El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

jueves, 30 de marzo de 2017

Montaña rusa

De arriba a abajo. De abajo a arriba. A veces, el suelo es el cielo y el cielo el suelo. A veces todo es una espiral sin definir, una vorágine de colores surrealistas en la que no se distinguen los detalles. Otras, todo es un mar de calma. Te sientas y disfrutas del viaje. Te sientas y miras a tu alrededor, a vista de pájaro, dejando que pase el viento helado entre tus cabellos, acariciando tu frente, taponando tu nariz. Otras, las menos, estás parado. Estancado. Estás en la espera de que todo caiga, de que el suelo te atrape y te lance contra él en un letal abrazo que solo es frenado por el chirriar de las vías.
Esa sensación en el estómago que al principio es adictiva, luego cansina y al final destruye tu vida, pone patas arriba tus entrañas y fluidos mientras luchas por mantener la compostura. Esa sensación al final te derrota, y se deforma tu rostro en un grito sin palabras, en un golpe de voz largo y doloroso, que quema tus pulmones y los vacía hasta la incapacidad. Te deja, como pez fuera del agua, boqueando y aleteando débilmente, con tus brazos colgando a los lados de tu cuerpo, tus piernas dormidas e incapaces de caminar. Tirado como un muñeco de nieve al sol, que se derrite poco a poco sobre su asiento dejando escapar los fluidos que lo conforman.
Buscas a diestra y siniestra la calma. Buscas en el futuro la próxima meseta que te permita descansar, pero son todo precipicios, giros, vueltas y caminos del revés. Todo está patas arriba y no ves fin. No ves arreglo. No ves forma de cambiar nada. La inactividad te atrapa, la inefectividad se hace forma en ti, y tu impotencia no tiene límites. Tu incapacidad es tu rasgo más fuerte. Solo eres un mueble, nada más. Un mueble molesto al que hay que apartar. Un obstáculo que esquivar para llegar hasta el sofá.
Te mimetizas, te haces pequeño. Evitas que tengan que apartarse demasiado. Te alejas de todos y todas, y todo y toda. Te vas, sin hacer mucho ruido, por la puerta de atrás. Esperando que los demás tengan más suerte de la que tú tuviste. Que puedan con la montaña rusa. Que las losas que cargan no destrocen su columna vertebral. Que todo y nada vuelva a ser una escala de grises. Que haya términos medios y tranquilidad en sus vidas.
En la tuya solo quedan convulsiones y gritos ahogados en una esquina.

