El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

domingo, 26 de junio de 2016

Buenos buenos días días

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El despertador dejó de sonar, y al otro lado de las cortinas que ondeaban a la brisa matutina, iluminaba el sol de un día frío el cuerpo perezoso de un hombre bajo las sábanas. La figura se incorporó trabajosamente, con un quejido de los que conforman rutinas y despedazan corazones, para encender los restos del cigarrillo de la noche anterior. El humo borraba los recuerdos de un mal sueño mientras el sudor que se pegaba a la piel escribía, invisible, la eterna historia del hombre que cae hasta que se despierta.
Del zumbido de la luz de la cocina no sacó nada en claro, mientras formaba nubes blanquecinas a la espera de ese gorgoteo que grita "café caliente" cada mañana. Siempre había sonado así, siempre sonaría así. Y, de mañana tras mañana mirando aquella bombilla encendida, como suplicándole que le contase cuál era el problema, sus ojos enrojecidos ya ni notaban el dolor de aquella luz mortecina que les golpeaba. Gorgoteo y vapor, y la amargura de un café solo para apartar su mirada de la luz y hundirla en el levantar de un nuevo día, o en lo triste de una noche que cae.
Un nuevo cigarrillo y sorbos de café junto a la ventana, no muy lejos de donde las voces de una caja aullaban quietamente, quizá en un quejido muerto, la melancolía de un mundo muerto que nunca pudo ser. Miraba por la ventana, absorto, perdido en una calle de ruidos y un correr de peatones, oyendo a sus vecinos preparar el desayuno. De reojo, como cada mañana, aquella vecina de enfrente se vestía junto a su ventana, con telas recubriendo suaves curvas oscuras de piel cubana. Y arriba, desde las nubes, la fina llovizna que cae.
Subió sus pies al alfeizar, sintiendo la brisa golpear su cuerpo desnudo y acariciar y erizar y seducir cada centímetro de su piel. Respiración entrecortada por la temperatura, pero ahí siguió, sentado hacia fuera, con sus sorbos amargos y sus respiraciones de humo. Las pequeñas nubes de su boca enfrentadas y ridículas contra las eternas nubes del cielo que lloraban ya todas las muertes que fueron, eran, serían o jamás llegarían a nacer. Y de sus manos, desde la ventana, de fina porcelana una taza que cae.
Al fin lo conseguí...
Tras sus ojos se agazapaban las lesiones de las que nunca nadie hablaba. Las dudas, los desengaños, las crisis nerviosas, el fracaso. Lesiones de alma y no de huesos, no de músculos, no de órganos ni neuronas. Lesiones, sin embargo, que causaban hambre y sueño. Dolor y agotamiento emocional, físico, mental. Las heridas de un alma rota en mil pedazos y una voluntad de fino cristal, cubiertas por el maquillaje de la experta mentira. Una mentira que se convierte en vida. Una vida que se convierte en sueño. Un sueño que se convierte en pesadilla.
Y en vida, desde el cielo al infierno y cigarrillo en mano, un hombre que bajo la lluvia cae.

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