El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

sábado, 24 de octubre de 2009

Su otra mitad

Llueve.
Las gotas, finas como agujas, penetran en mi torso, a través de la destrozada y vieja camisa. Me queda grande, y no es más que un harapo, pero siempre me ha gustado llevarla.
Bajo hasta la acera y camino por ella, junto al rugir de los motores de la carretera. Es de noche, y las luces, que pasan de lado a lado, me incomodan.
Para cuando llego a la gasolinera, me duelen las piernas. Estoy horriblemente mojado y mis pies, carentes de zapatos, están sangrando. Pero he llegado, y es lo que importa.
Unos minutos más tarde aparece (con retraso, como siempre), el autobús.
Lo domina un hombre ya entrado en años, con cara de no sentir nada por nadie. Supongo que tanto tiempo viendo pasajeros pasar frente a él le han insensibilizado. Ni siquiera le conmueve la cara destrozada, espejo de un alma rota, de la que hacemos gala los que estamos en ésta parada.
Mientras arranca el autobús, camino a trompicones por el pasillo. El conductor pone un mal gesto al ver mis huellas de sangre en su flamante vehículo, pero no puede hacer nada. He pagado el billete y le he dado una buena propina.
Me siento junto a una chica. Tiene el pelo negro y su cara, pálida, triste, parece igual que la de quienes comparten mi parada (pues es mía y sólo mía). No obstante, tiene un matiz que no alcanzo a descifrar, como si sufriera por lo mismo que nosotros, pero de una forma distinta.
"¿Qué te pasa?" pregunto. "Tienes muy mala cara... ¿estás bien?"
No contesta hasta pasado un buen rato, que deja pasar mirándome a los ojos, como tratando de descifrarlos.
"Estoy buscando algo"
"¿Tan importante es?"
"Es la mitad de lo que soy, y al mismo tiempo es algo que nunca he visto"
"Es curioso... creo que en ésta parada, todos buscamos lo mismo"
"Ah, ¿sí?" pregunta ella, curiosa. "¿Y qué parada es?"
La poca luz que atraviesa las ventanas la inunda a ella y sólo a ella. Hace resplandecer su cetrina piel, y brillar sus pequeños ojos claros. Hace brotar extrañas luces de su oscuro cabello y me permite vislumbrarla.
"La de la Calle de la Desolación", pienso para mis adentros. Suena mucho más estúpido de lo que pensaba, así que me limito a rehuir su mirada.
Ella ríe con un sonido sincero, como si supiera lo que estoy pensando y por qué parezco avergonzado. No está nerviosa, y ya no atisbo lo que antes veía en su cara, esa enorme desesperación y ansia por encontrar algo que no sabía lo que era.
"Creo que te he encontrado", me dice, acercando sus labios a los míos.

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