domingo, 19 de marzo de 2017

Die Hoffnung - Los perros de presa

Desde una posición discreta como la suya, pero poco a poco cayendo en la ruina, la familia de Mikha'el empezó a ver en noticias, en rumores, y en comentarios, cómo el cerco se iba cerrando sobre su gente. Por pura picardía, el muchacho se lograba zafar de las agresiones y la violencia, cada vez más cercanas, cada vez más peligrosas. Las palizas, los embargos, los robos impunes, cada vez más a la orden del día, se cernían sobre ellos sin rozarlos, pero siempre proyectando una sombra, una presión sobre sus gargantas.
La familia de Rifka, por otra parte, gozaba de una relativa comodidad. Acogidos por el régimen, más como utilidad que como verdaderos amigos, se les mantenía continuamente en el filo de la navaja. Aunque ella no lo sabía, sus padres se veían obligados a ceder cada vez más su honra y sus convicciones para mantenerse con vida, tan endeudados como estaban con el Partido. El matrimonio de su hija con Hans era claro ejemplo de ello, y, aunque él se iba volviendo frío y distante, a ella no se le ofrecía la posibilidad de terminar la relación.
Así, con el tiempo, tanto Rifka como Mikha'el buscaron aislarse de su vida real, ausentándose durante noches, ella casi a escondidas de su familia, y él casi a escondidas del mundo entero, en locales de música oscuros y alejados. Allí donde todo parecía pararse, y a nadie le importaba nada más que bailar y beber. Y tal era su asiduidad que, por pura estadística, no tardaron en volver a cruzarse sus caminos.
Ella bebía tranquilamente, mientras él se mantenía apartado, intentando que nadie notase el hecho de que él no estaba consumiendo nada. Que solo estaba allí por la música y la tranquilidad. Desde su esquina, el joven muchacho distinguió al instante a la joven del pelo oscuro. Bien vestida, alegre como estaba hablando con el camarero con una cerveza en la mano. Era la muchacha de la tienda de discos, y estaba radiante. Dudó si acercarse o no. Rifka estaba prometida. Con un alemán, nada menos. Él solo era un golfillo venido a menos. Un chico de la calle. La clásica historia de Romeo y Julieta, complicada no solo por sus familias, si no por el mundo en el que les había tocado vivir.
Justo ese mundo en el que vivían, al final, hizo la decisión por él. Y, cuando la joven se giró y sus miradas se cruzaron, ambos se reconocieron al instante. Se sintieron atraídos por un imán invisible. Como si sus cuerpos tuviesen la necesidad de buscar el contacto, y sus miradas no pudiesen alejarse la una de la otra. Casi sin darse cuenta, estaban frente a frente.
Si mal no recuerdo, te llamabas Rifka, ¿verdad?
Ella asintió con una sonrisa, y bebió tranquilamente de su cerveza. El camarero, ahora desocupado, se fue sin hacer preguntas, pero dejando caer una mirada de sospecha hacia el joven callejero. Ajenos a ello, los dos enamorados empezaron a hablar.
Gracias por tu ayuda el otro día. El regalo le gustó mucho a Hans... o eso creo, suspiró ella.
¿Eso crees?
Sí, bueno, es que él no es muy expresivo. No pasa nada, estoy segura de que le ha hecho ilusión.
Supongo, repuso Mikha'el mientras miraba a su alrededor. La gente empezaba a mirarles. Aunque no está bien no dejar claro cuando un regalo te hace ilusión.
¿Por qué nos miran?
No lo sé, pero no me parece nada bien... algo huele raro por aquí.
Callados, nerviosos, los dos jóvenes miraron a la puerta justo en el momento en el que se abría, dejando entrar en tromba un grupo de policías. Raudo como buen pícaro que era, Mikha'el cogió a Rifka del brazo, y al grito de "corre", ambos se lanzaron entre el gentío hacia la puerta de atrás. Cuando la patrulla los localizó, la distancia en el bar pareció desaparecer mientras los hombres uniformados corrían tras sus pasos.
En la calle, jadeando y sintiendo la lluvia golpear sus rostros, corrieron lo más rápido que les permitieron sus piernas. La policía seguía detrás de ellos, se lanzaban como perros de presa, ya preparando sus armas para disparar. Mikha'el obligó a la chica a correr en zigzag, y, en mitad de la calle, eso bastó para evitar que sus perseguidores disparasen.
La persecución los lanzó de callejón a callejón, nunca sin salida, gracias a los conocimientos del chico. Finalmente, la joven Rifka vio una vía de escape en la forma de una casa recién embargada que alguien había olvidado cerrar. Con la espalda contra la pared, y aún intentando ahogar sus jadeos, oyeron cómo las botas repiqueteaban en el asfalto a apenas unos metros de distancia. Un sonido que pasó junto a ellos fugazmente, pero en lo que pareció ser una eternidad. Sus corazones, desbocados; sus mentes, intentando ahogar imágenes de captura, prisión, agresión, asesinato...
Creo que ya se han ido... susurró al fin Mikha'el.
Me conocen... me conocen y saben quién es mi familia...

jueves, 16 de marzo de 2017

Falsalcurnia

De no perdidos, no ganados
títulos nobiliarios, en trance
de ser simple papel mojado
a miles de euros de alcance.

Con coste y sin valor 
se aproxima la bajada del telón.

Nobleza y alcurnia a golpe
de billetera, valencia fortuita
para el mimado niño torpe
toda entera, nunca gratuita.

Entre seda y sin temor
se acerca raudo al golpe de calor.

