Dejó escapar una nube de humo hacia el techo. Tumbado boca arriba como estaba, no podía ver nada más que las formas de su propio aliento desdibujándose contra el yeso. No necesitaba más, en realidad. Lo interesante, en aquellos momentos, no corría ante sus pupilas. No se deslizaba ante sus ojos. Más bien bullía en su mente y quemaba en sus neuronas.
Eran pensamientos que llevaban allí, torturando los pedazos de una mente rota, desde hacía años. Desde que funcionaba su memoria se habían acumulado, agolpándose, llenando las cavernas de su psique. Solucionándose, disolviéndose algunos. Pinchando, quemando la mayoría. Dudas y problemas sin resolver que rebosaban en los pasillos de su conciencia.
Dio otra calada, y cerró los ojos, dejando que se sucedieran imágenes fantasmagóricas tras sus párpados. Un recuerdo.
"¿Qué quieres de mí?", decía una voz sin rostro. Una silueta en las tinieblas.
"Nada, tranquila", dijo su propia voz. Notó una sonrisa entre sus labios.
Una mano, quizá una garra, se estiraba desde la esquina de su visión. Una mano que se deslizaba hacia la silueta. Hacia el pecho. Hacia los hombros. Hacia el cuello. Apretaba, se cerraba entre gorgoteos de una voz que intentaba, pero no podía salir. Él seguía sintiendo una sonrisa pintada en su propia cara. Una mueca de sentimientos confusos. Un enseñar de dientes apretados que no era alegre. Que no era triste. Era una mueca de rabia y relajación. De salvajismo y contención. De mil millones de cosas y de una sola. De todo y nada. La mueca de la confusión, de la mente de un ser perdido más allá de la frontera de lo humano.
Abrió los ojos y sonrió, suspirando entre humo y olor a sudor rancio. Abrió los ojos a una habitación ya apenas iluminada por los últimos rayos de un sol anaranjado. De un atardecer en mitad de la nada. Abrió los ojos y, esta vez, sintió una verdadera sonrisa en su cara. Una sonrisa triste, llena de penas mal escondidas tras una careta de alegría.
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