Y abandonó en sinuosos andares las tierras de los bosques. Las costas de acantilados y mares embravecidas, dolorosas y llenas de rabia, a la par que justas e impares. Odiaban y golpeaban a todo por igual. De quien dependía la supervivencia nunca fue de la mar, nunca de las mareas. Fue de la habilidad y la fuerza de sus víctimas.
Se lanzó tierra adentro en busca de costas más tranquilas, dejando atrás bosques y montañas que la habían abrazado durante años, moldeando su cuerpo perfecto y su mente libre y juguetona. Convirtiéndola en la ninfa de curvas perfectas, sonrisa brillante, ojos de tierra y cabello de mar que un día conoció él.
Desde su casa, él escribió misivas, epístolas y sinfines de poemas y cartas de amor a tan esquivo ser. A tan salvaje, indómito e inefable corazón. Cartas y letras en búsqueda de los ojos, y a través de ellos la mente, de un mito incorpóreo, pero al tiempo seductor. Suave como la seda, pero fuerte y caótico como las olas del mar que le vio nacer.
"¿Sabe la ninfa, sin embargo, que Asturias, y en ella, yo, siempre estaremos esperándola con los brazos abiertos?"
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