El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

martes, 21 de junio de 2016

Ella y él, él y ella

Él fuma y espera sobre las escaleras sucias, abrazado a un cofre que parece viejo pero no lo es. Un regalo de esos porque sí.
Ella aparece a lo lejos, dura y peligrosa, encogiendo corazones y derrotando penas a cada pisada de un andar de hada alegre.

Ella juguetea con su pelo un momento antes de guiñar uno de sus enormes ojos. Sonríe al otro lado de la mesa, más allá del café con hielo y la cerveza, hasta que la hermosura de su rostro se cuela por las pupilas de un hombre tembloroso. Hombre que tiembla cuando ella ladea su rostro. Hombre que tiembla cuando ella le roba un cigarrillo.
Hablan de todo y nada a la vez, del tiempo, de los superpoderes y la vida. De por qué café con hielo y por qué cerveza. De si ella es perfecta y si él un pobre diablo.
Pasean por el barrio, y siguen calle a calle. Observan, miran, ríen y él se siente como en casa. Por primera vez en un año, desde que llegó a la ciudad. Se siente guiado por un faro de color brillante, por una sonrisa que ilumina y desgaja la tristeza. Y rompe con todo, desgarra su mente y él no puede más que dedicársela solo a ella. Solamente a ella. Los cisnes flotan en el estanque y las tortugas, aunque esquivas, siguen ahí. Imperecederas.
Y en la esquina de ese barrio que tantos dolores vio, un abrazo y un beso furtivo son el punto final perfecto. El punto final de algo a lo que no hubo que añadir líneas más perfectas. Un adiós de los que quedan grabados a fuego en las neuronas.

Ella camina hacia Dios sabe dónde, arrastrando una hermosura difícil de olvidar.
Él acaricia a su gato, se desnuda y mira al techo con una sonrisa boba en la cara.

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