El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

viernes, 30 de octubre de 2015

El Mago y el fuego

No corría ningún año, porque los años ni corren ni pasan. Ni vuelan ni escapan. Era un hombre sin nombre el que paseaba de lado a lado en su caverna bajo la mirada de su... llamémosla esposa, y su hijo. Como "hombre sin nombre" es demasiado largo, digamos que era Darwin. Su esposa, Presunta Primera. Su hijo, Mendel.
Sucedió que Darwin había oído que, más allá del mar, alguien había hecho algo maravilloso. Ya no tanteaba a oscuras y no pasaba frío por las noches. El Mago había dominado la luz, la oscuridad, el calor y el frío. Los veía y sentía a su antojo. Y claro, el padre de familia decidió partir para entender este fenómeno.
Se despidieron de él Presunta Primera y Mendel, regando el jardín con sus lágrimas, y lo vieron alejarse sobre las olas, mar adentro. Pensó que sería un viaje tranquilo, un crucerito en el Costa Concordia. Pero claro, se equivocó.
No estaba Darwin lejos de llegar cuando su barco empezó a zozobrar. "¿Qué estará pasando?", se preguntó. Y cuál fue su sorpresa al ver que le atacaba un monstruo. Uno de esos seres, esas bestias marinas a las que llaman lubinas. Claro está, le pidió a la bestia educadamente que parara, pero debe ser que la lubina no hablaba español. Agotadas sus opciones, la golpeó en lo que supuso que era la cabeza, y quedó la bestia flotando en las aguas. Y, aunque la curiosidad mató al gato, en este caso hizo que Darwin descubriera que, diantre, la lubina sabía muy bien.
Llegó al fin del mar, y vio lo que vio: una caverna, como la suya. Lo curioso es que esta brillaba.
"Para, estate quieto", le dijo una voz. "Sé que vienes a por mi invento, y prometo dártelo si me contestas a tres preguntas. ¿Vale o no vale?"
Darwin asintió, y comenzaron las preguntas.
"¿A qué sabe la lubina?", dijo la voz, y respondió él: "A lubina, claro"
"¿De qué color es el cielo?", dijo la voz, y respondió él: "Color cielo, claro"
"¿De qué está hecha la hierba?", dijo la voz, y respondió él: "De hierba, claro"
Y en esto, quedó todo en silencio. Darwin esperó y esperó, pero no pasaba nada. Y, como no pasaba nada, decidió entrar. El Mago lo miraba, sorprendido.
"No has dado ni una", le dijo.
"Yo creo que sí", respondió Darwin. "Dame tu invento"
Como el Mago se negó, claro, Darwin lo golpeó igual que a la lubina. Lo malo es que el Mago no sabía bien. Lo bueno es que Darwin pudo llevarse su invento.
Y así volvió a su casa, siendo el Mago, y con el invento, a vivir con Presunta Primera, que ni era presumida ni tampoco la primera; y con Mendel, que ni plantaba guisantes ni los veía crecer. Y mucho menos tomar notas, que, a diferencia de vosotros y de mí, estos cavernarios no podían leer ni escribir.

domingo, 11 de octubre de 2015

De cuando en cuando mira al techo

De cuando en cuando mira al techo, apoyado en su almohada sucia y aún húmeda de lágrimas. Tapado hasta el cuello en sábanas que llevan más de dos vueltas. El olor de muchas noches se mete por su nariz, llena sus pulmones y sus neuronas sin siquiera picar a la puerta.
Ve entre las sombras de una pintura mal extendida los reflejos de todo lo que fue, lo que es y lo que pudo ser. Todo desde Alaska a Tokio. Todo desde el Big Bang hasta cuando el tiempo deje de tener sentido. Todo, y, a la vez, nada.
Porque mientras se afana en verlo todo, en realidad no ve más que sombras sin sentido que bailan al brillar de una vela. Entre los parpadeos de una llama del tamaño de un pulgar. Lo ve desde la inactividad y sin influir en el curso del tiempo.
El tiempo que dijeran que fluye hacia delante, inexorable. El tiempo que solo puedes dejar pasar, ignorar o interrumpir, pero nunca cambiar. El pasado, el presente y el futuro de lo que fue, lo que es y lo que nunca será.