Un tajo de lado a lado en el cuello. Una segunda sonrisa bajo tus orejas. Una sonrisa roja y palpitante que bañe cada centímetro de tu cuerpo. Cortar esos brazos con los que aleteas de lado a lado. Dejar en muñones tus manos, comerme tus dedos y pintar un fresco con la sangre de tus muñecas. Abrir en canal tu pecho, hacer confeti con tus vísceras. Vaciarlo todo y rellenarlo de paja. Coser y admirar mi obra.
La obra de una mente enferma. Admirar un cuerpo maltrecho, irreconocible, que todos duden si alguna vez fue humano. Admirar las marcas del cuchillo en cada trazo, en cada recoveco. Admirar cómo a todo cerdo le llega su San Martín.
Y llenas las copas con tu sangre, brindar a la salud de todos menos de ti. Brindar por que cada persona, cada afrenta y cada golpe hayan sido vengados. Cada uno de los ataques inmerecidos. Cada uno de los insultos innecesarios. Brindar y escupir la sangre de quien me repugna y me produce arcadas.
Y hacer de ti la estatua deforme, sombra eterna de lo que decidiste no ser: un ser humano.
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