El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

miércoles, 27 de julio de 2016

Verde y azul

Ella era azul, de mar y bandera. Ondeante, húmeda, imposible de ignorar. Era un faro al que todos miraban. Una locura hecha carne, una gota de agua tras otra bañando los valles.
Él era verde y marrón, de musgo y tierra. Quieto, pensante, eterno. Invisible a todas luces, pero presente de forma innegable. Era el suelo que todos pisaban. Las hojas húmedas por las que pasaban los dedos.
Cuando se abrazaron, el musgo y la tierra quedaron prendados de la mar. Se enzarzaron en una lucha de titanes, y decidieron el verde y el marrón perseguir al azul hasta donde hiciera falta. Hasta colgarse de acantilados, al borde de perder la vida, con tal de seguir a la doncella de la mar.
Él la observó, la miró, la admiró y la mimó con toda el alma que le quedaba. Alma rota y desgastada por los siglos, milenios, eones de quietud. Ella se dejó querer. Se dejó admirar y observar, sonriente, con el corazón lleno de espuma y los ojos clavados en el cielo, ausente, juguetona tras las eras de danza sin cesar.
Y llegado el día, se desprenderían el verde y el marrón de la roca, se precipitarían al vacío sin el más mínimo grito, en un silencio sepulcral, listos para morir en un abrazo húmedo, infinito y azul. En las caricias de la mar embravecida, eterna, imposible de ignorar.

jueves, 21 de julio de 2016

Mercenarios de bandera

Defendiéramos palabras vacías
junto a los soldados de fortuna,
mercenarios de bandera.

Segáramos vidas nuevas o tardías,
en desiertos llenos de dunas,
arenas de otras eras.

Cortamos de raíz todo vínculo humano,
todo lo que nos unía a nuestra moral.
Arrancamos todo de ajenas manos,
todo cuanto pudimos y quisimos robar.

Dormimos cansados, entre sudores fríos
en pesadillas truculentas de barracón.
Rodeados de hermanos y amigos caídos
que tiempo atrás perdieron el corazón.

Defendiéramos guerras sanguinarias
junto a mercenarios sin estirpe,
plebeyos desbocados.

Lucháramos batallas contra parias,
olvidados por la Esfinge,
por nobles trasnochados.

domingo, 10 de julio de 2016

... cómo la añoro

Del plato en calma que refleja el cielo a las embravecidas aguas que lo desafían. De olas onduladas y delicadas a rompientes que gritan en aullidos de espuma. De las caricias de una mar dócil y amante, a las embestidas de una ídem salvaje. De unas aguas que ni cuentas rinden ni deudas tendrán.
Descubrió sus pies abandonando el hollar cemento, en camino incierto de oriente a occidente, de naciente a poniente. Y descubrió de nuevo el placer de pisar la hierba blanda, de hundir la tierra negra, de respirar entre las hojas de los árboles.
Dio su sinuoso andar con sus huesos en una ladera, donde recostó las curvas de su cuerpo menudo y estiró unas piernas torneadas. Y dejó que de nuevo un sol tímido acariciara su piel, ahora de bronce, desde el parapeto de blancas nubes.
Volvió a su hogar mitológico y salvaje, indómito, el ser de salvaje y mitológico corazón. Y llegaron tarde, pero llegaron, relucientes botellas cargadas con cartas de amor de sus queridos náufragos. Llegaron a yacer sobre la arena y a brillar para los ojos de la ninfa.
"¿Sabe la ninfa, por lo tanto, que Asturias, y más que ella, yo, sonreímos ante la oportunidad de rodearla con nuestros brazos?"

domingo, 3 de julio de 2016

Si supiese la ninfa...

Y abandonó en sinuosos andares las tierras de los bosques. Las costas de acantilados y mares embravecidas, dolorosas y llenas de rabia, a la par que justas e impares. Odiaban y golpeaban a todo por igual. De quien dependía la supervivencia nunca fue de la mar, nunca de las mareas. Fue de la habilidad y la fuerza de sus víctimas.
Se lanzó tierra adentro en busca de costas más tranquilas, dejando atrás bosques y montañas que la habían abrazado durante años, moldeando su cuerpo perfecto y su mente libre y juguetona. Convirtiéndola en la ninfa de curvas perfectas, sonrisa brillante, ojos de tierra y cabello de mar que un día conoció él.
Desde su casa, él escribió misivas, epístolas y sinfines de poemas y cartas de amor a tan esquivo ser. A tan salvaje, indómito e inefable corazón. Cartas y letras en búsqueda de los ojos, y a través de ellos la mente, de un mito incorpóreo, pero al tiempo seductor. Suave como la seda, pero fuerte y caótico como las olas del mar que le vio nacer.
"¿Sabe la ninfa, sin embargo, que Asturias, y en ella, yo, siempre estaremos esperándola con los brazos abiertos?"

