El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

miércoles, 29 de abril de 2009

Nos dan la bienvenida - Capítulo 3

Mirando indiferente al cadáver del director, me volví de nuevo hacia mi objetivo primario: aislar el instituto.
Realmente lo sentía por los alumnos, pero estaba seguro de que todos (o casi todos) los profesores tendrían lo que se merecían.
Un hermoso y extasiante coro de gritos acarició con suavidad mis oídos una vez el instituto estuvo a oscuras. Pánico, dolor, pena y desconcierto se mezclaban formando una singular sinfonía; la más hermosa que mis oídos habían podido oír.
Únicamente había un error en ella. Uno de los gritos, supuse que de una muchacha no mucho menor que yo, denotaba un falso terror. Parecía divertirse con la situación, disfrutar de ella. Mi objetivo estaba más que claro: debía encontrar a aquella, mi alma gemela.
Salí pues a los pasillos. Manchado de sangre y buscando a aquella voz sin rostro, a aquél espectro, objeto de mi admiración. Comenzaría a matar a todos los que encontrara, para intentar dar con aquella muchacha.
Me planté en frente de la salida del centro, pues muchos intentarían huir por allí.
No me equivocaba. Pronto, un profesor llevó un rebaño de alumnos a las fauces del lobo. Salté sobre él, cercenándole el cuello y sintiendo el éxtasis de la sangre derramada, entre gritos de aquellas personas de cerebro seco a las que llamaban alumnos.
Cortes, sangre, gemidos y terror, mucho terror sucedieron a eso. Montones de cuerpos inertes caían sobre los charcos rojos de su propia sangre, con el cuerpo y la cara desfigurados por los cortes.
Pronto acabé con ellos y descansé fumando un cigarrillo, cuyo humo hizo saltar la alarma de incendios.
A la luz de la cristalera que actuaba como puerta de salida, aquellos cuerpos parecían formar un cuadro, digno de Waterhouse o Evelyn de Morgan.
Sí. Lo que yo hacía era arte.

domingo, 26 de abril de 2009

Guerra

Ahora es cuando sentía que el corazón volvía a latir. Tras el primer golpe, que sentí en mi pecho como el retumbar de la artillería, la sangre volvió a todo mi cuerpo. Había estado paralizado, como si nada se moviese, durante unos segundos. Mi amigo yacía ahora en el suelo, inmóvil.
Mi mente quería que yo gritara, que me desahogara, pero yo me negaba. Todo mi cuerpo estaba aún paralizado, aún sintiendo lo que me rodeaba.
Alguien me gritó que debíamos salir de la trinchera, que ésto ya no era lugar seguro; pero las lágrimas que cegaban mis ojos parecían tapar también mis oídos.
Unos metros más allá, un joven soldado caía llamando a su mamá, desesperado por la profunda herida que sangraba en su torso, pero me daba igual.
Mi único amigo en aquella guerra había muerto, y ya no se podía hacer nada.
¿Qué más da? me dijo mi mente, ahora casi serena (o eso creía yo)
"Hazlo", me decía mi libre albedrío. "Hazlo y nunca te arrepentirás".
Salté fuera de la trinchera, entre cascotes y fuego enemigo, y me lancé a mi certera y libertadora muerte.

viernes, 24 de abril de 2009

El pasajero

Las estrellas refulgían colgadas del cielo, al otro lado de las ventanillas de mi coche. Metros y más metros de carretera desaparecían tras nosotros, sustituidos por nuevo asfalto. Señales de tráfico, farolas y letreros de neón parecían iluminarse a nuestro paso, como vanos y patéticos intentos del hombre por imitar la belleza de la luna, prendida allá arriba entre la oscuridad.
A mi lado estaba LA mujer. Aquella que me había amado y a la que había amado. Aquella cuya, a mi juicio, inconmensurable belleza podía mantenerme hipnotizado durante horas. Dormitaba apoyada contra la puerta delantera, tapando sus ojos con los párpados, adornados éstos por hermosas pestañas. Su pecho subía y bajaba con una cadencia perfecta, relajada e informal, ajena a lo que iba a pasar.
La radio sonaba muy baja. Un CD con canciones de varios grupos se dejaba oir tras el ruido del motor. Acordes geniales, música casi perfecta y hermosas voces perfeccionaban todo aquello.
Al fin se acabó la calzada, y llegamos a una solitaria pradera. Frente a nosotros, un bosque nos ofrecía toda su potencia intimidatoria, ocultando quién sabe qué peligros entre las sombras de la noche. Tras nosotros, sólo hierba.
Todo estaba vacío.
Mi acompañante seguía dormida. Le di un leve beso en la frente, sin despertarla, y abrí la guantera.
Dentro, el cañón plateado de mi revólver refulgía a la luz blanca de la noche, con un brillo especial, casi mágico.
Observé el cañón cuidadosamente. Grabado con perfectas letras de caligrafía, el nombre "Derringer" lo identificaba como mi pequeña pistola de bolsillo. Pensé que sería mejor usar una pistola poco corriente, a fin de evitar que se sospechara de otra persona.
Coloqué el dedo sobre el gatillo, y abrí la pistola para introducir las dos balas que cabían en el tambor. Pronto todo se acabaría.
Como punto y final a todo aquello, un disparo resonó en la oscura noche, dejándolo todo en calma.
Totalmente silencioso.

