Cuando caen las bombas, todo es silencio. No oyes las explosiones, no oyes los gritos. No oyes nada. De pronto, todo el universo se detiene. Y, aunque no los veas, sabes que los planetas ya no giran. Las nubes ya no se retuercen en el lienzo azul, y los cadáveres dejan de descomponerse. Todo está quieto. Silencioso. Brillante. Las sombras bailan quietas al son de unas llamas sólidas como piedras. Las chispas se quedan detenidas en el aire, y el zumbido de los insectos se vuelve incesante, como si las moscas ya no descansaran de pared en pared. Desde que cayeron las bombas, olvidas que todo antes se movía. Todo antes era ruido. Las vibraciones se arrastraban por las superficies, saltaban desde ellas y se asomaban a tus oídos.
Desde que cayeron las bombas, has dado varias vueltas al mundo. Has seguido caminando, sin rumbo fijo, sin cansancio ni hambre. Sin sed ni deseo, ni sueño, ni tristeza, ni alegría. Has caminado, simplemente. Has visitado cada rincón, cada esquina. Le has puesto nombre a cada uno de los árboles que ya no crecen, a cada una de las golondrinas que cuelgan del cielo. A cada uno de los niños, congelados en el tiempo, que lanzan piedras sobre la superficie de los lagos. Han pasado millones de años, o solo una milésima de segundo. Ha pasado todo, y a la vez no ha pasado nada. Te preguntas si alguna vez las bombas llegaron a caer. Si realmente hubo un momento en que todo esto no era así, y el mundo no era un lugar estático. Si alguna vez tú no fuiste santo entre inertes. Rayo veloz entre pecadores.
Desde que cayeron las bombas, has dado varias vueltas al mundo. Has seguido caminando, sin rumbo fijo, sin cansancio ni hambre. Sin sed ni deseo, ni sueño, ni tristeza, ni alegría. Has caminado, simplemente. Has visitado cada rincón, cada esquina. Le has puesto nombre a cada uno de los árboles que ya no crecen, a cada una de las golondrinas que cuelgan del cielo. A cada uno de los niños, congelados en el tiempo, que lanzan piedras sobre la superficie de los lagos. Han pasado millones de años, o solo una milésima de segundo. Ha pasado todo, y a la vez no ha pasado nada. Te preguntas si alguna vez las bombas llegaron a caer. Si realmente hubo un momento en que todo esto no era así, y el mundo no era un lugar estático. Si alguna vez tú no fuiste santo entre inertes. Rayo veloz entre pecadores.
Si alguna vez las bombas llegaron a caer, desde luego fue donde ahora estás parado. Fue aquí, donde puedes mirarte cara a cara. Donde ves el horror en esas facciones que te resultan tan extrañas y a la vez tan familiares. ¿Quién es ese ser, paralizado, frío? ¿Eres tú? ¿Es tuyo ese rictus de pánico absoluto, mientras las llamas se reflejan quietas en tus pupilas? ¿Qué haces ahí, flotando en un aire que no se mueve? ¿De qué te intentan proteger tus manos?
"No te preocupes. Tú ya no vives ahí", dice una voz detrás de ti, profunda, eterna, sin forma ni cuerpo pero con un peso más real del que nunca recuerdas haber sentido. O lo que tú crees que puede ser un peso, algo que ya no recuerdas, que ni siquiera sabes si podrías definir. Te giras. Miras a los ojos al negro chacal. Desapareces, y todo se vuelve a mover ante unos ojos que ya no están ahí. Unos ojos derretidos en sus cuencas por el fuego de las bombas. "Cuando caen las bombas, tú ya no vives ahí."
No hay comentarios:
Publicar un comentario