viernes, 1 de julio de 2016

Risabova y Bienlejos

Lady Daria Risabova y Sir Lancelot Bienlejos se sentaron a la mesa, solos, en un despacho de paredes desnudas, iluminados apenas por una luz parpadeante que colgaba del techo. Las telarañas propias de la falta de uso daban cobijo a hambrientos arácnidos que ocupaban sus muchas y delgadas patas en seguir tejiendo una red de trampas para moscas desprevenidas.
"¿No viene nadie más?", dijo Bienlejos, mirando nerviosamente a cada esquina de la sala. Sus ojos lanzándose ávidos hacia la puerta, con la esperanza de que se abriera y dejase pasar a algún compañero, alguna conferenciante. A quien fuese: perro, gato, iguana o incluso persona.
"No estoy segura", respondió Risabova. "Te juro que envié las invitaciones e hice publicidad del evento. Mucha gente dijo que vendría, pero ya sabes: cualquiera se fía hoy en día de lo que le digan."
Se miraron en silencio. La música ambiental corría a cargo del zumbido de la bombilla, empujada por una instalación eléctrica que bien podría haber hecho uso de las hábiles manos de un electricista. Podría, si pagar cualquier cosa a esas alturas no fuese prohibitivo. Ya tenían que dar las gracias por la mesa y las sillas que amueblaban la triste sala. Y por haber podido pintar las paredes hacía ya más años de los que tarda cualquier pintura en ajarse y desnudar el yeso.
"Parece que viene un verano bastante frío", comentó Bienlejos, distraído y sin dejar de mirar la puerta de madera vieja y sin barnizar. Por supuesto, aunque la madera crezca en los árboles, el barniz es más bien cosa de las manos humanas.
"Eso parece, sí. Para que luego hablen de cambio climático", repuso Risabova, mirando sin mirar un montón de papeles que se esparcían sin pudor sobre la mesa. ¿Cómo va a tener pudor una rodaja de celulosa tatuada?. "El otro día me cayó encima un chaparrón de mil demonios mientras iba a repartir currículums."
"Vaya, ¿y qué tal te fue eso? ¿Alguna oferta interesante?"
"Alguna, sí. Me ofrecieron un puesto de dependienta."
"¿Buen horario?"
"Podría ser peor. Creo que son unas quince horas al día."
"No está mal. ¿Y el sueldo? Si no es mucho preguntar..."
"He hecho cálculos y me da para comer y pagar el alquiler. Con la ayuda de mis padres, claro."
"¿No murieron el mes pasado?"
"Sí, pero eso los burócratas no lo saben. Entre los ahorros que tenían para mis estudios y su pensión, puedo pagarme una habitación a un par de kilómetros del centro."
Sir Lancelot Bienlejos soltó una risa desganada ante tan fantasmales asuntos. A uno le ponía siempre la carne de gallina hablar del dinero de los muertos, pero a veces no quedaba otra opción. Pensó en lo que le gustaría a él tener una habitación para él solo, sin tener que compartirla con otros muchos caballeros y con su propio casero, Lord Arturito Muypendón, que a falta de otras opciones, había alquilado su propia casa. Un pisito de no más metros cuadrados de los estrictamente necesarios encajonado entre dos callejas, un prostíbulo y un centro de desintoxicación. Según tenía entendido, estos dos últimos los frecuentaban mucho algunos de sus compañeros de piso. Era algo de esperar de gente como Sir Kay Nomuygay, pero no tanto de Sir Agravín Catarrín.
"¿Qué ha sido de tu primo, Muchomorrov?", le preguntó, de golpe, a Risabova. Recordaba que su primo, aún por parentesco lejano, era alguien con dinero a quien la señorita de rubio talante podía pedirle algún favor.
"No sé nada de él. Desde que le ofrecieron trabajo en aquella empresa, no me ha vuelto a hablar."
"¿A qué se dedicaba?"
"No lo sé muy bien. Era algo de sinergia y motivación e informes y conferencias. Siempre decía que estaba muy ocupado, pero la mayoría del tiempo lo pasaba de viaje."
"¿De viaje?"
"Sí, viajes de negocios a la Toscana, a Cuba y a sitios así."
"¿A ver a clientes?"
"No sé, la empresa en la que trabaja no tiene sucursales fuera de este país."
Risabova revolvió sus papeles para que pareciera que hacía algo. Casi al unísono (o al univisto, o al uniolido), miraron ambos sus relojes. Eran ya las ocho de la tarde, y ambos tenían mucho que hacer después de la reunión.
"¿Esperamos un poco más?", dijo Risabova, nerviosa y con ganas de abandonar ya aquel lugar.
"Mejor que no. Tengo que irme antes de que cierren el super."
Ambos se sentaron entonces con aires de oficialidad, organizaron sus papeles y carraspearon. Remoloneando un par de minutos más, por si alguien estaba a punto de cruzar el umbral, abrieron los carpetones que esperaban sobre la mesa y se miraron el uno al otro. Lady Daria Risabova se rascó el sobaco (cosa que, al parecer, las señoritas también hacían cuando les picaba) mientras Sir Lancelot Bienlejos golpeaba en la mesa con el puño, a falta de un mazo que, como todos sabemos, hay que pagar si se quiere tener. Con tono solemne, anunció:
"Queda abierta la enésima sesión de la Asamblea de Personas a las que el Mundo nos Importa un Poquito (pero no demasiado)."