Desde la cama todo se veía oscuro. Gris. La falta de ganas, aquella apatía... todo le obligaba a quedarse allí. Hora tras hora tras hora. Día tras día. A un tabique de distancia de otros seres humanos a los que una vez llamó amigos. Y, sin embargo, a millones de años luz...
Ella esperaba sentada a los pies de la cama. Ella miraba. Ella podría haber sido luz, pero ahora era la piedra de un suicida. Esa que se hunde en el río y te lleva con ella. Ella era el peso que lo atrapaba bajo las sábanas. A millones de años luz de distancia de quien una vez fue su vida entera. Y, sin embargo, tan cerca...
"¿No te vas a levantar?", se dijo a sí mismo.
"¿Para qué?", se contestó.
El hambre dolía. El humo quemaba. La cabeza parecía aplastada en una prensa hidráulica. Y, aún así, no quería salir. No quería moverse de entre las sábanas. No quería dejar de sentir cómo sus músculos se convertían en goma inútil. Cómo su cuerpo moría mientras su mente se suicidaba.
"¿No te vas a levantar?"
"¿Para qué?"
Y la serpiente alada, la de siempre, la de aquella noche cuando aún era un niño. Aquella que colgaba de su techo, se asomaba otra vez. Esta vez no eran las drogas. Esta vez no era algo misterioso en qué pensar. Esta vez, la serpiente alada era una amenaza real. Era pérdida, confusión.
¿Qué hacer? ¿Dónde estar, si no en esta cama? Todo era miedo y horror fuera de ella. Todo era dolor. Mentiras. Falsedad. Todo era interpretar un papel que él no había elegido, que no le correspondía, y que aún así estaba adicto a interpretar. A pocos metros de distancia de unos seres humanos que no le importaban. Y, sin embargo, tras la cortina...
"¿No te vas a levantar?", le dijo ella.
"¿Para qué?"