Son los dedos torcidos, las uñas amarillas, el pelo deshecho y la cama sucia los signos de su vida. Son la muestra de su caída en la desgracia, de su abandono y su descuido. Son el botón de su apatía.
Rueda y se cae, infinitas veces, en los pozos vacíos de su mente. Una mente explotada hasta la saciedad, hasta la ignorancia, que en su tiempo pudo ser hermosa, y ahora no deja de ser un juguete roto. Una amalgama de engranajes oxidados que quisieran girar. Pero que esperan estáticos al día en que todo acabe, en que no se les reclame más.
Y abre los ojos y escribe, cubierto por el humo de sus cigarrillos y el olor de su alcohol. Escribe aporreando el teclado en una rabieta infantil y superflua. En una queja eterna sobre problemas que no importan a nadie.
Y lo hace porque es lo único que le queda.
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