«Triunfaré sobre el nacimiento y la muerte y venceré a todos los demonios que hostigan al humano»
Sobre el niño, sentado sobre un loto, y su madre, yaciente y dolorida, herida por el elefante de seis colmillos, caía una lluvia de pétalos que lo volvía todo mágico e irreal. El niño era majestuoso. Era el hijo del rey. Era la meta de los perfectos. Aquello que todo ser debía anhelar, aquello a lo que cualquiera debía aspirar.
Aquello que se veía en el centro del Nirvana.
Ella lloraba lágrimas agridulces, de dolor y felicidad. Todo era hermoso y perfecto, y había nacido un santo.
Había nacido un santo.
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