El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

martes, 28 de febrero de 2017

Die Hoffnung - La luz que titilaba

En la sorpresa propia de oir, sin previo aviso, la voz de un extraño, Rifka se giró bruscamente para encararse a aquel joven delgado, enérgico a pesar de sus ojos cansados. La ilusión se palpaba en el rostro de Mikha'el a medida que su corazón se aceleraba al ver de cerca a la hermosa chica de pelo oscuro.
Me preguntaba si buscabas algo en concreto, dijo él atropelladamente. Te he visto algo perdida.
Sí, bueno... respondió Rifka, educada como suponía que debía ser. Estoy buscando un regalo para mi prometido.
De los pedazos en que se rompió el corazón de Mikha'el en un estallido casi audible, podría haberse hecho un mosaico de la desilusión. Haciendo acopio de fuerzas, el joven respiró hondo y le ofreció su mejor sonrisa a la bella muchacha, aquella prometida que ni de lejos parecía enamorada. Ella, por su parte, y olvidando todo pensamiento sobre el exitoso Hans, se perdió durante unos instantes en la sonrisa de aquel extraño, antes de que este hablase:
Me llamo Mikha'el. ¿Qué tal si me dices qué le gusta a tu hombre... y te ayudo a buscar un buen regalo?
En un acto, quizá insensato, promovido por la confianza que desprendía el muchacho, Rifka accedió y mencionó algunos géneros, típicamente alemanes y tan propios de los jóvenes que buscaban medrar en el partido, buscándose una posición en la política que les garantizase, quizás, una vida acomodada. Mikha'el, docto como era en los nuevos géneros americanos que tan en boga estaban en aquella época, buscó en su mente a toda velocidad algo que pudiese encajar con el prometido de su amada en ciernes.
No sé mucho de lo que mencionas, admitió, pero en este estante hay unos cuantos músicos que le podrían interesar.
Por hablar de lo reseñable, a esto se redujo el contacto entre los dos jóvenes, que casi a escondidas rebuscaron en los estantes un regalo para el joven proyecto de político. Ella dio las gracias. Él, con una sonrisa, dijo que no había nada que agradecer. Ambos, aún con la sorpresa en el cuerpo, continuaron su camino por avenidas opuestas. Ella de vuelta a las luces de su vida. Él, de vuelta a las sombras que arrojaba la suya.
En el camino, se pudo ver en el rostro de Mikha'el el hastío. El peso de que aquella desilusión camuflada en un principio de esperanza, había apoyado sobre sus hombros. Era una tarde gris, y la paleta monocroma del cielo parecía hacer eco, o pretender estar a juego, con los colores en lo más insondable del alma del joven.
En el camino, bolsa en mano, se pudo ver la confusión en el rostro de Rifka. Ella, tan acostumbrada a lo rígido de su educación, no sabía aún cómo entender algo tan casual, tan fortuito, como lo que le acababa de pasar. Era una tarde gris, pero los rayos de sol que a veces, tímidos, se colaban entre las nubes, parecían querer hacer eco, querer enseñar al mundo la luz que se asomaba detrás de las sombras de su alma.
La vida era curiosa, y de tan extremos los extremos que se tocaron, resultó empezar a nacer un magnetismo. Una atracción que, si bien ellos aún no lo sabían, daría forma a la historia de sus vidas. La moldearía tanto o más que aquella sombra con forma de águila que se cernía sobre las calles de una pequeña ciudad de Alemania.

viernes, 24 de febrero de 2017

As de picas

Que alguien dijo que no todo estaba perdido. Alguien susurró las posibilidades por encima de un tablero. La voz de la esperanza, los devaneos de un iluso, se colaron sobre el tapete y empujaron las fichas contra la nada. Allí, en una torre cilíndrica de representaciones de la valía, yacía todo junto a las cartas cubiertas.
"A cubierto o descubierto", que se había planteado él; se volvía, una vez sentado a la mesa, un juego de "a vida o muerte". A la espera de que tornasen las cartas, tamorileaba sus dedos sobre una mesa tapizada. El ruido sordo de sus yemas contra el verde acolchado era relajante, pero nada podía cortar la tensión de aquella jugada.
A la espera, miró su mano. Dos ases de picas, tramposos y teatreros, se asomaban bajo sus dedos. Dos ases imposibles esperaban el órdago final, la falsedad hecha carta, la mentira hecha carne. Dos ases que tendría que descubrir, y esperar a la ignorancia, si quería de aquella mesa llevarse el botín. 
Quiso huir. Quiso dejarlo todo, pero los caudales de la esperanza espolearon sus ansias. Y él, iluso o adivino, siguió apostando hasta dejarlo todo atrás.
Solo al girar, y ver aquella jugada imposible, vio por satisfechas sus expectativas.
Solo al jugar, y ver tantos ases que nadie podría imaginarlos, empezó a pensar que el mundo valía la pena.
Solo al ahogar un grito, y ver otros tres ases de picas, comprendió que quizá alguien, en un recóndito lugar, estuviese contando cartas a su favor.

