Vómito, jadeos, agua.
Se mira al espejo y se encuentra una cara desencajada. Una visión borrosa de quien pudo o no pudo ser esta noche. De quien no sabe si fue, es o será. Un hombre extraño que le mira desde el cristal del espejo, con ojos vidriosos y la boca pastosa. Despeinado, desaliñado, ojeroso. El alcohol no es tu amigo, aunque lo parezca.
Vómito, jadeos, agua.
Mira al fondo del váter ahora, incapaz de levantarse por segunda vez. Los pantalones, por los tobillos. Y sus rodillas huesudas apoyadas contra las baldosas. La cabeza vagamente apoyada contra sus brazos, que se aferran desesperadamente a la taza del inodoro. El efluvio de sus propios vómitos le da de golpe en la cara, pero tiene tan poca energía que no puede ni apartarla.
Vómito, jadeos, agua.
Se logra levantar y lavarse la cara. La visión sigue borrosa y el hombre del espejo es el mismo, pero ahora parece un poco, y solamente un poco, más sano. Más vivo. Su rostro sigue cetrino y sus ojos vidriosos, pero ya no parece ir a caer a cada segundo que pasa en pie. Solo queda de eso un balanceo leve, atontado, como cuando un niño se queda ensimismado mirando al cielo.
Vómito, jadeos, agua.
Rayos, otra vez. Este le ha pillado por sorpresa. Se lava bien la cara y se mira una última vez. Parece que ya es capaz de enfocar su mirada. Capaz de ver con un mínimo de nitidez. Un dolor palpitante en la parte trasera de su cabeza le recuerda al bar, a esa chica. A las copas y la música estridente. Y con paso inseguro se dirige por el pasillo. A la cama.
No sabe si ha apagado la luz. Ni si ha cerrado la puerta. Igual las llaves han quedado colgadas por fuera, a la vista de todo vecino o ladrón que quiera dignarse a entrar a por sus escasas posesiones. Pero no importa, los pobres son generosos. Generosos con ricos y ladrones. Y con ladronas de corazones, claro.
¿Qué habrá sido de aquella chica del bar? Dijo que vivía por allí cerca. Pero ni idea, él desapareció sin siquiera decirle adiós. ¿Y qué más daba? Al fin y al cabo, lo importante es divertirse. Y él ha tenido una noche de lo más divertida. Las náuseas son la prueba.
Cierra los ojos y se convulsiona en un intento de última vomitona. Sálvese quien pueda, piensan los jugos de su estómago. A duras penas los mantiene en su sitio y logra apoyar su cabeza sudorosa y su cara mojada sobre la almohada.
Mañana será domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario