríais los depredadores, siempre ellos las presas.

Recordó a sus viejos compañeros. Todos se habían desperdigado por el país en trabajos de mala muerte. Todos, sin excepción. Uno de ellos era camarero en el norte, otro barrendero en el sur... y así hasta terminar con la lista de todos los que había considerado amigos. Ahora él estaba solo, sin nadie a quien recurrir, en una habitación que ni siquiera sabía dónde estaba. En una habitación de la que ni siquiera sabía el color de las paredes. Por todo lo que sabía, podía estar a cien metros de su propia casa. Intentó gritar, pero no pudo. La mordaza estaba demasiado apretada.

No te esfuerces. No pidas ayuda. No supliques. Yo ya he tomado mi decisión igual que vosotros la tomasteis hace tiempo. Y no hay nada que temer. Al fin y al cabo, lo que te espera es una parte natural de la vida. Pronto estarás lejos, y no tendrás nadie a quien hacer daño... ni nadie que te haga daño. Olvidarás lo que es ser predador o presa. Lo olvidarás todo. Sonríe para la foto.

Un flash iluminó levemente la sala. En su retina vio a los payasos tras la cámara, riendo y bailando. Una imagen de apenas una fracción de segundo que se quedó grabada en su cerebro mientras la navaja de afeitar cruzaba su cuello de lado a lado. La sangre brotaba de aquella sonrisa siniestra, los ojos se le salían de las órbitas, ahora cegados del todo, intentando ver algo que no fuesen aquellos payasos tras la cámara. Su cuerpo se sacudía intentando alejarse de la silla. Su voz era apenas un gorgoteo que se golpeaba contra la mordaza. Y, poco a poco, la habitación se dejó ver. Borrosa, difuminada, pero se dejó ver. La luz tenue ahora la inundaba, pero los colores desaparecían. No había ningún detalle, no podía distinguir los materiales... solo a una figura que taconeaba entre los payasos, hacia la puerta. Una figura familiar... una persona a la que debió decir adiós.

jueves, 30 de marzo de 2017

Montaña rusa

De arriba a abajo. De abajo a arriba. A veces, el suelo es el cielo y el cielo el suelo. A veces todo es una espiral sin definir, una vorágine de colores surrealistas en la que no se distinguen los detalles. Otras, todo es un mar de calma. Te sientas y disfrutas del viaje. Te sientas y miras a tu alrededor, a vista de pájaro, dejando que pase el viento helado entre tus cabellos, acariciando tu frente, taponando tu nariz. Otras, las menos, estás parado. Estancado. Estás en la espera de que todo caiga, de que el suelo te atrape y te lance contra él en un letal abrazo que solo es frenado por el chirriar de las vías.
Esa sensación en el estómago que al principio es adictiva, luego cansina y al final destruye tu vida, pone patas arriba tus entrañas y fluidos mientras luchas por mantener la compostura. Esa sensación al final te derrota, y se deforma tu rostro en un grito sin palabras, en un golpe de voz largo y doloroso, que quema tus pulmones y los vacía hasta la incapacidad. Te deja, como pez fuera del agua, boqueando y aleteando débilmente, con tus brazos colgando a los lados de tu cuerpo, tus piernas dormidas e incapaces de caminar. Tirado como un muñeco de nieve al sol, que se derrite poco a poco sobre su asiento dejando escapar los fluidos que lo conforman.
Buscas a diestra y siniestra la calma. Buscas en el futuro la próxima meseta que te permita descansar, pero son todo precipicios, giros, vueltas y caminos del revés. Todo está patas arriba y no ves fin. No ves arreglo. No ves forma de cambiar nada. La inactividad te atrapa, la inefectividad se hace forma en ti, y tu impotencia no tiene límites. Tu incapacidad es tu rasgo más fuerte. Solo eres un mueble, nada más. Un mueble molesto al que hay que apartar. Un obstáculo que esquivar para llegar hasta el sofá.
Te mimetizas, te haces pequeño. Evitas que tengan que apartarse demasiado. Te alejas de todos y todas, y todo y toda. Te vas, sin hacer mucho ruido, por la puerta de atrás. Esperando que los demás tengan más suerte de la que tú tuviste. Que puedan con la montaña rusa. Que las losas que cargan no destrocen su columna vertebral. Que todo y nada vuelva a ser una escala de grises. Que haya términos medios y tranquilidad en sus vidas.
En la tuya solo quedan convulsiones y gritos ahogados en una esquina.

