Vendió cortinas de un humo que no era tal.
Descubrió tarde, muy tarde, demasiado tarde,
que en este mundo, de siempre da igual
qué hagas, qué desvío uses para perderte.
Y quiso tomar ese camino, lleno de señales,
de pruebas, una y un millón, de que allí
no había nada, ni caricias, ni rosales.
Pruebas de la vida triste que no debió pedir.
Murió así un pedacito de su alma,
en el pozo de cenizas junto a su cama.
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