A veces, cierra los ojos y echa de menos aquel piso cochambroso. Cierto es que era un antro, un cúmulo de mierda, un cuchitril. Pero era su cuchitril. Aquel pequeño hueco en mitad de la nada que solo visitaba para emborracharse y dormir.
Solía tumbarse en el sofá y encender la televisión. Abría una bolsa de patatas, una lata de cerveza y de golpe era el rey de aquel pedacito de nada. Aquel salón maloliente, la cocina con los platos sucios apilados. Era el rey de una ratonera llena de basura, pero seguía siendo el rey. Solo le faltaba una corona. Mugrienta y vieja, para que hiciese juego con todo lo demás.
A veces, cierra los ojos y echa de menos aquella casa en el pueblo. Cierto es que era una casa preciosa, amplia, luminosa... pero no es eso lo que añora. Era su casa, de su familia, y allí era uno de los príncipes. El niño mimado de la realeza, que miraba con desdén a la prole de ratas y cucarachas plebeyas que huían a la luz de la linterna.
Solía tumbarse en el sofá y ver la televisión. No había cerveza, ni patatas, pero por aquel entonces no las necesitaba. Solo gritaba por dentro y esperaba que todo acabase.
A veces, cierra los ojos y los gritos de sus neuronas son tan educados que le dejan dormir.
Fantasías delatoras que dibujan sus sueños, mientras las gotas de lluvia golpean los tendales. Caen sobre ellos con furia, y se desmoronan en mil fragmentos de aguas del cielo. ¿Es la melancolía la que mueve su mano? ¿Quizá la soledad, o una pura y profunda tristeza, lo bastante grande para hacerle llorar, pero no lo suficiente para borrar la sonrisa de su rostro?
Se pregunta a cuento de qué vienen esas frases largas, grandilocuentes. Metáforas bien envueltas que su mente vomita como si fuesen comida en mal estado. Duda a menudo de su capacidad, de lo que es real y lo que no. Y aún así, sin embargo, no obstante, en definitiva se pierde en las propias palabras. Y busca. Y patalea. Y sueña con que sus palabras son suficiente para cautivar el corazón de aquella dama. Y tocar su alma. Pero no lo son, se quedan cortas o se pasan de largo, y ahí está él de nuevo. Solo. Solo sobre las líneas de un papel vacío, descompuesto, desintegrado en una explosión de letras. De la a A a la Zeta. Como gotas de lluvia que golpean los tendales.
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