Un mar de caras te observa, entre divertidas y prepotentes. Pretendiendo pensar que ellos lo pueden hacer mejor que tú. Pero antes de dejar que sus opiniones te dominen, plantéate algo: ¿por qué estás tú sobre el escenario? ¿Por qué son ellos los que observan y no los observados? Es bien sencillo: porque eres tú el que ha trabajado por estar ahí. El que ha buscado la forma de organizarlo todo, el que ha aprendido las canciones, y el que quiere dejar salir la música que hay en su interior.
Ellos no te miran así porque sean mejores. Ni porque crean que no mereces estar ahí. Te miran así por envidia. Porque la gente sólo observa cuando quieren ser ellos los observados. Por eso haz lo más lógico: devuélveles la mirada, sonríeles, háblales. Y toca.
Deja que de tus dedos y tu garganta salga una melodía. No tiene por qué ser perfecta: nada lo es. Pero es una melodía. Tu melodía, y no la suya. Así que, adelante: reúne tu valor, siéntate en esa silla, tras el micrófono, y canta. Rasguea. Sopla. Suelta toda la música que bulle en tu interior y silencia sus comentarios con tu voz.
¿Qué ha pasado antes y qué pasará después? Eso no importa. Ahora son ellos los que te escuchan. Son tu público, y tienes que dar la talla.
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