El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Noche tras noche

Noche tras noche, se encuentra mirando a las luces de ciudad y preguntándose si todo merece la pena. Si él ya es un juguete roto o queda aún algún Geppetto que lo pueda arreglar. Que pueda llegar y darle color a su mundo. Su musa está vacía, su garganta seca y llena de humo arde como mil fuegos, y las lágrimas le manchan la chaqueta. De tanto pasarse las manos por él, su pelo tiene una forma que no volverá a tener.
Sobre una hoja de papel amarilla descansan sus manos ensangrentadas. Se ha cortado hace tiempo, pero no le duele. Le duele más eso que tiene en el pecho, que le palpita y le mata. Unos lo llaman corazón. Él dice que es lo único que no quiere. Que sólo le ha traído y le traerá problemas. Que es lo que le hace llorar. No quiere amistad. No quiere amor. Ya no. Sólo son alfileres que clavar en sí mismo. Heridas nuevas que desgarran su carne.
Noche tras noche, llora.
Noche tras noche.

domingo, 7 de agosto de 2011

Three Roses Bourbon

Eran tres, y se sentaban bajo las estrellas, sobre la hierba, en una de esas calurosas noches de verano, en las que no se puede dormir pero sí soñar despierto. En el claro de aquel bosque, sólo los acordes de una guitarra tiempo atrás muerta y, de fondo, el crepitar de las llamas y el romper de las olas en una playa desconocida. Llovían estrellas y morían planetas aquella noche y ellos, aunque atrapados en una millonésima parte de la existencia, y aún jóvenes para entender lo corta que puede ser una vida, se sentían por momentos libres como pájaros al alzar el vuelo. Aquella noche, el infinito era el límite; la música, el vehículo; el bourbon, el combustible. No bebían para olvidar. Bebían porque necesitaban sentirse libres.
-He visto una luz parpadear-dijo uno.
-Has visto una estrella morir-dijo otro-. Has visto algo que pasó antes de que nada que conozcamos existiera.
Hacía horas que de los ojos del segundo brotaban lágrimas. Quizá algún amor que nunca superó. Quizá felicidad pura. Quien había visto la estrella morir, sin embargo, tenía una felicidad menos melancólica. Reía, reía y reía. Nada era mejor que aquello.
El tercero, suerte de disc-jockey, escuchaba ausente las canciones. Una tras otra, mirando al infinito y pensando en aquella persona con quien quería estar. Ella, de todas formas, también estaba ahí. En su corazón y en el de aquellos amigos que darían un brazo por verle feliz. En cualquier caso, él debía sonreír. Otro debía dejar que se oyeran sus carcajadas. El último debía dejar sus lágrimas caer al mar.
Llegó una canción. El melancólico la recordó con un trago de bourbon. Una de las mujeres que más le habían influido en su vida se la había enseñado por primera vez hacía unos años. Una Atenea de carne y hueso que se veía fuera de lo terrenal. Cantó y cantó entre lágrimas, pensando en ella. Ya le llegaría un mensaje en una botella a las inexistentes costas de Madrid, "allá donde el mar no se puede concebir", que dijera Sabina, para contárselo.
Y al amanecer, todos deseaban de veras seguir aún en el claro de aquél bosque, junto al fuego.
Bajo las estrellas.

A ti

Querida mía:
Recuerdo aún esa noche. No hacía mucho habíamos estado en la playa y yo me moría de ganas de ser ese chico con el que jugabas. No por el hecho de ser él, sino simplemente por jugar contigo y reírnos de todo y de todos. De eso hacía sólo unas horas, pero aquella noche, después de cenar, daba igual quién estuviera: me bastaba para ser el hombre más feliz del mundo el poder dejar que se cruzaran nuestras miradas. Mis ojos de niño contra los profundos pozos que brillaban en tu cara, risueños.
Esa noche fue mágica y perfecta hasta decir basta. Cada segundo en el que sólo estábamos tú y yo, escondíamos entre el humo de nuestros cigarrillos las risas, y pensábamos que volvíamos a ser niños. Y, como colofón, te quedaste conmigo en la playa, antes de ir a casa, terminando el último mientras yo bebía para entrar en calor.
Te hubiera besado a la puerta de tu casa. Por suerte o por desgracia, soy un maldito cobarde.