En la sorpresa propia de oir, sin previo aviso, la voz de un extraño, Rifka se giró bruscamente para encararse a aquel joven delgado, enérgico a pesar de sus ojos cansados. La ilusión se palpaba en el rostro de Mikha'el a medida que su corazón se aceleraba al ver de cerca a la hermosa chica de pelo oscuro.
Me preguntaba si buscabas algo en concreto, dijo él atropelladamente. Te he visto algo perdida.
Sí, bueno... respondió Rifka, educada como suponía que debía ser. Estoy buscando un regalo para mi prometido.
De los pedazos en que se rompió el corazón de Mikha'el en un estallido casi audible, podría haberse hecho un mosaico de la desilusión. Haciendo acopio de fuerzas, el joven respiró hondo y le ofreció su mejor sonrisa a la bella muchacha, aquella prometida que ni de lejos parecía enamorada. Ella, por su parte, y olvidando todo pensamiento sobre el exitoso Hans, se perdió durante unos instantes en la sonrisa de aquel extraño, antes de que este hablase:
Me llamo Mikha'el. ¿Qué tal si me dices qué le gusta a tu hombre... y te ayudo a buscar un buen regalo?
En un acto, quizá insensato, promovido por la confianza que desprendía el muchacho, Rifka accedió y mencionó algunos géneros, típicamente alemanes y tan propios de los jóvenes que buscaban medrar en el partido, buscándose una posición en la política que les garantizase, quizás, una vida acomodada. Mikha'el, docto como era en los nuevos géneros americanos que tan en boga estaban en aquella época, buscó en su mente a toda velocidad algo que pudiese encajar con el prometido de su amada en ciernes.
No sé mucho de lo que mencionas, admitió, pero en este estante hay unos cuantos músicos que le podrían interesar.
Por hablar de lo reseñable, a esto se redujo el contacto entre los dos jóvenes, que casi a escondidas rebuscaron en los estantes un regalo para el joven proyecto de político. Ella dio las gracias. Él, con una sonrisa, dijo que no había nada que agradecer. Ambos, aún con la sorpresa en el cuerpo, continuaron su camino por avenidas opuestas. Ella de vuelta a las luces de su vida. Él, de vuelta a las sombras que arrojaba la suya.
En el camino, se pudo ver en el rostro de Mikha'el el hastío. El peso de que aquella desilusión camuflada en un principio de esperanza, había apoyado sobre sus hombros. Era una tarde gris, y la paleta monocroma del cielo parecía hacer eco, o pretender estar a juego, con los colores en lo más insondable del alma del joven.
En el camino, bolsa en mano, se pudo ver la confusión en el rostro de Rifka. Ella, tan acostumbrada a lo rígido de su educación, no sabía aún cómo entender algo tan casual, tan fortuito, como lo que le acababa de pasar. Era una tarde gris, pero los rayos de sol que a veces, tímidos, se colaban entre las nubes, parecían querer hacer eco, querer enseñar al mundo la luz que se asomaba detrás de las sombras de su alma.
La vida era curiosa, y de tan extremos los extremos que se tocaron, resultó empezar a nacer un magnetismo. Una atracción que, si bien ellos aún no lo sabían, daría forma a la historia de sus vidas. La moldearía tanto o más que aquella sombra con forma de águila que se cernía sobre las calles de una pequeña ciudad de Alemania.