domingo, 19 de marzo de 2017

Die Hoffnung - Los perros de presa

Desde una posición discreta como la suya, pero poco a poco cayendo en la ruina, la familia de Mikha'el empezó a ver en noticias, en rumores, y en comentarios, cómo el cerco se iba cerrando sobre su gente. Por pura picardía, el muchacho se lograba zafar de las agresiones y la violencia, cada vez más cercanas, cada vez más peligrosas. Las palizas, los embargos, los robos impunes, cada vez más a la orden del día, se cernían sobre ellos sin rozarlos, pero siempre proyectando una sombra, una presión sobre sus gargantas.
La familia de Rifka, por otra parte, gozaba de una relativa comodidad. Acogidos por el régimen, más como utilidad que como verdaderos amigos, se les mantenía continuamente en el filo de la navaja. Aunque ella no lo sabía, sus padres se veían obligados a ceder cada vez más su honra y sus convicciones para mantenerse con vida, tan endeudados como estaban con el Partido. El matrimonio de su hija con Hans era claro ejemplo de ello, y, aunque él se iba volviendo frío y distante, a ella no se le ofrecía la posibilidad de terminar la relación.
Así, con el tiempo, tanto Rifka como Mikha'el buscaron aislarse de su vida real, ausentándose durante noches, ella casi a escondidas de su familia, y él casi a escondidas del mundo entero, en locales de música oscuros y alejados. Allí donde todo parecía pararse, y a nadie le importaba nada más que bailar y beber. Y tal era su asiduidad que, por pura estadística, no tardaron en volver a cruzarse sus caminos.
Ella bebía tranquilamente, mientras él se mantenía apartado, intentando que nadie notase el hecho de que él no estaba consumiendo nada. Que solo estaba allí por la música y la tranquilidad. Desde su esquina, el joven muchacho distinguió al instante a la joven del pelo oscuro. Bien vestida, alegre como estaba hablando con el camarero con una cerveza en la mano. Era la muchacha de la tienda de discos, y estaba radiante. Dudó si acercarse o no. Rifka estaba prometida. Con un alemán, nada menos. Él solo era un golfillo venido a menos. Un chico de la calle. La clásica historia de Romeo y Julieta, complicada no solo por sus familias, si no por el mundo en el que les había tocado vivir.
Justo ese mundo en el que vivían, al final, hizo la decisión por él. Y, cuando la joven se giró y sus miradas se cruzaron, ambos se reconocieron al instante. Se sintieron atraídos por un imán invisible. Como si sus cuerpos tuviesen la necesidad de buscar el contacto, y sus miradas no pudiesen alejarse la una de la otra. Casi sin darse cuenta, estaban frente a frente.
Si mal no recuerdo, te llamabas Rifka, ¿verdad?
Ella asintió con una sonrisa, y bebió tranquilamente de su cerveza. El camarero, ahora desocupado, se fue sin hacer preguntas, pero dejando caer una mirada de sospecha hacia el joven callejero. Ajenos a ello, los dos enamorados empezaron a hablar.
Gracias por tu ayuda el otro día. El regalo le gustó mucho a Hans... o eso creo, suspiró ella.
¿Eso crees?
Sí, bueno, es que él no es muy expresivo. No pasa nada, estoy segura de que le ha hecho ilusión.
Supongo, repuso Mikha'el mientras miraba a su alrededor. La gente empezaba a mirarles. Aunque no está bien no dejar claro cuando un regalo te hace ilusión.
¿Por qué nos miran?
No lo sé, pero no me parece nada bien... algo huele raro por aquí.
Callados, nerviosos, los dos jóvenes miraron a la puerta justo en el momento en el que se abría, dejando entrar en tromba un grupo de policías. Raudo como buen pícaro que era, Mikha'el cogió a Rifka del brazo, y al grito de "corre", ambos se lanzaron entre el gentío hacia la puerta de atrás. Cuando la patrulla los localizó, la distancia en el bar pareció desaparecer mientras los hombres uniformados corrían tras sus pasos.
En la calle, jadeando y sintiendo la lluvia golpear sus rostros, corrieron lo más rápido que les permitieron sus piernas. La policía seguía detrás de ellos, se lanzaban como perros de presa, ya preparando sus armas para disparar. Mikha'el obligó a la chica a correr en zigzag, y, en mitad de la calle, eso bastó para evitar que sus perseguidores disparasen.
La persecución los lanzó de callejón a callejón, nunca sin salida, gracias a los conocimientos del chico. Finalmente, la joven Rifka vio una vía de escape en la forma de una casa recién embargada que alguien había olvidado cerrar. Con la espalda contra la pared, y aún intentando ahogar sus jadeos, oyeron cómo las botas repiqueteaban en el asfalto a apenas unos metros de distancia. Un sonido que pasó junto a ellos fugazmente, pero en lo que pareció ser una eternidad. Sus corazones, desbocados; sus mentes, intentando ahogar imágenes de captura, prisión, agresión, asesinato...
Creo que ya se han ido... susurró al fin Mikha'el.
Me conocen... me conocen y saben quién es mi familia...

jueves, 16 de marzo de 2017

Falsalcurnia

De no perdidos, no ganados
títulos nobiliarios, en trance
de ser simple papel mojado
a miles de euros de alcance.