Destila creencias por los poros,
convencimiento de su valía.
Desbanca a unos y a otros,
su nombre usando con osadía.

Con regalos sin amor
paga presto el alquiler de un corazón.

Salvas a sus apellidos, su fortuna
siempre asumida. Piedad a sus delitos,
su alcurnia jamás puesta en duda.
Salvado por mano de poder infinito.

Rezos a un Dios vengador
que golpea a quien no gozó de "honor".

miércoles, 15 de marzo de 2017

Dos por uno

Olvidados, cuestionados, desharrapados
de húmedo llanto en calles oscuras.
Iluminados, idolatrados, ensalzados
de cálida sonrisa en mansiones pulcras.

De a dos caras por moneda,
cruz y corona grabadas.
Doble moral por bandera
de creencia despistada.

Vara corta, despuntada y quebradiza
para medir sabiduría de pozo humilde.
Vara larga, recia, contundente y maciza
para medir cultura del lago Idilie.

De cruz y muerte, penosa
calavera pirata.
De sable ardiente, corona
de reino de ratas.

Oscurantismo de poeta moderno
en su vanguardia de metáfora expresiva.
Repelencia de poetiso alterno
que moja versos de forma irreflexiva.

De penosa muerte, llora
la madre rota.
De gloriosa ídem, gloria
al prolífico asceta.

Dignificado y no recompensado,
recompensado y no dignificado.

Escribiente en sombra, sin nombre,
escritor sobre alfombra de hambre.

Triste uno, alegre el otro.
Pierdes el tiempo, pobre tonto.

La tarima

Entre las posibilidades de la enseñanza encontramos grandes mentes y pobres neuronas. Ambos se pueden encontrar tanto en la tarima como entre el público, y, tristemente, son las segundas las que más llaman la atención.
El público o alumnado, masa informe y anónima, funciona por estadística. Por este engranaje, la mera cantidad de cráneos vacíos derrumba la visión de las supuestas mentes brillantes de nuestra generación. Aquellos que pueblan las tarimas, sin embargo, son otro cantar. La autoridad de que gozan a través de un mazo numerado del cero al diez se traduce en una prepotencia que inclina a tomar como verdad absoluta la pura creencia. Esto se palia en algunos casos con las virtudes de la humildad y el respeto. Humildad que, al contrario de lo habitual, desaparece con la edad. Respeto que, si bien es exigido al joven, desaparece en el anciano.
A menudo, y dependiendo siempre de la persona, el profesor actúa como un titiritero que disfruta de jugar con su público como si de un pueblo de marionetas se tratase. Dictatorial e irrespetuoso; interrumpe, ríe y critica sin argumento, aprovechando la autoridad del mazo y la sumisión de su público; necesitado como está de medrar en el mundo adulto.
Es esta medra, este asentamiento, el que da una ventaja inequívoca al necio estudiado. Es el haber terminado de leer todo lo legible y algo más, el considerar que lo que él sabe vale más que lo que cualquier otro pueda saber. Es esta falsa sensación de superioridad por unas normas arbitrarias la que dota de mayor peligrosidad a la falta de juicio y razonamiento del hombre de la tarima. Es la falta de debate, el rebaño sobre el que vomita a sabiendas de que no habrá ninguna respuesta, ninguna apreciación. Y, si la hay, no dudará en cortarla con una sonrisa, sabedor él de que no importa lo que pregunte, ni la respuesta. Solo importa lo que quiera pregonar desde la tarima.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Oneiros

