Los de tu calaña viven pensando que lo que hacen no tiene consecuencias... pero no podríais estar más equivocados. Tan errados estáis que a veces dan ganas de reír. Lo que hacéis crea monstruos... creéis que todo se olvida, todo pasa... pero no. Lo que hacéis crea monstruos, te digo. Y sentís el terror cuando estos monstruos se asoman a vuestra puerta.
La bolsa de lona se apartó de su cara con brusquedad, arrancándole parte del pelo en su trayecto. Rápidamente, el frío de una navaja de afeitar acarició su cuello. Quiso gritar, pero estaba amordazado. Quiso correr, pero estaba atado a aquella incómoda silla. Ante él, en lo que podía ver en el círculo iluminado en cuyo centro estaba la silla, solo suelo. Una habitación vacía. Alguien le sujetaba la cabeza, y quiso suponer que era la extraña voz que le hablaba desde la oscuridad.
Esa pobre chica, tan lenta, tan despistada... ese chico tan feo, tan ridículo... esos gemelos a los que vestían siempre igual, y daba para muchos chistes... Lo pasasteis bien haciéndoles daño, ¿verdad? Era por su bien, pensabais a veces. Otras solo era porque os cabreaba su mera existencia. Pensasteis que jamás valdrían nada, que todo seguiría como estaba. Siempre seríais los depredadores, siempre ellos las presas.
Recordó a sus viejos compañeros. Todos se habían desperdigado por el país en trabajos de mala muerte. Todos, sin excepción. Uno de ellos era camarero en el norte, otro barrendero en el sur... y así hasta terminar con la lista de todos los que había considerado amigos. Ahora él estaba solo, sin nadie a quien recurrir, en una habitación que ni siquiera sabía dónde estaba. En una habitación de la que ni siquiera sabía el color de las paredes. Por todo lo que sabía, podía estar a cien metros de su propia casa. Intentó gritar, pero no pudo. La mordaza estaba demasiado apretada.
No te esfuerces. No pidas ayuda. No supliques. Yo ya he tomado mi decisión igual que vosotros la tomasteis hace tiempo. Y no hay nada que temer. Al fin y al cabo, lo que te espera es una parte natural de la vida. Pronto estarás lejos, y no tendrás nadie a quien hacer daño... ni nadie que te haga daño. Olvidarás lo que es ser predador o presa. Lo olvidarás todo. Sonríe para la foto.
Un flash iluminó levemente la sala. En su retina vio a los payasos tras la cámara, riendo y bailando. Una imagen de apenas una fracción de segundo que se quedó grabada en su cerebro mientras la navaja de afeitar cruzaba su cuello de lado a lado. La sangre brotaba de aquella sonrisa siniestra, los ojos se le salían de las órbitas, ahora cegados del todo, intentando ver algo que no fuesen aquellos payasos tras la cámara. Su cuerpo se sacudía intentando alejarse de la silla. Su voz era apenas un gorgoteo que se golpeaba contra la mordaza. Y, poco a poco, la habitación se dejó ver. Borrosa, difuminada, pero se dejó ver. La luz tenue ahora la inundaba, pero los colores desaparecían. No había ningún detalle, no podía distinguir los materiales... solo a una figura que taconeaba entre los payasos, hacia la puerta. Una figura familiar... una persona a la que debió decir adiós.
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