Lady Daria Risabova y Sir Lancelot Bienlejos se sentaron a la mesa, solos, en un despacho de paredes desnudas, iluminados apenas por una luz parpadeante que colgaba del techo. Las telarañas propias de la falta de uso daban cobijo a hambrientos arácnidos que ocupaban sus muchas y delgadas patas en seguir tejiendo una red de trampas para moscas desprevenidas.
"¿No viene nadie más?", dijo Bienlejos, mirando nerviosamente a cada esquina de la sala. Sus ojos lanzándose ávidos hacia la puerta, con la esperanza de que se abriera y dejase pasar a algún compañero, alguna conferenciante. A quien fuese: perro, gato, iguana o incluso persona.
"No estoy segura", respondió Risabova. "Te juro que envié las invitaciones e hice publicidad del evento. Mucha gente dijo que vendría, pero ya sabes: cualquiera se fía hoy en día de lo que le digan."
Se miraron en silencio. La música ambiental corría a cargo del zumbido de la bombilla, empujada por una instalación eléctrica que bien podría haber hecho uso de las hábiles manos de un electricista. Podría, si pagar cualquier cosa a esas alturas no fuese prohibitivo. Ya tenían que dar las gracias por la mesa y las sillas que amueblaban la triste sala. Y por haber podido pintar las paredes hacía ya más años de los que tarda cualquier pintura en ajarse y desnudar el yeso.
"Parece que viene un verano bastante frío", comentó Bienlejos, distraído y sin dejar de mirar la puerta de madera vieja y sin barnizar. Por supuesto, aunque la madera crezca en los árboles, el barniz es más bien cosa de las manos humanas.
"Eso parece, sí. Para que luego hablen de cambio climático", repuso Risabova, mirando sin mirar un montón de papeles que se esparcían sin pudor sobre la mesa. ¿Cómo va a tener pudor una rodaja de celulosa tatuada?. "El otro día me cayó encima un chaparrón de mil demonios mientras iba a repartir currículums."
"Vaya, ¿y qué tal te fue eso? ¿Alguna oferta interesante?"
"Alguna, sí. Me ofrecieron un puesto de dependienta."
"¿Buen horario?"
"Podría ser peor. Creo que son unas quince horas al día."
"No está mal. ¿Y el sueldo? Si no es mucho preguntar..."
"He hecho cálculos y me da para comer y pagar el alquiler. Con la ayuda de mis padres, claro."
"¿No murieron el mes pasado?"
"Sí, pero eso los burócratas no lo saben. Entre los ahorros que tenían para mis estudios y su pensión, puedo pagarme una habitación a un par de kilómetros del centro."
Sir Lancelot Bienlejos soltó una risa desganada ante tan fantasmales asuntos. A uno le ponía siempre la carne de gallina hablar del dinero de los muertos, pero a veces no quedaba otra opción. Pensó en lo que le gustaría a él tener una habitación para él solo, sin tener que compartirla con otros muchos caballeros y con su propio casero, Lord Arturito Muypendón, que a falta de otras opciones, había alquilado su propia casa. Un pisito de no más metros cuadrados de los estrictamente necesarios encajonado entre dos callejas, un prostíbulo y un centro de desintoxicación. Según tenía entendido, estos dos últimos los frecuentaban mucho algunos de sus compañeros de piso. Era algo de esperar de gente como Sir Kay Nomuygay, pero no tanto de Sir Agravín Catarrín.
"¿Qué ha sido de tu primo, Muchomorrov?", le preguntó, de golpe, a Risabova. Recordaba que su primo, aún por parentesco lejano, era alguien con dinero a quien la señorita de rubio talante podía pedirle algún favor.
"No sé nada de él. Desde que le ofrecieron trabajo en aquella empresa, no me ha vuelto a hablar."
"¿A qué se dedicaba?"
"No lo sé muy bien. Era algo de sinergia y motivación e informes y conferencias. Siempre decía que estaba muy ocupado, pero la mayoría del tiempo lo pasaba de viaje."
"¿De viaje?"
"Sí, viajes de negocios a la Toscana, a Cuba y a sitios así."
"¿A ver a clientes?"
"No sé, la empresa en la que trabaja no tiene sucursales fuera de este país."
Risabova revolvió sus papeles para que pareciera que hacía algo. Casi al unísono (o al univisto, o al uniolido), miraron ambos sus relojes. Eran ya las ocho de la tarde, y ambos tenían mucho que hacer después de la reunión.
"¿Esperamos un poco más?", dijo Risabova, nerviosa y con ganas de abandonar ya aquel lugar.
"Mejor que no. Tengo que irme antes de que cierren el super."
Ambos se sentaron entonces con aires de oficialidad, organizaron sus papeles y carraspearon. Remoloneando un par de minutos más, por si alguien estaba a punto de cruzar el umbral, abrieron los carpetones que esperaban sobre la mesa y se miraron el uno al otro. Lady Daria Risabova se rascó el sobaco (cosa que, al parecer, las señoritas también hacían cuando les picaba) mientras Sir Lancelot Bienlejos golpeaba en la mesa con el puño, a falta de un mazo que, como todos sabemos, hay que pagar si se quiere tener. Con tono solemne, anunció:
"Queda abierta la enésima sesión de la Asamblea de Personas a las que el Mundo nos Importa un Poquito (pero no demasiado)."