El temblor de una pierna desbocada, miembro sin control y con deseos más allá de los propios. Se sacude lejos de mi intención, en un nerviosismo ajeno a mí, que se contagia al resto de mi cuerpo. Se contagia e invade cada rincón de mi ser, de mis órganos, de mis entrañas. Rellena mis vísceras con un temor absurdo, inconsciente, informe.
Sudor que empapa mi piel, bajo la cubierta de unas sábanas que se resisten a abandonarme. El abrazo de un Morfeo agobiante, asfixiante, que parece querer matarme más que dormirme. Marea y debilita mis músculos, que se niegan a moverse, a liberarme de las ataduras de esas capas de tejidos. Los hilos entrelazados parecen una barrera infranqueable contra el mundo, contra el aire. Buscan aislarme de mi sustento vital.
Pulmones agarrotados, y la duda de si respirar por boca y nariz. Garganta irritada, fosas nasales bloqueadas. Haga lo que haga, el aire parece siempre insuficiente. El calor sofocante me desmaya antes que dormirme, plaga mis sueños de imágenes que se derriten. Deformes monstruosidades dispuestas a saltar desde los rincones de mi visión, a sorprenderme salidas de los rincones más recónditos de mi imaginación.

Me siento innato. Me siento una barca en los fluidos del cosmos.
Escondido entre los juncos, observo un elefante recortado por el sol. En un claro del manglar, balancea sus colmillos con parsimonia, recogiendo ramas del suelo con su trompa. Las mastica, mirando a la nada, con una paciencia eterna que le otorga un estar sabio, casi calculado.
El animal, con sus ojos vacíos, se gira para mirarme. Parece clavar sus pupilas en las mías, a través de los juncos que creía que me mantenían a salvo. A mis espaldas, gritos, rugidos, desesperación hecha sonido que se alza de entre las copas de los árboles, entre los arbustos, bajo las raíces. El manglar retumba en un temblor ancestral a medida que el sabio elefante se acerca hacia mí. Me hace saber que todo va bien, que él me protegerá, y me alza sobre su lomo, sentándome entre las nubes que rozan su grupa.
Me siento pequeño. Me siento una mota de polvo en un mar de arena.
El desierto se extiende a mis pies, como una fina capa sobre fina capa de arena. Un lecho de rocas que hace de cama a un mundo yermo, sin vida. Mis pisadas son gigantes, mis colmillos crecen y se curvan. Balanceo mi cabeza en un vaivén rítmico, calmo, que acompaña a mi caminar de cuatro patas.
Hollando las arenas alcanzo una montaña, y mis pies se elevan sobre su pico, donde un águila vuela alrededor de mi cabeza. Veo las estrellas, veo la luna, veo el sol. Veo el universo y la existencia como la podría haber visto un Motor Inmóvil.
Me siento grande. Me siento el centro de una red infinita.
Me estremezco de la enormidad. Soy el centro de un sol infinito, ígneo. Soy el centro de toda luz. Soy amarillo, rojo, blanco, incandescente. Soy todo y nada. Me estremezco, y todo tiembla. Se derrumba poco a poco mientras jadeo en un pánico irrefrenable. Jadeo y veo cómo la oscuridad lo engulle todo.
Me siento muerto. Me siento la nada de la más absoluta inexistencia.


Suspiro y veo luz en la ventana. Mi boca está seca, me cuesta respirar. No sé cuánto tiempo ha pasado, el sudor resbala por mi piel. Logro recuperar el control sobre mi cuerpo y me incorporo, con paso lento avanzando desde la cama a las cortinas. Abajo, en la calle, todo sigue igual. Coches que pasan y no quedan. Peatones que hablan y no conversan. Una ciudad que duerme despierta.

jueves, 2 de marzo de 2017

Descansa

Días de melena al viento,
que galopa con alegría.
Desgasta patas sin aliento
y bebe de agua fría.

Descansa, dulce amigo
de hueco hocico, afilado diente.
Recupera tu brío, que sigo
aquí, por ti, al sol poniente.

Es oscura, pero pasajera,
la noche de tus trotes.
Es corta y perecedera
la espera por tus galopes.

Pronto salto y vuelo,
energía infinita en juventud.
Y pronto río y vuelvo
a verte disfrutar esa virtud.

Y brindaré, brindaré por ti
en terrazas infinitas.
Brindaré por verte sonreír,
casi humano cuando brincas.

Casi, o más que muchos
que de humanos precian.
Noble, cariñoso, nunca chucho
sino amigo sin reserva.

Recupera tu brío y alegría,
de jugar amanece presto el día.