Querida mía:
Recuerdo aún esa noche. No hacía mucho habíamos estado en la playa y yo me moría de ganas de ser ese chico con el que jugabas. No por el hecho de ser él, sino simplemente por jugar contigo y reírnos de todo y de todos. De eso hacía sólo unas horas, pero aquella noche, después de cenar, daba igual quién estuviera: me bastaba para ser el hombre más feliz del mundo el poder dejar que se cruzaran nuestras miradas. Mis ojos de niño contra los profundos pozos que brillaban en tu cara, risueños.
Esa noche fue mágica y perfecta hasta decir basta. Cada segundo en el que sólo estábamos tú y yo, escondíamos entre el humo de nuestros cigarrillos las risas, y pensábamos que volvíamos a ser niños. Y, como colofón, te quedaste conmigo en la playa, antes de ir a casa, terminando el último mientras yo bebía para entrar en calor.
Te hubiera besado a la puerta de tu casa. Por suerte o por desgracia, soy un maldito cobarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario