Dejando vagar la vista, caigo en mi profunda ensoñación. Maderas nobles, libros de antiguas ediciones recubiertos de polvo, y una chimenea que crepita en el fondo de la habitación.
La niebla londinense se arremolina en torno a las ventanas, y diríase que sus cristales son opacos. No obstante, si te esfuerzas, vislumbrarás a través de ellos un hermoso paisaje salpicado de lluvia.
Salgo de mi ensimismamiento cuando mis ojos se centran en una figura que camina allí abajo, en la calle. La veo a través de las ventanas. Se dirige a mi hogar.
Y en éstos momentos no sabría decir si tengo miedo, si estoy contento de tener al fin visita o si estoy resignado a tener que hablar con otro ser humano. Es un pensamiento clasista y snob, pero el ser humano es tan inferior...
Oigo la voz de mi mayordomo, que dice que estoy arriba. Pronto unos pasos resuenan ahogados sobre la gruesa alfombra del pasillo y, de no haberlos esperado, me habrían sobresaltado esos golpecitos en la puerta.
"Adelante", digo con una voz casi apagada, ahogada por la mezcla de sensaciones que se agolpan en mi interior como una muchedumbre ante un espectáculo propio de la plebe.
En el umbral de la puerta, recién abierta, aparece ella. Es blanca, casi cetrina, y viste corsé negro, impenetrable, que hace que su rostro parezca un perfecto óvalo flotando en oscuridad.
Sus cabellos negros caen como una cascada sobre su precioso pecho, y al instante sé quién es y por qué ha venido.
"Llévame al infierno, amada Parca"
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