Giró sus dos mentiras y a todo el mundo le dio igual. Giró sus dos máscaras picudas y todos sonrieron ante su audacia. A nadie le importaba, la victoria era real. Al fin la oscura sombra había sido rejoneada hasta la inexistencia.
Giró sus dos cartas y respondió a la blanca sonrisa del lado opuesto del tapiz.

sábado, 18 de febrero de 2017

Cantaba aquel poeta

Llora, llora el coro de raíces siniestras. Llora lágrimas de cocodrilo que riegan plantas muertas. Y baila, baila en tumbas abiertas de quienes no supieron o no pudieron ganar.
Llora llena la panza de caviar, y sonríen cinco por un filete a repartir. Llora el hígado por el coñac, donde se estremece la vejiga en cerveceo. De puros a cigarrillos, de cigarrillos a colillas; muere un poquito a cada día la memoria del perdedor.
Llora lágrimas de cocodrilo ante sonrisas complacientes de diente roto y negro. Mojan mejillas entre humos de Cuba tras matar a comunistas en pro de la bandera.

"Donde nos llevó la imaginación"
que cantaba aquel poeta,
víctima de droga y pena,
condenado sin condena
a morir en la cuneta.

Nos llevó de viaje,
sin billete de vuelta.
Lleno de bache y peaje
y espuma de mar revuelta.

Nos llevó de tumba en tumba
de cantantes desgarrados.
Rotos de pobre rumba,
sucios desharrapados.

Y giró a la contra
las manecillas del reloj.
De vuelta a años de sombra
y huérfanos del horror.

Se pierden sol, espiga y deseo
de campos dorados al atardecer.
Se empareda al dulce Perseo
solo por mirar, solo por ver.

Se roban céntimos a manos llenas,
millones, de patria curandera;
que cura a ricos bajo la bandera,
que sonríe, sonríe igual que hiena.

"Se divisan infinitos campos"
que susurraba, o lloraba
aquel poeta, de mente turbia
bañada en mar helada, olvidada
tras costas de noche oscura.

sábado, 11 de febrero de 2017

Die hoffnung - Del fondo de la caja de Pandora

De días tristes en que nacieron familias terminadas, quiso el capricho del azar que surgiese, a escondidas, una tragicomedia. Esos dramas con final feliz, sazonados de tensión y conflicto, que sueñan con adivinar hasta qué punto puede sobrevivir la esperanza. Historias en las que el que espera, desespera; y la proverbial caja de Pandora guarda siempre un último regalo bajo sus caudales.
De todos es bien sabido que uno de esos tiempos tan tristes de la historia, en que, durante un tiempo, se pensó que toda esperanza se había perdido, que la humanidad había desaparecido y jamás volvería, fue Alemania. Fue la primera mitad del siglo. Años de racismo, de opresión, de recurrir al mal menor y descubrir, para sorpresa de algunos; que un mal bien regado, jamás es menor. Un mal regado en sangre crece hasta el infinito, si no encuentra una fuerza que lo aniquile desde la raíz.
Allí, entre las semillas de que germinó ese mal, conoció Mikha'el el amor. Era un chico joven, esbelto. Venía de una familia comerciante y humilde. No vivían desahogados, pero el muchacho podía permitirse frecuentar bares musicales, y tiendas de discos. Lugares donde, entre notas y ritmos, el joven se evadía de una realidad que descendía hacia el infierno poco a poco. Obstáculos cada vez más insalvables salían al paso de su familia. Y, como la suya, de todas "las de su calaña", como decían algunos por aquellos lares.
Poco a poco, las visitas a bares musicales se vieron menos regadas por cerveza y más por agua, finalmente a palo seco. En ocasiones, en cruzándose con extremistas, a palo de madera y huida precipitada. Poco a poco, las tiendas de discos dejaron de recibir dinero de su billetera, ya vacía. Los vinilos que le gustaba comprar primero, luego alquilar, y finalmente solo mirar; empezaron a pasar de sus estantes a las manos de los pocos usureros que seguían en activo.
La historia de Rifka, curiosamente, siguió una trayectoria opuesta. Hija de una familia incipiente, vieron sus padres en el trato con familias arias una oportunidad para sobrevivir, incluso para tener beneficio. Delatores de necesidad, quizá incluso ajenos a la realidad que les rodeaba, sus padres hablaban despreocupadamente con jóvenes miembros del partido en fiestas de alto copete. Los miembros del partido, por su parte, y con ansias de escalar por la ladera política, se preocuparon de mantener a la familia de Rifka cerca y bien cuidada mientras les fuese útil. Fue por eso, quizá, que ella se vio en brazos de Hans, joven ambicioso que vio en la agraciada muchacha de pelo oscuro más un juguete que una compañera de viaje. Más una mascota que una igual. Sin embargo, la consideraba suya. Suya y de nadie más.
Rifka, en su inexperiencia, se veía incapaz de decidir qué iba mal en su relación con Hans. Para intentar alejar esa sensación de su cabeza, pasaba los días vagando por los bares y tiendas de discos. Buscando, igual que Mikha'el, evadirse entre notas y ritmos. Allí, por primera vez, se vieron. Él, prendado al instante, buscó iniciar conversación con esa energía que aquellos días de hambre y miseria no habían logrado matar. La fuerza de los miserables, el poder que nace de la desesperación por encontrar algo bueno en un mundo marchito. La oscuridad de un reino de monstruos.
El muchacho, así, decidió aferrarse a aquella luz de ojos ligeramente rasgados, aquel pelo azabache ondulado, aquella figura esbelta que con sus dedos afilados rebuscaba entre los discos. Se aferró tanto que, como imagina uno que viajan las polillas, hipnotizadas por el brillo de una luz solitaria en la noche oscura, se acercó a ella y solo pudo decir:
¿No es maravillosa la música?

