El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

domingo, 24 de abril de 2016

El odio por lo que escribió uno mismo

"Ah, el odio por lo que escribió uno mismo", dijo aquella voz, profunda, irresistible, indestructible. "El odio por aquello que habéis de llamar vuestras palabras. Algunos las ocultáis como diálogos. Las escondéis entre voces de otras personas, otros personajes, otros seres o entes que ni siquiera son reales. Sabéis, tan bien como vuestros lectores, que no es así. Que sois vosotros los que decidís y pensáis cada una de esas palabras, cada cual de dichas letras. Sois vosotros los que decidís cada fonema, cada actitud y cada pensamiento. Cada frase, cada sintaxis, cada devaneo y soliloquio. Sois quienes domináis todo y no sabéis nada, porque a veces vuestros personajes escapan a vuestra comprensión. A veces no sabéis qué dirán al día siguiente, qué sílabas escaparán sus labios al próximo segundo. A veces, en ocasiones, os veis perdidos ante la genialidad o torpeza de sus propias habladurías."
Miré hacia él, sorprendido, incapaz de reaccionar. Lo miré como se mira a la nada, como se mira a la inexistencia, como uno supondría que se observa un agujero negro.
"Tranquilo, amigo", continuó. "Conservaré tu secreto. Sabré más que nadie qué has querido decir. Qué no has podido decir. Qué se ha quedado en el tintero y qué has pretendido que manche las páginas de mente ajena. Tranquilo, amigo mío. Yo siempre seré más diario que Roma entera. Yo siempre seré más bitácora que todos tus cuadernos."

sábado, 2 de abril de 2016

Plaga

"Os creíamos una plaga", dijo aquella extraña figura. De algún modo, era humano. Sin embargo, algo en sus proporciones, en su forma, no cuadraba. Llevábamos muchos años luchando una guerra que parecía interminable contra ellos. Lejos estaba el momento en que llegaron desde muy lejos. Mucho más lejos de lo que hubiésemos podido imaginar. Lejos quedaban los días en que todo cuanto sabíamos de ellos era que, si disparábamos, dejaban de atacarnos. Ahora hablaban nuestro idioma, entendían nuestras tácticas, nos estudiaban. "Os creíamos una plaga en un rincón perdido de la galaxia. Una plaga a exterminar antes de dejar que destruyera este planeta".
Asentí. No podía responder. Había oído historias de lo que les hacían a los prisioneros, pero todo eran rumores. El miedo bloqueaba mis mandíbulas y corría por mi espina dorsal, como agua convirtiéndose en hielo en mi interior. La sala era fría, metálica, y todo lo que podía ver era la silueta de un ser que nos parecía antinatural. Un ser escondido más allá de los límites de nuestra comprensión.
"Cuando empezamos a comprender vuestros idiomas, vuestros pensamientos, seguimos pensando que eran una forma de comunicación rudimentaria. Un rugido entre animales, un grito primal impulsado por el instinto de supervivencia", continuó su extraña voz. Era un sonido hueco, inhumano, pero no carente de emoción. Eran ondas que trepaban por las laderas del valle inquietante. Eran reconocibles. Las entendíamos y, a la vez, no eran nuestras. No éramos 'nosotros', por así decirlo.
"Teníamos miedo", logré decir. Mi voz temblaba. Era apenas un susurro velado por el miedo y el cansancio. Nunca había estado en la cárcel. Nunca había sido prisionero. Sin embargo, no imaginaba que pudiera haber algo peor que perder la libertad.
"¿De nosotros?", respondió. ¿Era desdén lo que dejaba escapar aquel sonido extraterrestre? "De nosotros, quienes temíamos vuestra ignorancia. De nosotros, cuando erais vosotros mismos los que os torturabais y matabais unos a otros..."
Unas manos frías y alargadas me soltaron. Mis muñecas estaban doloridas por efecto de las esposas. Las acaricié, pensativo, y pude ver el rostro vagamente iluminado de un ser sin ninguna expresión reconocible. Ojos, nariz y boca, pero ahí acababan nuestras similitudes. Tanto podíamos tener en común con aquellas facciones como con las de un tigre o un oso. Algo debí decir, aunque no lo recuerde, porque aquella voz de emociones incomprensibles me respondió.
"Nosotros nunca nos vimos como los invasores. Nunca pensamos que éramos los animales. Nunca nos vimos como 'inhumanos', como diríais vosotros. No podíamos creernos carentes de virtud, solo defendíamos lo que creíamos que debía ser defendido. Solo limpiábamos, acabábamos con una plaga".
Abrió la puerta de la celda. El pasillo era igual: frío y metálico. Allí no había nadie ni nada más. Solo unos cuantos muebles extraños que ningún ser humano hubiese entendido. Puede que fuesen sillas, mesas, ordenadores, teléfonos. Si lo eran, a mí no me lo parecieron.
"Intento comprenderos, entender vuestro punto de vista. Quizá no sea el único, pero no sé de nadie más entre los míos que piense así. Vete, antes de que cambie de opinión. Me queda mucho en qué pensar. Me queda mucho por averiguar. Quizá nos equivocamos. Quizá no estábamos acabando con una plaga. Quizá os quede una oportunidad de redención. Si es así, no quiero ser yo quien os la niegue. Sin embargo, ten tú y tened todos en cuenta que no somos monstruos. Empiezo a creer que ninguno de los que está luchando ahí fuera es inhumano. Y tengo miedo de que así sea, pues entonces tantas muertes habrán sido por un estúpido malentendido".
Salí de allí con paso inseguro. Con miedo, con curiosidad, con millones de emociones y preguntas agolpándose en mi cabeza. Aquella noche, cuando lo contase todo en el campamento, mi historia se convertiría en un mero rumor. Algo a descartar. Una mentira incapaz de acabar con la guerra que teníamos en nuestras manos. Quizá sucediera lo mismo cuando el carcelero hablara con los suyos.