Con coste y sin valor 
se aproxima la bajada del telón.

Nobleza y alcurnia a golpe
de billetera, valencia fortuita
para el mimado niño torpe
toda entera, nunca gratuita.

Entre seda y sin temor
se acerca raudo al golpe de calor.

Destila creencias por los poros,
convencimiento de su valía.
Desbanca a unos y a otros,
su nombre usando con osadía.

Con regalos sin amor
paga presto el alquiler de un corazón.

Salvas a sus apellidos, su fortuna
siempre asumida. Piedad a sus delitos,
su alcurnia jamás puesta en duda.
Salvado por mano de poder infinito.

Rezos a un Dios vengador
que golpea a quien no gozó de "honor".

miércoles, 15 de marzo de 2017

Dos por uno

Olvidados, cuestionados, desharrapados
de húmedo llanto en calles oscuras.
Iluminados, idolatrados, ensalzados
de cálida sonrisa en mansiones pulcras.

De a dos caras por moneda,
cruz y corona grabadas.
Doble moral por bandera
de creencia despistada.

Vara corta, despuntada y quebradiza
para medir sabiduría de pozo humilde.
Vara larga, recia, contundente y maciza
para medir cultura del lago Idilie.

De cruz y muerte, penosa
calavera pirata.
De sable ardiente, corona
de reino de ratas.

Oscurantismo de poeta moderno
en su vanguardia de metáfora expresiva.
Repelencia de poetiso alterno
que moja versos de forma irreflexiva.

De penosa muerte, llora
la madre rota.
De gloriosa ídem, gloria
al prolífico asceta.

Dignificado y no recompensado,
recompensado y no dignificado.

Escribiente en sombra, sin nombre,
escritor sobre alfombra de hambre.

Triste uno, alegre el otro.
Pierdes el tiempo, pobre tonto.

La tarima

Entre las posibilidades de la enseñanza encontramos grandes mentes y pobres neuronas. Ambos se pueden encontrar tanto en la tarima como entre el público, y, tristemente, son las segundas las que más llaman la atención.
El público o alumnado, masa informe y anónima, funciona por estadística. Por este engranaje, la mera cantidad de cráneos vacíos derrumba la visión de las supuestas mentes brillantes de nuestra generación. Aquellos que pueblan las tarimas, sin embargo, son otro cantar. La autoridad de que gozan a través de un mazo numerado del cero al diez se traduce en una prepotencia que inclina a tomar como verdad absoluta la pura creencia. Esto se palia en algunos casos con las virtudes de la humildad y el respeto. Humildad que, al contrario de lo habitual, desaparece con la edad. Respeto que, si bien es exigido al joven, desaparece en el anciano.
A menudo, y dependiendo siempre de la persona, el profesor actúa como un titiritero que disfruta de jugar con su público como si de un pueblo de marionetas se tratase. Dictatorial e irrespetuoso; interrumpe, ríe y critica sin argumento, aprovechando la autoridad del mazo y la sumisión de su público; necesitado como está de medrar en el mundo adulto.
Es esta medra, este asentamiento, el que da una ventaja inequívoca al necio estudiado. Es el haber terminado de leer todo lo legible y algo más, el considerar que lo que él sabe vale más que lo que cualquier otro pueda saber. Es esta falsa sensación de superioridad por unas normas arbitrarias la que dota de mayor peligrosidad a la falta de juicio y razonamiento del hombre de la tarima. Es la falta de debate, el rebaño sobre el que vomita a sabiendas de que no habrá ninguna respuesta, ninguna apreciación. Y, si la hay, no dudará en cortarla con una sonrisa, sabedor él de que no importa lo que pregunte, ni la respuesta. Solo importa lo que quiera pregonar desde la tarima.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Oneiros

El temblor de una pierna desbocada, miembro sin control y con deseos más allá de los propios. Se sacude lejos de mi intención, en un nerviosismo ajeno a mí, que se contagia al resto de mi cuerpo. Se contagia e invade cada rincón de mi ser, de mis órganos, de mis entrañas. Rellena mis vísceras con un temor absurdo, inconsciente, informe.
Sudor que empapa mi piel, bajo la cubierta de unas sábanas que se resisten a abandonarme. El abrazo de un Morfeo agobiante, asfixiante, que parece querer matarme más que dormirme. Marea y debilita mis músculos, que se niegan a moverse, a liberarme de las ataduras de esas capas de tejidos. Los hilos entrelazados parecen una barrera infranqueable contra el mundo, contra el aire. Buscan aislarme de mi sustento vital.
Pulmones agarrotados, y la duda de si respirar por boca y nariz. Garganta irritada, fosas nasales bloqueadas. Haga lo que haga, el aire parece siempre insuficiente. El calor sofocante me desmaya antes que dormirme, plaga mis sueños de imágenes que se derriten. Deformes monstruosidades dispuestas a saltar desde los rincones de mi visión, a sorprenderme salidas de los rincones más recónditos de mi imaginación.

