El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Metamorfosis

Él camina por la calle, pulcramente trajeado. Vive su vida como el más respetable de todos los hombres sobre la faz de la Tierra, sus amigos le adoran, las mujeres suspiran por él.
Ella es adorablemente sumisa.
Él hace amigos nuevos todos los días. Asciende en su trabajo como un ávido depredador, pero no se le odia por eso. Sus subordinados le admiran, sus superiores quieren ser como él. Todo el mundo le idolatra. Incluso la señora de la limpieza.
Ella es buena y obediente.
Él la lleva a cenar, a pasear y al cine. Se divierten juntos y se adoran el uno al otro. Se miran con los ojos chispeantes y el mundo gira, pero no para ellos. Sólo para los demás. Y sin embargo, ¿qué importan los demás? se tienen el uno al otro. Eso es lo que importa.
Él tan solo es un poco huraño en casa. Es comprensible: se pasa el día trabajando como un descosido para que a su mujer no le falte de nada. Y ella se lo agradece.
Él grita, él se enfada muy de vez en cuando. ¿Quién no tiene un desliz?
Él se enfurece más día tras día. Es normal: está atrapado en la rutina.
Él la pega, le destroza la cara a su mujer por mirar a otro hombre.
Ella llora, pero cree que se lo merece.
Él la odia. Él la destroza.
Ella huye. Ella vuelve a su propia vida.
Él se niega a eso.
Él acaba con ella.

martes, 10 de noviembre de 2009

Una vez fui libre

Una vez fui libre, cuando buscaba con mis amigos los vagabundos aquél Dharma que tan ajeno nos era. Entre el budismo y la filosofía hippie, viviámos más felices que nadie, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad; polizones eternos de un tren inacabable.
No teníamos dinero. ¿Para qué? Nos bastábamos para conseguir lo que fuera. Tampoco teníamos hogar. No queríamos anclas.
Nuestra ropa se deshacía sobre nosotros, hasta que lográbamos robar alguna camisa o algo de tela para tejérnosla solos. En nuestras mochilas, ajadas por la edad, se guardaban mil historias. Sexo, amor, amistad, momentos preciosos... aún recuerdo todas las puestas de sol que, junto a mí, sobre las colinas, presenció aquella bolsa que llevaba a mis hombros.
También recuerdo cómo pocas mujeres se resistían a los encantos de un excéntrico pero, de alguna forma, atractivo grupo de seres sin casa ni hogar. Frecuentábamos cualquier local en el que pudiéramos pasar un rato al abrigo de cuatro paredes.
Simplemente, todo aquello era caótico, pero acogedor. Saltar de raíl en raíl, de posada en posada, de burdel en burdel, o de esquina sucia en esquina sucia... lo que fuera con tal de recobrar energías y seguir en el camino.
Sí. Una vez fui libre, y feliz.