martes, 7 de febrero de 2017

Speculo et tribuno

En la esquina, casi por milagro, refleja el espejo un sillón señorial. Lo observa, lo exhibe enmarcado en su óvalo de forja negra. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes; el espejo lee, cual libro abierto, cada ínfimo detalle del sillón señorial.
Lee el espejo los amplios reposabrazos, las viejas maderas barnizadas de blanco brillo en marrón oscuro. Apenas visible la muesca justo encima de la pata derecha, que ofrece con orgullo la imperfección de su hechura. El espejo refleja de memoria, en su óvalo pulido, maderas oscuras y tapizado de apariencia añeja.
Se apagan a cada noche las luces de la tienda, el reflejo desaparece y el espejo duerme con la infinita esperanza de una nueva mañana, en que pueda volver a repasar, por enésima vez, todos los detalles de su sillón favorito. Esos detalles a los que, de tan suyos, incluso nombre y apellidos les ha puesto.

Se hizo la mañana y el sillón ya no estaba allí. La esperanza del espejo, que de tan grande ardía en su corazón de hierro forjado, se disipó dejando una quemazón dolorosa. Y aprendió así a vivir el espejo en anhelo continuo, a solas con los recuerdos de aquel compañero silencioso, que, inconsciente (como suelen ser los sillones), reposaba (como suelen hacer los sillones), ajeno a las miradas furtivas del espejo enamorado.
Alguien, desalmado sin saberlo, monstruo de carne y hueso, había decidido que aquel mueble, de elegancia rota e inexplicable, quedaría bonito en su salón. Que aquel asiento de aspecto cómodo sería perfecto para pasar las tardes en la compañía silenciosa de un buen libro, bajo el riego de una copa bien cargada, en el abrazo de una chimenea encendida.
Sucede que así, por inconsciente malicia, el espejo se vio forzado a enfrentarse a solas cada noche a la oscuridad de la tienda. A llorar, en silencio (como suelen hacer los espejos), la ausencia de su querido sillón. Fueron días de tristeza, a esa manera discreta propia de seres inanimados. Fueron días en los que nadie, excepto él mismo, supo de su soledad. Soledad que nadie tuvo en cuenta, sentimiento que no existía más allá de las curvilíneas paredes de hierro negro.
Un día, a media tarde, el espejo se vio descolgado de la pared. No supo si sentir alivio de poder abandonar aquel lugar de tristeza. No supo si sentir dolor de perder todo cuanto era recuerdo de su sillón. Solo supo sentirse alejado de la pared, alejado de su hogar en la tienda. Se sintió cubierto, cegado y transportado, lejos. 
Se vio a las pocas horas en una nueva pared. Se vio colgado frente a aquel sillón señorial. Suspiró así, en silencio (como suelen hacer los espejos), en un dejar de aire que no existe, en un escapar de voces que ni susurran tan siquiera. E hizo con ansia, casi con desesperación, un esfuerzo sobrehumano, o sobrespeculo. De lo más hondo del reflejo nació la voz, casi un susurro, un musitar de amor a la desesperada. Un gritar callado, que solo llegó a los oídos de aquel sillón orejero:
"Te he echado de menos..."
Rebeca