Me siento innato. Me siento una barca en los fluidos del cosmos.
Escondido entre los juncos, observo un elefante recortado por el sol. En un claro del manglar, balancea sus colmillos con parsimonia, recogiendo ramas del suelo con su trompa. Las mastica, mirando a la nada, con una paciencia eterna que le otorga un estar sabio, casi calculado.
El animal, con sus ojos vacíos, se gira para mirarme. Parece clavar sus pupilas en las mías, a través de los juncos que creía que me mantenían a salvo. A mis espaldas, gritos, rugidos, desesperación hecha sonido que se alza de entre las copas de los árboles, entre los arbustos, bajo las raíces. El manglar retumba en un temblor ancestral a medida que el sabio elefante se acerca hacia mí. Me hace saber que todo va bien, que él me protegerá, y me alza sobre su lomo, sentándome entre las nubes que rozan su grupa.
Me siento pequeño. Me siento una mota de polvo en un mar de arena.
El desierto se extiende a mis pies, como una fina capa sobre fina capa de arena. Un lecho de rocas que hace de cama a un mundo yermo, sin vida. Mis pisadas son gigantes, mis colmillos crecen y se curvan. Balanceo mi cabeza en un vaivén rítmico, calmo, que acompaña a mi caminar de cuatro patas.
Hollando las arenas alcanzo una montaña, y mis pies se elevan sobre su pico, donde un águila vuela alrededor de mi cabeza. Veo las estrellas, veo la luna, veo el sol. Veo el universo y la existencia como la podría haber visto un Motor Inmóvil.
Me siento grande. Me siento el centro de una red infinita.
Me estremezco de la enormidad. Soy el centro de un sol infinito, ígneo. Soy el centro de toda luz. Soy amarillo, rojo, blanco, incandescente. Soy todo y nada. Me estremezco, y todo tiembla. Se derrumba poco a poco mientras jadeo en un pánico irrefrenable. Jadeo y veo cómo la oscuridad lo engulle todo.
Me siento muerto. Me siento la nada de la más absoluta inexistencia.


Suspiro y veo luz en la ventana. Mi boca está seca, me cuesta respirar. No sé cuánto tiempo ha pasado, el sudor resbala por mi piel. Logro recuperar el control sobre mi cuerpo y me incorporo, con paso lento avanzando desde la cama a las cortinas. Abajo, en la calle, todo sigue igual. Coches que pasan y no quedan. Peatones que hablan y no conversan. Una ciudad que duerme despierta.

jueves, 2 de marzo de 2017

Descansa

Días de melena al viento,
que galopa con alegría.
Desgasta patas sin aliento
y bebe de agua fría.

Descansa, dulce amigo
de hueco hocico, afilado diente.
Recupera tu brío, que sigo
aquí, por ti, al sol poniente.

Es oscura, pero pasajera,
la noche de tus trotes.
Es corta y perecedera
la espera por tus galopes.

Pronto salto y vuelo,
energía infinita en juventud.
Y pronto río y vuelvo
a verte disfrutar esa virtud.

Y brindaré, brindaré por ti
en terrazas infinitas.
Brindaré por verte sonreír,
casi humano cuando brincas.

Casi, o más que muchos
que de humanos precian.
Noble, cariñoso, nunca chucho
sino amigo sin reserva.

Recupera tu brío y alegría,
de jugar amanece presto el día.

