Con un jadeo estertóreo, como el resoplido de un animal primario, el rugido una bestia de épocas pasadas y olvidadas. Así es como ambos amantes se separaron. El hombre, aún sin aliento, se sentó en el borde de la cama, con el rostro entre sus manos. Ella lo miraba, confusa, quizá con un tinte de decepción en su pálido rostro. Sobre las vigas, en las tejas de arcilla que cubrían aquel techo abuhardillado, repiqueteaban las gotas de una lluvia incesante. Y entre la madera, con pereza pero decididas, algunas de aquellas guerreras de agua se deslizaban hasta el interior, resbalando hasta caer con todo su peso sobre el suelo de parqué. El charco que se formaba crecía más y más, y a ninguno de los dos amantes parecía importarle. El tiempo se había detenido, y ahora no eran si no dos estátuas de mármol, brillantes con el sudor de la pasión que resbalaba por su piel. Eran, vistos desde fuera, un cuadro en la penumbra. La imagen de lo que pudo llegar a ser pero jamás se formó.
"No deberías preocuparte", dijo ella, al fin, con un hilo de voz entrecortada. El hombre se limitó a soltar un bufido. No había respuesta posible ante aquello. Todo lo que resonaba en su cabeza eran palabras de desaliento, gritos de frustración que ningún canto de sirena podía ahogar.
Ella suspiró y se encendió un cigarrillo, sentándose con la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Con desgana, le lanzó la cajetilla y el encendedor al hombre, con la ligera esperanza de que aquello le diese una motivación para salir de aquel trance insondable, aquella ausencia total y absoluta. No funcionó, sin embargo, y los cigarrillos quedaron desparramados sobre la colcha al salir despedidos de la cajetilla. Formaron en ella un dibujo de nicotina por usar, de potencial cáncer o infarto de miocardio, que a duras penas rivalizaba con las hipnóticas espirales del humo que flotaba en el aire, deslizándose sin prisa pero sin pausa desde la boca de ella y con el único objetivo de arremolinarse entre las vigas de madera oscurecida. Ante el silencio incómodo que crecía entre ambos, ella decidió hablar:
"Recuerdo cuando tenía unos cinco o seis años... recuerdo el verano, las hojas de los árboles, las flores... recuerdo que pasé una temporada soñando con ser actriz. Me imaginaba sobre las tablas, cegada por los focos... la gente me miraba, pero yo no los veía. Solo eran una neblina que había más allá de la tarima. Todo lo que podía ver y sentir era lo que mi personaje veía y sentía. Y era tantas personas... era Hipatia, era Ofelia, era Lady Macbeth y a veces Julieta. Otras era Virginia Woolf, Mary Shelley, Helena de Troya..."
"¿A dónde quieres ir a parar?", la voz del hombre sonó seca, cortante. Sus palabras quedaron suspendidas entre el humo, resonando aún con timidez entre el repiquetear de las gotas de lluvia. Entre las valientes aguas que se lanzaban desde las vigas hasta el suelo.
No hubo respuesta. Ella se limitó a mirarlo, y a fumar. Él seguía en aquella posición tan extraña, tan salvaje. Como un hombre salvaje que protege su cabeza sin saber por qué. Sin siquiera sospechar que su alma, sus recuerdos y sus conocimientos se escondían agazapados entre aquellas paredes de hueso blanquecino. De alguna manera, aquella imagen la excitaba. Aquella situación, aquel hombre salvaje. No sentía ofensa alguna por su interrupción, ni tenía tiempo de planteárselo. Su cabeza estaba ocupada imaginando mil y una cosas a la vez, la una siendo a qué se refería al hablar de sus sueños de ser actriz.
"Quizá por eso empecé a fingir los orgasmos", dijo al fin.
El hombre soltó un bufido, a medio camino entre la queja y la risa. Un bufido sin tintes de desprecio, pero que daba a entender que aquel chiste había sido entregado al público equivocado. Con movimientos lentos y calculados, se dio la vuelta y se encendió un cigarrillo, quedando sentado frente a ella, en la cama. En sus ojos aún se entreveía la vergüenza. En los de ella, sin embargo, una compasión infinita.
"Solo digo que estas cosas pasan, ¿no?"
"Puede ser", respondió el hombre, su vista fija en la pared tras la cama. Su mente vagando sin saber siquiera dónde. "Puede ser... supongo que no es para tanto, pero me fastidia. Supongo que me aterra haberte decepcionado."
"Me decepcionan tantas cosas a lo largo del día..."
"¿Qué pasó con tu sueño de ser actriz?"
"Se diluyó, como se diluyen todos los sueños. No fue de la noche a la mañana, como mucha gente piensa. No me desperté un día pensando que, bueno, que aquel sueño ya no era para mí. Más bien fue como echar un polvo bajo la lluvia. El sudor estaba ahí y, sin saber cómo, poco a poco, fue reemplazado por el agua."
"¿Nunca volviste a pensarlo?"
"Lo recuerdo siempre... pero no creo que sea importante ya, creo que fue un deseo pasajero que dejé atrás. ¿Tú no tienes deseos así?"
"Bueno, durante mucho tiempo quise ser pintor... luego músico, inventor, programador, escritor... quise ser tantas cosas que perdí la cuenta. Se me escurrieron entre las manos con el pasar de los años."
Se miran y sonríen. La lluvia cesa. Y como el cantar matutino de un gallo en un corral, la última gota golpea contra el suelo.
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