Gruñe y grita. Con todo el aire de su interior, en un alarido de alcohol. Sus pulmones se vuelven ceniza, y sus cenizas explotan en un Amanecer Dorado.
Chilla y miente, y llora y pierde. Y con cada soplo pierde una pieza de su alma. Una pieza de cuanto es.
Y vuelve a nacer, cada vez más pobre, más vacío. Cada vez más sinsentido y perdido en un mundo que lo rechazó. Que rehuyó sus miradas y obvió su existencia. Chilla y miente y gruñe y grita y vuelve a nacer sin quererlo, sin ganas de haber nacido ni haber vivido.
Y con cada aliento pierde su corazón, baldío recipiente de sentimientos que una vez fueron buenos y ahora, cegados y perdidos, se golpean en forma de rabia y odio, escupiendo cada mañana un poco más de humanidad.
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