El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Siempre que voy a Oviedo

Siempre que voy a Oviedo, veo el mismo bote, en la misma finca, a la salida del mismo Llanes. Oxidado, roto, viejo. Y siempre que lo veo, desde hace bastante tiempo ya, pienso en lo triste que debió de ser para él tener que quedarse ahí, en la hierba, mirando eternamente al mar. Desencadena, a su manera silenciosa y casi absurda, un viaje de mirar detalles a través del cristal, a toda velocidad, desde la carretera.
De mirar al caballo y el burro, junto a la caravana. De mirar las vacas en cada finca. De cómo las casas se reparten, o cómo ese árbol enorme en la distancia me genera la duda de por qué está calvo por un lado. Siempre me siento en el mismo asiento del autobús. Siempre mirando al sur, de espaldas a la mar. No para negarla... no para ignorarla, si no porque sé que está ahí. Y en mi mente sé perfectamente qué aspecto tiene. Al sur, sin embargo, están los montes. Y los veo como un muro enorme que parece separarnos del mundo. Sin embargo, solo lo parece. Ya no somos especiales, no somos un universo aparte. Somos personas, como los demás. La cordillera ya no impresiona a nadie, de no ser a un joven ingenuo que la mira, hacia arriba, a pie de tierra, desde abajo.
Cuando veo ese muro, a veces, imagino cómo sería que el mundo se derrumbase. Se rompiese y desvaneciese, mientras nosotros nos quedamos aquí, protegidos por el monte y la mar. Lejos de todo, del ruido y de la batalla, pensando solo en comer bien, beber bien y dejar atrás una buena vida que otros puedan recordar. Es algo ingenuo, pero uno no puede evitar imaginar cómo sería todo cuando esas barreras, ahora tan minúsculas, tenían alguna importancia. Aquel primer momento en el que un hombre miró a las montañas y dijo "yo eso no lo cruzo con mi caballo".
Hoy, el sol se ponía detrás de ellas y dejaba que rompiesen las sombras, en franjas, a trozos, justo antes de que las nubes viniesen a desdibujarlo todo. Parecía de otro mundo, y quizá lo fuese, tiempo atrás. Hoy, solo es un día más, el último, de un año más, esperemos que el primero de muchos.
Por suerte o por desgracia, ahí sigue el bote. Oxidado, viejo, varado, mirando a la mar con cristales de anhelo.

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