martes, 28 de febrero de 2017

Die Hoffnung - La luz que titilaba

En la sorpresa propia de oir, sin previo aviso, la voz de un extraño, Rifka se giró bruscamente para encararse a aquel joven delgado, enérgico a pesar de sus ojos cansados. La ilusión se palpaba en el rostro de Mikha'el a medida que su corazón se aceleraba al ver de cerca a la hermosa chica de pelo oscuro.
Me preguntaba si buscabas algo en concreto, dijo él atropelladamente. Te he visto algo perdida.
Sí, bueno... respondió Rifka, educada como suponía que debía ser. Estoy buscando un regalo para mi prometido.
De los pedazos en que se rompió el corazón de Mikha'el en un estallido casi audible, podría haberse hecho un mosaico de la desilusión. Haciendo acopio de fuerzas, el joven respiró hondo y le ofreció su mejor sonrisa a la bella muchacha, aquella prometida que ni de lejos parecía enamorada. Ella, por su parte, y olvidando todo pensamiento sobre el exitoso Hans, se perdió durante unos instantes en la sonrisa de aquel extraño, antes de que este hablase:
Me llamo Mikha'el. ¿Qué tal si me dices qué le gusta a tu hombre... y te ayudo a buscar un buen regalo?
En un acto, quizá insensato, promovido por la confianza que desprendía el muchacho, Rifka accedió y mencionó algunos géneros, típicamente alemanes y tan propios de los jóvenes que buscaban medrar en el partido, buscándose una posición en la política que les garantizase, quizás, una vida acomodada. Mikha'el, docto como era en los nuevos géneros americanos que tan en boga estaban en aquella época, buscó en su mente a toda velocidad algo que pudiese encajar con el prometido de su amada en ciernes.
No sé mucho de lo que mencionas, admitió, pero en este estante hay unos cuantos músicos que le podrían interesar.
Por hablar de lo reseñable, a esto se redujo el contacto entre los dos jóvenes, que casi a escondidas rebuscaron en los estantes un regalo para el joven proyecto de político. Ella dio las gracias. Él, con una sonrisa, dijo que no había nada que agradecer. Ambos, aún con la sorpresa en el cuerpo, continuaron su camino por avenidas opuestas. Ella de vuelta a las luces de su vida. Él, de vuelta a las sombras que arrojaba la suya.
En el camino, se pudo ver en el rostro de Mikha'el el hastío. El peso de que aquella desilusión camuflada en un principio de esperanza, había apoyado sobre sus hombros. Era una tarde gris, y la paleta monocroma del cielo parecía hacer eco, o pretender estar a juego, con los colores en lo más insondable del alma del joven.
En el camino, bolsa en mano, se pudo ver la confusión en el rostro de Rifka. Ella, tan acostumbrada a lo rígido de su educación, no sabía aún cómo entender algo tan casual, tan fortuito, como lo que le acababa de pasar. Era una tarde gris, pero los rayos de sol que a veces, tímidos, se colaban entre las nubes, parecían querer hacer eco, querer enseñar al mundo la luz que se asomaba detrás de las sombras de su alma.
La vida era curiosa, y de tan extremos los extremos que se tocaron, resultó empezar a nacer un magnetismo. Una atracción que, si bien ellos aún no lo sabían, daría forma a la historia de sus vidas. La moldearía tanto o más que aquella sombra con forma de águila que se cernía sobre las calles de una pequeña ciudad de Alemania.

viernes, 24 de febrero de 2017

As de picas

Que alguien dijo que no todo estaba perdido. Alguien susurró las posibilidades por encima de un tablero. La voz de la esperanza, los devaneos de un iluso, se colaron sobre el tapete y empujaron las fichas contra la nada. Allí, en una torre cilíndrica de representaciones de la valía, yacía todo junto a las cartas cubiertas.
"A cubierto o descubierto", que se había planteado él; se volvía, una vez sentado a la mesa, un juego de "a vida o muerte". A la espera de que tornasen las cartas, tamorileaba sus dedos sobre una mesa tapizada. El ruido sordo de sus yemas contra el verde acolchado era relajante, pero nada podía cortar la tensión de aquella jugada.
A la espera, miró su mano. Dos ases de picas, tramposos y teatreros, se asomaban bajo sus dedos. Dos ases imposibles esperaban el órdago final, la falsedad hecha carta, la mentira hecha carne. Dos ases que tendría que descubrir, y esperar a la ignorancia, si quería de aquella mesa llevarse el botín. 
Quiso huir. Quiso dejarlo todo, pero los caudales de la esperanza espolearon sus ansias. Y él, iluso o adivino, siguió apostando hasta dejarlo todo atrás.
Solo al girar, y ver aquella jugada imposible, vio por satisfechas sus expectativas.
Solo al jugar, y ver tantos ases que nadie podría imaginarlos, empezó a pensar que el mundo valía la pena.
Solo al ahogar un grito, y ver otros tres ases de picas, comprendió que quizá alguien, en un recóndito lugar, estuviese contando cartas a su favor.

Giró sus dos mentiras y a todo el mundo le dio igual. Giró sus dos máscaras picudas y todos sonrieron ante su audacia. A nadie le importaba, la victoria era real. Al fin la oscura sombra había sido rejoneada hasta la inexistencia.
Giró sus dos cartas y respondió a la blanca sonrisa del lado opuesto del tapiz.

sábado, 18 de febrero de 2017

Cantaba aquel poeta

Llora, llora el coro de raíces siniestras. Llora lágrimas de cocodrilo que riegan plantas muertas. Y baila, baila en tumbas abiertas de quienes no supieron o no pudieron ganar.
Llora llena la panza de caviar, y sonríen cinco por un filete a repartir. Llora el hígado por el coñac, donde se estremece la vejiga en cerveceo. De puros a cigarrillos, de cigarrillos a colillas; muere un poquito a cada día la memoria del perdedor.
Llora lágrimas de cocodrilo ante sonrisas complacientes de diente roto y negro. Mojan mejillas entre humos de Cuba tras matar a comunistas en pro de la bandera.

