Y, si bien el azul sobre azul se hizo la nada, aún estaba tu silueta recortada sobre el horizonte. La viva imagen de una estatua de carne, de pie al filo del universo. Desafiando con su sonrisa al propio brillo de un sol de primavera. De una primavera que aún estaba en pañales, pero una primavera al fin y al cabo.
Y resonaba tu voz en valles y cavernas, tus cantos entre las hojas de los árboles. Salida de unos pulmones abrazados a un corazón de plata, y golpeando las piedras afiladas de los acantilados de mi niñez. Esos acantilados donde el azul se rompía contra la roca, como rompió el pelo contra tu rostro.
¿Lo peor? No recordar el qué gritó. Tan perdida estaba mi mente admirando la sombra de tus curvas recortadas ante el cielo de la tarde. ¿Lo mejor? Sí recordar la melodía de aquella voz que huía de unos labios con sabor a miel.
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