Desde una posición discreta como la suya, pero poco a poco cayendo en la ruina, la familia de Mikha'el empezó a ver en noticias, en rumores, y en comentarios, cómo el cerco se iba cerrando sobre su gente. Por pura picardía, el muchacho se lograba zafar de las agresiones y la violencia, cada vez más cercanas, cada vez más peligrosas. Las palizas, los embargos, los robos impunes, cada vez más a la orden del día, se cernían sobre ellos sin rozarlos, pero siempre proyectando una sombra, una presión sobre sus gargantas.
La familia de Rifka, por otra parte, gozaba de una relativa comodidad. Acogidos por el régimen, más como utilidad que como verdaderos amigos, se les mantenía continuamente en el filo de la navaja. Aunque ella no lo sabía, sus padres se veían obligados a ceder cada vez más su honra y sus convicciones para mantenerse con vida, tan endeudados como estaban con el Partido. El matrimonio de su hija con Hans era claro ejemplo de ello, y, aunque él se iba volviendo frío y distante, a ella no se le ofrecía la posibilidad de terminar la relación.
Así, con el tiempo, tanto Rifka como Mikha'el buscaron aislarse de su vida real, ausentándose durante noches, ella casi a escondidas de su familia, y él casi a escondidas del mundo entero, en locales de música oscuros y alejados. Allí donde todo parecía pararse, y a nadie le importaba nada más que bailar y beber. Y tal era su asiduidad que, por pura estadística, no tardaron en volver a cruzarse sus caminos.
Ella bebía tranquilamente, mientras él se mantenía apartado, intentando que nadie notase el hecho de que él no estaba consumiendo nada. Que solo estaba allí por la música y la tranquilidad. Desde su esquina, el joven muchacho distinguió al instante a la joven del pelo oscuro. Bien vestida, alegre como estaba hablando con el camarero con una cerveza en la mano. Era la muchacha de la tienda de discos, y estaba radiante. Dudó si acercarse o no. Rifka estaba prometida. Con un alemán, nada menos. Él solo era un golfillo venido a menos. Un chico de la calle. La clásica historia de Romeo y Julieta, complicada no solo por sus familias, si no por el mundo en el que les había tocado vivir.
Justo ese mundo en el que vivían, al final, hizo la decisión por él. Y, cuando la joven se giró y sus miradas se cruzaron, ambos se reconocieron al instante. Se sintieron atraídos por un imán invisible. Como si sus cuerpos tuviesen la necesidad de buscar el contacto, y sus miradas no pudiesen alejarse la una de la otra. Casi sin darse cuenta, estaban frente a frente.
Si mal no recuerdo, te llamabas Rifka, ¿verdad?
Si mal no recuerdo, te llamabas Rifka, ¿verdad?
Ella asintió con una sonrisa, y bebió tranquilamente de su cerveza. El camarero, ahora desocupado, se fue sin hacer preguntas, pero dejando caer una mirada de sospecha hacia el joven callejero. Ajenos a ello, los dos enamorados empezaron a hablar.
Gracias por tu ayuda el otro día. El regalo le gustó mucho a Hans... o eso creo, suspiró ella.
¿Eso crees?
Sí, bueno, es que él no es muy expresivo. No pasa nada, estoy segura de que le ha hecho ilusión.
Supongo, repuso Mikha'el mientras miraba a su alrededor. La gente empezaba a mirarles. Aunque no está bien no dejar claro cuando un regalo te hace ilusión.
¿Por qué nos miran?
No lo sé, pero no me parece nada bien... algo huele raro por aquí.
Callados, nerviosos, los dos jóvenes miraron a la puerta justo en el momento en el que se abría, dejando entrar en tromba un grupo de policías. Raudo como buen pícaro que era, Mikha'el cogió a Rifka del brazo, y al grito de "corre", ambos se lanzaron entre el gentío hacia la puerta de atrás. Cuando la patrulla los localizó, la distancia en el bar pareció desaparecer mientras los hombres uniformados corrían tras sus pasos.
En la calle, jadeando y sintiendo la lluvia golpear sus rostros, corrieron lo más rápido que les permitieron sus piernas. La policía seguía detrás de ellos, se lanzaban como perros de presa, ya preparando sus armas para disparar. Mikha'el obligó a la chica a correr en zigzag, y, en mitad de la calle, eso bastó para evitar que sus perseguidores disparasen.
La persecución los lanzó de callejón a callejón, nunca sin salida, gracias a los conocimientos del chico. Finalmente, la joven Rifka vio una vía de escape en la forma de una casa recién embargada que alguien había olvidado cerrar. Con la espalda contra la pared, y aún intentando ahogar sus jadeos, oyeron cómo las botas repiqueteaban en el asfalto a apenas unos metros de distancia. Un sonido que pasó junto a ellos fugazmente, pero en lo que pareció ser una eternidad. Sus corazones, desbocados; sus mentes, intentando ahogar imágenes de captura, prisión, agresión, asesinato...
Creo que ya se han ido... susurró al fin Mikha'el.
Creo que ya se han ido... susurró al fin Mikha'el.
Me conocen... me conocen y saben quién es mi familia...
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