Él camina por la calle, pulcramente trajeado. Vive su vida como el más respetable de todos los hombres sobre la faz de la Tierra, sus amigos le adoran, las mujeres suspiran por él.
Ella es adorablemente sumisa.
Él hace amigos nuevos todos los días. Asciende en su trabajo como un ávido depredador, pero no se le odia por eso. Sus subordinados le admiran, sus superiores quieren ser como él. Todo el mundo le idolatra. Incluso la señora de la limpieza.
Ella es buena y obediente.
Él la lleva a cenar, a pasear y al cine. Se divierten juntos y se adoran el uno al otro. Se miran con los ojos chispeantes y el mundo gira, pero no para ellos. Sólo para los demás. Y sin embargo, ¿qué importan los demás? se tienen el uno al otro. Eso es lo que importa.
Él tan solo es un poco huraño en casa. Es comprensible: se pasa el día trabajando como un descosido para que a su mujer no le falte de nada. Y ella se lo agradece.
Él grita, él se enfada muy de vez en cuando. ¿Quién no tiene un desliz?
Él se enfurece más día tras día. Es normal: está atrapado en la rutina.
Él la pega, le destroza la cara a su mujer por mirar a otro hombre.
Ella llora, pero cree que se lo merece.
Él la odia. Él la destroza.
Ella huye. Ella vuelve a su propia vida.
Él se niega a eso.
Él acaba con ella.
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