Si el miedo tuviera rostro, sería el tuyo. Esa sonrisa lobuna que me dedicas al cruzar nuestras miradas. Tendría esos ojos que brillan bajo tus cejas, bien abiertos, expectantes. Deseosos de que baje la guardia. Y tendría ese menear de caderas que hace que a uno se le encoja el cuerpo y no llegue su camisa al cuello.
Si el miedo tuviera manos, serían las tuyas. Esas manos largas, finas, afiladas. Como garras que podrían descuartizarme de una bofetada. Tendría esos dedos ágiles pero fuertes, esas uñas bien cuidadas que sabe Dios cuántas almas habrán despedazado. Tendría ese anillo, dorado y sencillo, que llama la atención más de lo mínimo y menos de lo máximo.
Si el miedo tuviera alma, sería la tuya. Oscura y misteriosa, escondida tras muros de piedra, telones de acero y cortinas de seda. Sería esa alma que solo a veces sale, y sale a matar. Sale como un guerrero se lanza a la batalla, por tu boca, hasta mis oídos, loca por romper mi corazón.
Si el miedo fuera persona, serías tú. Y Dios, cómo adoro el miedo.
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