Voces suaves y perfumes dulces. De rosas, quizá. Voces suaves de labios carnosos y ojos claros. Que rodean, que atraen y alejan tu mente de cualquier otro pensamiento. De todo lo que no sean ellas. De todo lo ajeno a los cantos de sirena.
Voces suaves y perfumes dulces. Y, tras ellos, la tentación innegable, irresistible, de lanzar un beso en la oscuridad. De buscar el cobijo de unos labios rojos, brillantes, húmedos, calientes. Voces de deseo y dulzura, capaces de volver loco a un hombre.
Voces suaves y perfumes dulces. Casi dolorosas, como dardos en tus neuronas. Queman, arden mientras desesperan por traerte a su pequeña isla. Sirenas que te llevan a un naufragio seguro, a encallar en los arrecifes de una costa traicionera.
Voces suaves. Perfumes dulces. Mienten a cada sílaba, a cada letra. Mienten y tejen con sus mentiras un velo para cegar tu mirada. Un velo que te aleja de todo, que te quita tu propia alma, y te convierte en un esclavo de sus deseos.
Voces y perfumes.
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