De días tristes en que nacieron familias terminadas, quiso el capricho del azar que surgiese, a escondidas, una tragicomedia. Esos dramas con final feliz, sazonados de tensión y conflicto, que sueñan con adivinar hasta qué punto puede sobrevivir la esperanza. Historias en las que el que espera, desespera; y la proverbial caja de Pandora guarda siempre un último regalo bajo sus caudales.
De todos es bien sabido que uno de esos tiempos tan tristes de la historia, en que, durante un tiempo, se pensó que toda esperanza se había perdido, que la humanidad había desaparecido y jamás volvería, fue Alemania. Fue la primera mitad del siglo. Años de racismo, de opresión, de recurrir al mal menor y descubrir, para sorpresa de algunos; que un mal bien regado, jamás es menor. Un mal regado en sangre crece hasta el infinito, si no encuentra una fuerza que lo aniquile desde la raíz.
Allí, entre las semillas de que germinó ese mal, conoció Mikha'el el amor. Era un chico joven, esbelto. Venía de una familia comerciante y humilde. No vivían desahogados, pero el muchacho podía permitirse frecuentar bares musicales, y tiendas de discos. Lugares donde, entre notas y ritmos, el joven se evadía de una realidad que descendía hacia el infierno poco a poco. Obstáculos cada vez más insalvables salían al paso de su familia. Y, como la suya, de todas "las de su calaña", como decían algunos por aquellos lares.
Poco a poco, las visitas a bares musicales se vieron menos regadas por cerveza y más por agua, finalmente a palo seco. En ocasiones, en cruzándose con extremistas, a palo de madera y huida precipitada. Poco a poco, las tiendas de discos dejaron de recibir dinero de su billetera, ya vacía. Los vinilos que le gustaba comprar primero, luego alquilar, y finalmente solo mirar; empezaron a pasar de sus estantes a las manos de los pocos usureros que seguían en activo.
La historia de Rifka, curiosamente, siguió una trayectoria opuesta. Hija de una familia incipiente, vieron sus padres en el trato con familias arias una oportunidad para sobrevivir, incluso para tener beneficio. Delatores de necesidad, quizá incluso ajenos a la realidad que les rodeaba, sus padres hablaban despreocupadamente con jóvenes miembros del partido en fiestas de alto copete. Los miembros del partido, por su parte, y con ansias de escalar por la ladera política, se preocuparon de mantener a la familia de Rifka cerca y bien cuidada mientras les fuese útil. Fue por eso, quizá, que ella se vio en brazos de Hans, joven ambicioso que vio en la agraciada muchacha de pelo oscuro más un juguete que una compañera de viaje. Más una mascota que una igual. Sin embargo, la consideraba suya. Suya y de nadie más.
Rifka, en su inexperiencia, se veía incapaz de decidir qué iba mal en su relación con Hans. Para intentar alejar esa sensación de su cabeza, pasaba los días vagando por los bares y tiendas de discos. Buscando, igual que Mikha'el, evadirse entre notas y ritmos. Allí, por primera vez, se vieron. Él, prendado al instante, buscó iniciar conversación con esa energía que aquellos días de hambre y miseria no habían logrado matar. La fuerza de los miserables, el poder que nace de la desesperación por encontrar algo bueno en un mundo marchito. La oscuridad de un reino de monstruos.
El muchacho, así, decidió aferrarse a aquella luz de ojos ligeramente rasgados, aquel pelo azabache ondulado, aquella figura esbelta que con sus dedos afilados rebuscaba entre los discos. Se aferró tanto que, como imagina uno que viajan las polillas, hipnotizadas por el brillo de una luz solitaria en la noche oscura, se acercó a ella y solo pudo decir:
¿No es maravillosa la música?
¿No es maravillosa la música?
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