Agacha la cabeza, húndela en la almohada que anoche empapaste de tus lágrimas. No hay nada que ver fuera de tu cama, más allá de tus párpados. No merece la pena levantarse ni moverse, no merece la pena vivir. Ni respirar. Solo estás aquí para dejarte languidecer, para caer en el olvido de una vida efímera, superflua.
Recuerda uno a uno los errores que has cometido y piensa si merece la pena intentar remendarlos. Piensa en qué has perdido, qué has llorado y qué creías tener. Y recuerda que cada vez que levantes la cabeza, vendrá el mundo a pisarla para meterla de nuevo en su agujero. Así es todo, no queda otra que ser complaciente y olvidar que alguna vez tuviste corazón. Pide disculpas y grita de rabia, olvida el orgullo y el amor: no queda nada.
No queda nada.
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