El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

domingo, 7 de agosto de 2011

Three Roses Bourbon

Eran tres, y se sentaban bajo las estrellas, sobre la hierba, en una de esas calurosas noches de verano, en las que no se puede dormir pero sí soñar despierto. En el claro de aquel bosque, sólo los acordes de una guitarra tiempo atrás muerta y, de fondo, el crepitar de las llamas y el romper de las olas en una playa desconocida. Llovían estrellas y morían planetas aquella noche y ellos, aunque atrapados en una millonésima parte de la existencia, y aún jóvenes para entender lo corta que puede ser una vida, se sentían por momentos libres como pájaros al alzar el vuelo. Aquella noche, el infinito era el límite; la música, el vehículo; el bourbon, el combustible. No bebían para olvidar. Bebían porque necesitaban sentirse libres.
-He visto una luz parpadear-dijo uno.
-Has visto una estrella morir-dijo otro-. Has visto algo que pasó antes de que nada que conozcamos existiera.
Hacía horas que de los ojos del segundo brotaban lágrimas. Quizá algún amor que nunca superó. Quizá felicidad pura. Quien había visto la estrella morir, sin embargo, tenía una felicidad menos melancólica. Reía, reía y reía. Nada era mejor que aquello.
El tercero, suerte de disc-jockey, escuchaba ausente las canciones. Una tras otra, mirando al infinito y pensando en aquella persona con quien quería estar. Ella, de todas formas, también estaba ahí. En su corazón y en el de aquellos amigos que darían un brazo por verle feliz. En cualquier caso, él debía sonreír. Otro debía dejar que se oyeran sus carcajadas. El último debía dejar sus lágrimas caer al mar.
Llegó una canción. El melancólico la recordó con un trago de bourbon. Una de las mujeres que más le habían influido en su vida se la había enseñado por primera vez hacía unos años. Una Atenea de carne y hueso que se veía fuera de lo terrenal. Cantó y cantó entre lágrimas, pensando en ella. Ya le llegaría un mensaje en una botella a las inexistentes costas de Madrid, "allá donde el mar no se puede concebir", que dijera Sabina, para contárselo.
Y al amanecer, todos deseaban de veras seguir aún en el claro de aquél bosque, junto al fuego.
Bajo las estrellas.

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