lunes, 20 de abril de 2009

El engaño nunca fue plato de gusto

En un lugar muy, muy lejano debió haber pasado, pero en realidad tuvo lugar en el apartamento que hay bajo el mío.
Leyendo las noticias, me enteré del lío y me fui a ver a mi amigo Luis a la prisión. Le pedí que me lo contara todo, y al rato estaba descifrando su historia entre sollozos.
"No lo entiendo", decía. "Pensé que ella me quería".
Luis había llegado un par de horas temprano del trabajo, pues le habían despedido. Iba alicaído, pero estaba seguro de poder encontrar algún nuevo trabajo. Mientras subía por las escaleras, imaginaba tener que consolar a su mujer, pues no había otra fuente de ingresos y apenas llegaban a fin de mes.
De sus cavilaciones le sacaron unos extraños ruidos más allá de la puerta principal de su casa. Algo estaba pasando allí dentro y no tenía muy buena pinta. Luis irrumpió iracundo, buscando un ladrón o algo parecido, pero lo que encontró fue incluso peor.
En el salón de su casa, el que tanto esfuerzo le había costado amueblar, se hallaba su mujer desnuda, entregándose a los placeres carnales con un desconocido, mientras gritaba a todo volumen.
Aquella misma tarde, tanto el desconocido como la mujer de Luis murieron de una forma que no merece relatarse.
"Ella me quería", lloraba Luis, horrorizado por lo que había hecho.
"Sí", contesté. "Te quería"

miércoles, 8 de abril de 2009

El siguiente y último día de tu vida

Un café.
Ha salido el sol. Al fin es de día. Veo cómo las personas van despertando de una en una, desperezándose y creyendo que son madrugadores cuando los pájaros llevan despiertos varias horas ya.
Dos cafés.
Es hora de desayunar. Mis entumecidos huesos crujen y se resienten cada vez que me muevo. El sabor dulce de la comida inunda mi boca, haciendo que mi saliva fluya más de lo normal.
Tres cafés.
La chimenea está encendida y llena de calor el salón, donde me tumbo a ver la tele. No hay nada interesante, pero es divertido ver como la élite del país se grita como si fuese un gallinero.
Cuatro cafés.
Hay que comer. El estómago no ruge, pero es norma comer a ésta hora. Las iluminadas frases de Lisa Simpson contrastan con las estupideces de su padre en el salón. La comida me llena mucho más que el desayuno y me siento pesado.
Cinco cafés.
Leamos algo. Tengo muchos libros interesantes en la estantería, pero no sé cuál elegir. Quizá ésta vez algo de poesía no me venga mal. Siempre es divertido leer en verso.
Seis cafés.
Merendaría, pero no tengo hambre. Dedicaré la tarde a picotear. Enciendo el ordenador, y su ruido inunda la sala. Pronto la música se mezcla con el ruido, y mi amigo Syd Barrett ameniza la tarde.
Siete cafés.
Hora de cenar. Siempre viene bien una comida ligera por la noche. Una ensalada me refrescará y me llenará poco. Además, están muy ricas.
Ocho cafés.
Veamos la teleserie del prime time. Como siempre, tópicos de los guiones américanos absurdamente llevados a terreno español, formando un caos estúpido y sin razón.
Nueve cafés.
Volvamos al ordenador. Vídeos de Pink Floyd, textos, arte, entretenimiento... todo canalizado a través de plástico y fibra de carbono. Las tecnologías avanzan que es una barbaridad.
Diez cafés.
Vaya. Ha vuelto a amanecer...