"Donde nos llevó la imaginación"
que cantaba aquel poeta,
víctima de droga y pena,
condenado sin condena
a morir en la cuneta.

Nos llevó de viaje,
sin billete de vuelta.
Lleno de bache y peaje
y espuma de mar revuelta.

Nos llevó de tumba en tumba
de cantantes desgarrados.
Rotos de pobre rumba,
sucios desharrapados.

Y giró a la contra
las manecillas del reloj.
De vuelta a años de sombra
y huérfanos del horror.

Se pierden sol, espiga y deseo
de campos dorados al atardecer.
Se empareda al dulce Perseo
solo por mirar, solo por ver.

Se roban céntimos a manos llenas,
millones, de patria curandera;
que cura a ricos bajo la bandera,
que sonríe, sonríe igual que hiena.

"Se divisan infinitos campos"
que susurraba, o lloraba
aquel poeta, de mente turbia
bañada en mar helada, olvidada
tras costas de noche oscura.

sábado, 11 de febrero de 2017

Die hoffnung - Del fondo de la caja de Pandora

De días tristes en que nacieron familias terminadas, quiso el capricho del azar que surgiese, a escondidas, una tragicomedia. Esos dramas con final feliz, sazonados de tensión y conflicto, que sueñan con adivinar hasta qué punto puede sobrevivir la esperanza. Historias en las que el que espera, desespera; y la proverbial caja de Pandora guarda siempre un último regalo bajo sus caudales.
De todos es bien sabido que uno de esos tiempos tan tristes de la historia, en que, durante un tiempo, se pensó que toda esperanza se había perdido, que la humanidad había desaparecido y jamás volvería, fue Alemania. Fue la primera mitad del siglo. Años de racismo, de opresión, de recurrir al mal menor y descubrir, para sorpresa de algunos; que un mal bien regado, jamás es menor. Un mal regado en sangre crece hasta el infinito, si no encuentra una fuerza que lo aniquile desde la raíz.
Allí, entre las semillas de que germinó ese mal, conoció Mikha'el el amor. Era un chico joven, esbelto. Venía de una familia comerciante y humilde. No vivían desahogados, pero el muchacho podía permitirse frecuentar bares musicales, y tiendas de discos. Lugares donde, entre notas y ritmos, el joven se evadía de una realidad que descendía hacia el infierno poco a poco. Obstáculos cada vez más insalvables salían al paso de su familia. Y, como la suya, de todas "las de su calaña", como decían algunos por aquellos lares.
Poco a poco, las visitas a bares musicales se vieron menos regadas por cerveza y más por agua, finalmente a palo seco. En ocasiones, en cruzándose con extremistas, a palo de madera y huida precipitada. Poco a poco, las tiendas de discos dejaron de recibir dinero de su billetera, ya vacía. Los vinilos que le gustaba comprar primero, luego alquilar, y finalmente solo mirar; empezaron a pasar de sus estantes a las manos de los pocos usureros que seguían en activo.
La historia de Rifka, curiosamente, siguió una trayectoria opuesta. Hija de una familia incipiente, vieron sus padres en el trato con familias arias una oportunidad para sobrevivir, incluso para tener beneficio. Delatores de necesidad, quizá incluso ajenos a la realidad que les rodeaba, sus padres hablaban despreocupadamente con jóvenes miembros del partido en fiestas de alto copete. Los miembros del partido, por su parte, y con ansias de escalar por la ladera política, se preocuparon de mantener a la familia de Rifka cerca y bien cuidada mientras les fuese útil. Fue por eso, quizá, que ella se vio en brazos de Hans, joven ambicioso que vio en la agraciada muchacha de pelo oscuro más un juguete que una compañera de viaje. Más una mascota que una igual. Sin embargo, la consideraba suya. Suya y de nadie más.
Rifka, en su inexperiencia, se veía incapaz de decidir qué iba mal en su relación con Hans. Para intentar alejar esa sensación de su cabeza, pasaba los días vagando por los bares y tiendas de discos. Buscando, igual que Mikha'el, evadirse entre notas y ritmos. Allí, por primera vez, se vieron. Él, prendado al instante, buscó iniciar conversación con esa energía que aquellos días de hambre y miseria no habían logrado matar. La fuerza de los miserables, el poder que nace de la desesperación por encontrar algo bueno en un mundo marchito. La oscuridad de un reino de monstruos.
El muchacho, así, decidió aferrarse a aquella luz de ojos ligeramente rasgados, aquel pelo azabache ondulado, aquella figura esbelta que con sus dedos afilados rebuscaba entre los discos. Se aferró tanto que, como imagina uno que viajan las polillas, hipnotizadas por el brillo de una luz solitaria en la noche oscura, se acercó a ella y solo pudo decir:
¿No es maravillosa la música?

