Dijo aquél que por mucho que hagas, mucho más quedará por hacer. Que da igual lo que sepas: siempre sabrás nada.
Una absoluta y denigrante nada. Y, después de eso, ¿qué queda? ¿Un ser? ¿Un algo? ¿Una mujer? No queda nada, amigo. No queda ni tan siquiera el rastro de un conocido. Ni tan siquiera el rastro de un colega, un ligue, un número de teléfono, los restos de unos neumáticos o el dolor de una viuda.
No queda nada, lo mires por donde lo mires. Y lo peor es que debemos sonreír.
Sonreír a la nada.
Sonreír al vacío.
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