Anoche soñé que te violaban. En callejón, en una esquina, en un bar... eso da igual. Solo sé que soñé que un ser impresentable se abalanzaba sobre ti. Aún recuerdo cómo te resistías. Cómo luchabas, pero él era demasiado grande, demasiado fuerte. Recuerdo cómo aproveché que estaba distraído para golpearle con una piedra. Cómo su cráneo crujía y se hundía bajo el peso de mi bota. Recuerdo la sangre, y el último balbuceo. También recuerdo cómo me mirabas, confusa, cuando me giré y me marché, ignorándote por completo.
Entiende esto: no lo aparté de ti porque me gustes. Ni porque me caigas bien, siquiera. No llego ni a tenerte respeto. Me pareces vanidosa, insufrible, ególatra, creída, superficial... y tu propio ego ni siquiera te permita entender que todo esto es honestidad pura: no te soporto. Pero eso da igual. No importa que te soporte o no. No importa que me gustes o me disgustes, porque siempre hay un enemigo mayor. Por mal que me caigas, por poco que te aguante, siempre será peor ese tipejo que estropea todo lo que toca. Por mucho que piense a cada segundo lo poco que te soporto, nadie merece pasar el resto de su vida en la vergüenza y el dolor de haber sido violada. Y lo sé muy bien. Lo sé porque a mí me ha tocado. A mí me ha pasado, y estoy roto por dentro desde entonces. Cuando eres un niño y alguien te arrincona en un callejón, te mete mano y te humilla, aún no entiendes muy bien lo que es el sexo. No entiendes muy bien por qué lo hace, pero entiendes que no está bien. No está bien sentir su polla flácida golpeando tu cara, ni sus manos estrujando tus testículos. No está bien sentir su dedo dilatando tu ano para hacer tiempo y saber que no sería precisamente el dedo lo que metería ahí si no hubiesen pasado aquellos coches por la boca del callejón.
Sé lo que es eso, y también sé lo que es ver a esa pobre excusa de hombre (muchos) años después, feliz, paseando con su esposa y su hijo. Morderte la lengua porque no tienes pruebas, porque ha pasado demasiado tiempo, pero saber que ese hombre orgulloso te arruinó la vida cuando aún no tenías edad para saber lo que te había hecho. Sé lo que es pasar la vida entera sin ser capaz de entender hasta qué punto incomodas a la gente cuando hablas, sin saber qué puedes decir y qué no, porque un cerdo creó en tu vida una espiral descendente que ha torcido todos los baremos habidos y por haber, todas las creencias que otros desarrollan de forma tan natural. Porque un ser patético y vergonzoso intentó descargarse sobre ti, y desde entonces te has sentido sucio a cada segundo de tu vida.
Así que sí. Soñé que te intentaban violar. Y soñé que mataba a aquel ser como mil veces antes he soñado matar a quien me hizo lo mismo a mí, fuera de la tierra de los sueños. Pero no te confundas: no me caes mejor por ello. Nunca te defenderé a ti. Nunca estaré de tu parte, porque no te soporto. Y no necesito hacerlo. No necesito que me gustes para entender que por irremediablemente insulsa que seas, aquel que se atreve a imponerse así sobre otra persona no merece un segundo más de sangre corriendo por sus venas.
Así que sí. Lo maté. Y lo mataré. Y los mataré tantas veces como me lo permita mi cuerpo descuidado. Y no lo haré por amor, ni siquiera por atracción ni por un ideal arcaico de caballería y nobleza. Lo haré por odio. Por asco, y por puro desprecio hacia lo que son y lo que representan. El escalafón más bajo de una especie caníbal y sin remordimientos. Los nuevos dueños tras la rebelión en la granja. Los infraseres que pronto se sentarán en el palco. La representación callejera de los que harán que pronto, te pongas como te pongas, a nadie le importará que te hayan violado.
Y a quien lo hizo, si me lee, le diré que entienda esto: tal vez nunca haga nada. Tal vez lo haga mañana o tal vez me presente en tu lecho de muerte. Pero si alguna vez te miro a los ojos, sabrás lo que hay tras ellos. Y quiero que sepas que no pasa un minuto de mi vida sin que imagine cómo será sentir tu cuerpo estremecerse mientras meto la hoja del cuchillo en tu carne. Mientras siento tus costillas crujir y tu sangre bañar mi brazo. Espero que sepas que, si alguna vez lo hago, lo haré sin remordimiento alguno. Y disfrutaré cada momento. Cada gota de sangre que vomites de la pura tensión. Espero que sepas que, gracias a ti, no soy nada cristiano. Y yo ni perdono ni olvido.
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