martes, 7 de febrero de 2017

Speculo et tribuno

En la esquina, casi por milagro, refleja el espejo un sillón señorial. Lo observa, lo exhibe enmarcado en su óvalo de forja negra. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes; el espejo lee, cual libro abierto, cada ínfimo detalle del sillón señorial.
Lee el espejo los amplios reposabrazos, las viejas maderas barnizadas de blanco brillo en marrón oscuro. Apenas visible la muesca justo encima de la pata derecha, que ofrece con orgullo la imperfección de su hechura. El espejo refleja de memoria, en su óvalo pulido, maderas oscuras y tapizado de apariencia añeja.
Se apagan a cada noche las luces de la tienda, el reflejo desaparece y el espejo duerme con la infinita esperanza de una nueva mañana, en que pueda volver a repasar, por enésima vez, todos los detalles de su sillón favorito. Esos detalles a los que, de tan suyos, incluso nombre y apellidos les ha puesto.

Se hizo la mañana y el sillón ya no estaba allí. La esperanza del espejo, que de tan grande ardía en su corazón de hierro forjado, se disipó dejando una quemazón dolorosa. Y aprendió así a vivir el espejo en anhelo continuo, a solas con los recuerdos de aquel compañero silencioso, que, inconsciente (como suelen ser los sillones), reposaba (como suelen hacer los sillones), ajeno a las miradas furtivas del espejo enamorado.
Alguien, desalmado sin saberlo, monstruo de carne y hueso, había decidido que aquel mueble, de elegancia rota e inexplicable, quedaría bonito en su salón. Que aquel asiento de aspecto cómodo sería perfecto para pasar las tardes en la compañía silenciosa de un buen libro, bajo el riego de una copa bien cargada, en el abrazo de una chimenea encendida.
Sucede que así, por inconsciente malicia, el espejo se vio forzado a enfrentarse a solas cada noche a la oscuridad de la tienda. A llorar, en silencio (como suelen hacer los espejos), la ausencia de su querido sillón. Fueron días de tristeza, a esa manera discreta propia de seres inanimados. Fueron días en los que nadie, excepto él mismo, supo de su soledad. Soledad que nadie tuvo en cuenta, sentimiento que no existía más allá de las curvilíneas paredes de hierro negro.
Un día, a media tarde, el espejo se vio descolgado de la pared. No supo si sentir alivio de poder abandonar aquel lugar de tristeza. No supo si sentir dolor de perder todo cuanto era recuerdo de su sillón. Solo supo sentirse alejado de la pared, alejado de su hogar en la tienda. Se sintió cubierto, cegado y transportado, lejos. 
Se vio a las pocas horas en una nueva pared. Se vio colgado frente a aquel sillón señorial. Suspiró así, en silencio (como suelen hacer los espejos), en un dejar de aire que no existe, en un escapar de voces que ni susurran tan siquiera. E hizo con ansia, casi con desesperación, un esfuerzo sobrehumano, o sobrespeculo. De lo más hondo del reflejo nació la voz, casi un susurro, un musitar de amor a la desesperada. Un gritar callado, que solo llegó a los oídos de aquel sillón orejero:
"Te he echado de menos..."
Rebeca 

viernes, 27 de enero de 2017

Necio de necesidad

Necio de necesidad, iluso sin ilusión
perdido por las calles grises de ciudad
que apenas conoce, si acaso un callejón.
Una avenida iluminada, soledad.

Muñeca rota, de porcelana fina, se acerca
a la farola que baña en dorado la figura
del necio, lo ilumina, y ella, ante todo terca,
le ofrece una sonrisa blanca, pura.

Paseo tranquilo, noche a solas en el parque.
Amor de tentativas tímidas, atentas miradas
y suaves caricias. Intento de ataque
frustrado por corazón roto y almas atadas.

Ayuda de un amigo inesperado, empuje
y ánimos contra unos labios suaves
y cálidos. Pérdida en abrazo que cure
las grietas de una vida que se parte.

Y mundo patas arriba.
Y caricias hasta la madrugada.
Y un amo tanto la vida.
Y una entrega desapegada.

