Se sienta sobre uno de los bancos del puente y se fuma un cigarrillo. El dolor aún es palpable, pero se ha vuelto a hacer parte de él. Como cuando era rechazado todos los días. Como cuando estaba solo. Como esas tardes, y esos días que no quiere que existan.
Contra el banco, su amante más fiel: la guitarra. Descansa en su funda, vieja y sucia. Da igual, no tiene por qué ser bonita. Ni por qué sonar bien: es suya y es lo que importa. Y como él, es siempre errante. Ever wanderer.
En su bolsillo palpa una baraja francesa y el estuche de una armónica. Otro par de amantes. Está rodeado de amor de ese que sólo dan los objetos. Que sólo miran, que sólo escuchan... pero que reconfortan a un corazón roto.
Y si las lágrimas llegaran al suelo, sería hora de irse a otro sitio.