Llora, llora el coro de raíces siniestras. Llora lágrimas de cocodrilo que riegan plantas muertas. Y baila, baila en tumbas abiertas de quienes no supieron o no pudieron ganar.
Llora llena la panza de caviar, y sonríen cinco por un filete a repartir. Llora el hígado por el coñac, donde se estremece la vejiga en cerveceo. De puros a cigarrillos, de cigarrillos a colillas; muere un poquito a cada día la memoria del perdedor.
Llora lágrimas de cocodrilo ante sonrisas complacientes de diente roto y negro. Mojan mejillas entre humos de Cuba tras matar a comunistas en pro de la bandera.
"Donde nos llevó la imaginación"
que cantaba aquel poeta,
víctima de droga y pena,
condenado sin condena
a morir en la cuneta.
Nos llevó de viaje,
sin billete de vuelta.
Lleno de bache y peaje
y espuma de mar revuelta.
Nos llevó de tumba en tumba
de cantantes desgarrados.
Rotos de pobre rumba,
sucios desharrapados.
Y giró a la contra
las manecillas del reloj.
De vuelta a años de sombra
y huérfanos del horror.
Se pierden sol, espiga y deseo
de campos dorados al atardecer.
Se empareda al dulce Perseo
solo por mirar, solo por ver.
Se roban céntimos a manos llenas,
millones, de patria curandera;
que cura a ricos bajo la bandera,
que sonríe, sonríe igual que hiena.
"Se divisan infinitos campos"
que susurraba, o lloraba
aquel poeta, de mente turbia
bañada en mar helada, olvidada
tras costas de noche oscura.
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