Un soy tuyo, eres mía.
Un soy tuya, eres mío.
Una verdad perdida
para un corazón herido.

sábado, 7 de enero de 2017

El timbre de un paso a nivel

Por las noches, oigo ladridos de perros y el timbre de un paso a nivel. Es un ladrido eterno, nervioso. Se puede sentir cómo el sonido transpira ansiedad. Cómo gotea terror, destrozo, desde una jaula verde. El ladrido se cuela en mis oídos lo quiera o no, perfora mis neuronas, destruye todo y lo reemplaza por un páramo de sentimiento salvaje, primario.
El timbre es otro cantar. Otro timbrar, otro sonido. Es esquivo. Es escurridizo. Asoma al borde de mis oídos cuando no estoy atento, los acaricia y se cuela poco a poco. Es como esas luces que vemos tras nuestros párpados, en la esquina de nuestros ojos. Esas luces que huyen y desaparecen si intentamos mirarlas... solo quieren que intuyamos que están ahí. El timbre solo quiere que lo intuya. Solo desea que imagine su sonido, sus dos notas solapadas. Cuando me muevo, cuando intento escucharlo, localizarlo... se desvanece entre el silencio. Se esconde tras los ladridos de los perros.
Entre la tranquilidad de la noche, solo oigo ladridos de perros y el timbre de un paso a nivel. Amartillan la oscuridad, rompen el silencio y resquebrajan la realidad. Son sueños en vida, sonidos de un mundo onírico que se cuelan en mi despertar. O un despertar que se esconde tras mis sueños. Son la confusión, el desengaño y la soledad de una noche oscura, sin luna, encerrada en las luces de un estudio. Una noche que se cuela con polillas a través de la ventana entreabierta, y revolotea en el humo de cigarrillos, y se lanza a golpes furiosos contra las bombillas encendidas, contra la pantalla, contra mí y contra mi yo de mentira. Contra la máscara y contra los ojos.
Solo oigo ladridos de perros y el timbre de un paso a nivel.

jueves, 5 de enero de 2017

Introducción

De aquella tarde de primavera de mil novecientos sesenta y seis, recuerdo bien el soplar del viento. No era fuerte, y apenas podía con mi sotana, pero era una brisa agradable, si bien un poco fuerte, que acariciaba mi cara. La cara de un joven apenas salido del seminario, listo para ser cura en parroquia rural.
Había oído hablar del Padre Ortiz, de quien todos decían que era muy sabio, y me dirigí a un pueblo en mitad de la nada, colgado apenas en la Cordillera Cantábrica, en el que había sido párroco y ejercido oficio durante casi toda su vida. Todos decían que allí la gente no solo había crecido con un profundo conocimiento de la palabra de Dios, si no lo bastante libre como para cuestionarla desde el respeto, para entenderla en sus propios términos. Para mí, aquello era lo que buscaba.
Y es que en aquella época la libertad brillaba por su ausencia. Lo religioso era puramente leer y repetir, y alguien joven como yo podía verse inclinado con facilidad a la pérdida de la fe. Tanto fue así, que yo estuve a punto de dejar mis estudios varias veces, a punto de resignarme a la obra, que tan en boga estaba en aquel momento. Algo me impulsó a seguir, y ahora, algo me impulsaba a trepar de mala manera por los caminos que llevaban al pueblo.
"¿Ortiz?", dijo desde la puerta de la taberna un hombre curtido por el sol y la lluvia, aparentemente viejo pero de mirada joven. "Ortiz anda siempre por la iglesia. Tira por esa carretera y llegas en nada..."
Y por la carretera seguí. El pueblo era pequeño, y bien es cierto que llegué en nada, pero algo había en la iglesia que me descolocó. Me hizo sentirme confuso, quizá por aquella forma de chocar la pequeñez del edificio con lo que aquellas estatuas antiguas, aquellos sillares emanaban. Entré sin llamar al portón de madera oscura, intentando no hacer ruido para no molestar a la gente que estaba allí, rezando. El Padre estaba limpiando en el altar, de forma casi impulsiva. Cada mota de polvo se encontraba con él y era derrotada en cruento combate.
Me sonrió al verme, y me animó a presentarme.
"Me llamo Muñoz, Padre", dije, besando su mano. Aquello pareció incomodarle, así que retiré mis labios prontamente. "Soy Lázaro Muñoz."
Asintió y se presentó, simplemente, como Padre Ortiz, continuando su limpieza bajo mi mirada, de forma sigilosa y sin que ninguno de los dos párrocos que allí nos hallábamos fuésemos molestia para los parroquianos que se congregaban a rezar a aquella hora del día. Esto siguió durante unas horas, sin apenas explicación, salvo por alguna sonrisa del Padre para aplacar mi visible incomodidad.
No pasó apenas un segundo entre que terminó de limpiar, y me indicó que le siguiera, por los pasillos estrechos y húmedos de la iglesia, hasta su sacristía, preparada, como ya no era común, para la vida del Padre en ella.